Adquirir pollo en Pinar del Río por estos días se ha vuelto una odisea, un espejismo, o simplemente, una manifestación del realismo mágico: movimiento literario al que de manera magistral se acogió García Márquez en su novela Cien años de soledad.
Son muchas las personas que hay en las colas. Cada cual con sus características, algunos con el afán de comprar rápido y bastante, otros asomando sus rostros contra los cristales para ver quién se cuela, cuánto queda y si de verdad pueden alcanzar, pero todos con la mirada de curiosidad, la misma que deben haber tenido José Arcadio y Aureliano Buendía cuando su padre los llevó a la carpa del gitano Melquíades y conocieron por primera vez el hielo.
Disculpen la analogía, pero es que en una de estas colas, bien te puedes encontrar a personas que al estilo de Úrsula Iguarán –en la referida novela–, están en todas partes y en todo tiempo, faceta que la hizo un personaje líder en Macondo de manera indiscutible.
Los omnipresentes y casi omnipotentes coleros, si sacan leche condensada, ahí están como los primeros; si aceite también; si galletas… y así sucesivamente con todos los productos que se ofertan.
No sabemos qué se hacen porque en realidad el surtido de los comestibles no tiene ni hora ni día ni lugar fijos, pero aun así… ellos se las agencian para “averiguar” dónde, cómo y cuánto. Tal vez tengan los mismos poderes del Coronel Aureliano Buendía para pronosticar acontecimientos, quién sabe.
Discusiones, malos entendidos, exageraciones, equivocaciones, olvido, falta de respeto…de todo como en botica te puedes encontrar en el trayecto de espacio y en el de tiempo que transcurre desde el final de la fila hasta la puerta del centro comercial, y más cuando el lapso suele superar una hora o dos.
Están las personas que olvidan detrás de quien van, los que después de un buen rato se aparecen con que ellos habían marcado para 10, los amigos de los dependientes o quienes utilizan la gritería para imponerse. También hay quienes menosprecian a los ancianos o incapacitados físicamente, incluso, supuestas embarazadas o enfermos, de todo hay en la viña del Señor. Tal es así que cuando llevas un buen rato en la cola te dan hasta deseos de “perderte del mapa” y hasta de comer tierra como Rebeca, otro de los personajes Garciamarquiano.
Los que trabajan y su horario laboral es bien estricto no pueden coger pollo, y nos referimos a médicos, maestros, enfermeras, obreros de fábricas, de talleres, anestesiólogos, la lista podría ser interminable. Cuando culmina la jornada y llegan a los establecimientos y preguntan, es entonces que se dan cuenta que el producto “voló”, y no precisamente al estilo de Remedios la bella, la que se elevó colgada de las sábanas en el Macondo de Cien años de soledad.
Dicho de forma supuestamente jocosa o con sarcasmo, lo que hemos tratado de caracterizar o describir en este cometario es la situación crítica que se está presentando en la ciudad pinareña con el surtido y venta del pollo y otros productos necesarios, y por supuesto, la necesidad de encontrar estrategias certeras para lograr que los alimentos sean más variados y lleguen a un número mayor de personas, de forma más idónea.
Sabemos que hay una vigilancia por parte de la Policía Nacional Revolucionaria para evitar indisciplinas leves o graves en las colas, y mantener el orden, pero aún no se materializan todas las medidas de distribución que beneficien de forma equitativa al pueblo.
También nos hemos encontrado que en horas de la tarde puede haber en alguna tienda un surtido de pollo, y eso es bueno, porque beneficia a quienes culminaron en esos momentos su trabajo, pero por imprevisible, tampoco es la solución.
Urge por tanto el incremento y diversificación de las producciones de alimentos, ser más enérgicos en el enfrentamiento de los revendedores y acaparadores, pero sobre todo, que la venta de los productos sea de forma ágil, simultánea en varios establecimientos y que se priorice el suministro los fines de semana.