Son tiempos difíciles los que corren. Tiempos en los que apenas se descansa la mente pensando en cómo “estirar” y hacer que el salario alcance ante un mar de ofertas por los cielos y casi siempre por la “izquierda”.
Si topar precios no era el camino, ¿entonces cuál? Por estos días hemos visto en las redes anuncios de asambleas municipales, específicamente la de La Palma, que establecen la venta de productos alimenticios con precios regulados.
En ellos se incluyen pizzas, jugos y productos agropecuarios, y, a decir verdad, la regulación del precio no dista mucho del que ahora mismo poseen en cafeterías y mercados.
La decisión es municipal, pero muy a tiempo estaríamos si en el momento de hacerlo en el resto de los territorios se hacen cálculos certeros teniendo en cuenta la economía de ese hombre de a pie, que vive de su trabajo y hace magia cada mes para no llegar en cero al último día.
Por otra parte, han circulado continuas publicaciones que explican cómo inspectores de la Dirección Integral de Supervisión revisan centros de producción y ventas a la población y señalan justo allí donde está la violación de precio, de gramaje, y hasta de higiene. Una batalla campal contra revendedores y acaparadores que ha tenido más temporadas que cualquier serie de turno y al final, se vuelve a lo mismo.
¿Cuánto cuesta producir un refresco gaseado? ¿Por qué un centro de Artex tiene que venderlo nada más y nada menos que a más de 200 pesos? ¿Desde cuándo los precios en una economía nacional los fija el mercado informal? ¿Por qué una bolsa de pan, cada día con menos unidades, cuesta 150 o 160 pesos? ¿Por qué un pote de ají vale 100, un aguacate 130 y una manito de plátanos 70?
Todo ello tiene muchas respuestas que al final redundan en una sola: la oferta. Pero ocurre que en Cuba los principios de la oferta y demanda siempre se han convertido en que, quien tiene potestad para poner un precio lo hace por encima, y sube y sube, nunca baja, por mucha oferta que exista, que ahora mismo, apenas la hay.
Y ese es el punto. Cuando los precios suben solo queda producir, inyectar producciones en el mercado, incrementar ofertas, que en el contexto cubano se traducen hoy en potenciar la inversión, aprovechar recursos endógenos, generar bienes y servicios.
Mas cuando eso no sucede o al menos no con la prontitud que el pueblo lo necesita, llega el momento en el que la cuerda no da más. En el que uno no puede decidir entre pagar un carro que te lleve de vuelta a la casa o comprar la merienda del hijo.
Si bien la Tarea Ordenamiento preveía una devaluación monetaria, es cierto también que esta se fue del diseño previsto y la inflación no refleja hoy únicamente los desequilibrios monetarios, sino también los desequilibrios productivos y también comerciales.
Urge entonces un desarrollo de las fuerzas productivas, que la brecha entre importaciones y exportaciones se minimice y aprovechar las reservas que quedan en el sistema empresarial estatal, en la actualidad muy maltrecho ante la falta de recursos de toda índole.
Y en medio de este escenario tiene que existir más control. El mercado de libre competencia no se regula solo. Debe intervenir el Estado con disímiles vías, una de ellas con un tope de precios justo que no desestimule a quien vende, pero tampoco asfixie a quien compre.
Ocurre que el proceso inflacionario aquí se disparó desde hace mucho, los productos empezaron a escasear y aquello que aparece tiene precios astronómicos. Un cartón de huevos más de 1 000, una libra de carne de puerco más de 300, un pomo de aceite 600, y a quien cobra hasta 3 000 pesos la cuenta no le da de ninguna manera, por mucho que reste y reste.
Sí, porque resta tranquilidad espiritual, resta placer, resta salud, resta sueño, porque está mal que un paquete de galletas de sal cueste 500 y está mal que un tubo de picadillo esté en 250, porque está mal, muy mal, además, que todo eso se venda en el mercado negro y por las redes, cuando ninguno de ellos se comercializa de forma liberada.
Tomarse un café nunca fue lujo, ni siquiera una cerveza, pero en los tiempos actuales, con los precios del absurdo, es de lujo hasta comprar una botella de agua.
Estoy totalmente de acuerdo el estado tiene la obligación de topar los precios,no se puede vender una libra de carne de puerco en 400 pesos, la libra de yuca y bonito a 30 pesos, una berenjena 130 pesos la cebolla el ají y los limones la libra 200 pesos, lo mismo sucede con las pizza y los panes, si queremos salvar la revolución tienen que topar los precios de los productos que a los que más afectan es a los trabajadores