Si en la noche, al reposar la cabeza sobre la almohada, hacemos un resumen de lo bueno que pudimos hacer en el día y no lo concretamos por cualquier motivo, seguro, pero seguro, que el siguiente amanecer será superior, y nos convertiremos en mejores personas.
Explico. Si solamente un gran porcentaje de la población se dedicara a ver qué puede perfeccionar en su andar por el mundo y en su proyección hacia los otros, hasta el ambiente y la forma de ver lo que nos rodea fuera diferente.
Le llamaremos “los pude”, una expresión que vino a mi mente, pero en realidad es la forma de llamar la reflexión sobre un mal que caracteriza a algunos de los habitantes de esta ciudad, para no generalizar, y me refiero al egoísmo y a la falta de empatía hacia quienes les rodean.
Por ejemplo, y no es hipótesis, si aquella señora que hace poco subió al ómnibus colectivo y se mantuvo inamovible, sin importarle los que estaban aún abajo, solo pensara: “Pude caminar uno o dos pasos, y así darle la posibilidad a los muchachos que se quedaron en la parada”. Todos sabemos que hay escasez de transporte.
Miles de reflexiones nos pudiéramos hacer: “Pude rebajar un poco los boniatos, si al final puedo pedir menos y obtengo ganancias, y así el anciano, que me compró, se hubiera llevado tres libras y dos”.
“Pude atender con más eficiencia a los clientes”, “pude recoger a las personas que estaban en parada de ómnibus, si llevaba espacio en el carro”, “pude ayudar a mi vecino, si tengo posibilidades”, “pude consultar con más empeño a mis pacientes, ellos lo merecen”.
Puedo poner miles de ejemplos, pero lo cierto es que la difícil situación económica del país ha llevado a algunos a pasar, de la noche a la mañana, de la camaradería genuina que caracteriza al cubano al individualismo más cruel.
El alza de los precios de los productos, mercancías y servicios, y las carencias de otros, tal vez los han cegados, y los han hecho guarecerse en su yo. Tanto que he visto cuestionar y hasta agredir verbalmente a un anciano o enfermo cuando son atendidos con prioridad, y mucho más, a otros les negaron la oportunidad, tan solo por la falta de un carné de impedido físico.
El egoísmo y el individualismo que llevan a pensar solo en sí y en su propio bienestar, se alejan de conductas como las que estamos adaptados en este país, y nada tienen que ver con el altruismo, por ejemplo, de los donantes voluntarios de sangre, que extienden su brazo de forma desinteresada para salvar a otros.
A ese que regala el preciado líquido vital, puede ser al que dejen botado en una parada de guaguas, porque le pidieron un alto precio para trasladarlo.
También sucede que al médico que le atendió al hijo o al maestro que lo educó, le quieran vender una mercancía a un valor exorbitante.
Somos, o hemos sido siempre, una sociedad bastante compartidora y respetuosa de los demás. Aprendimos de nuestros abuelos -y debe de ser herencia valiosa- a no querer para los demás lo que no desees para ti, a venerar a los ancianos, a cuidar a los niños, aun cuando no sean nuestros.
Nos criamos en un pequeño mundo en el que el buchito de café se tomaba entre vecinos, el poco de sal y azúcar se pasaba de casa en casa, y sentíamos el dolor ajeno como propio; incluso, me atrevo a asegurar que todavía queremos a los hijos de nuestros amigos como si fueran de nuestra familia.
Esos son los principales valores y principios que pueden salvar a una sociedad, e impedir que sus habitantes se aturdan con las resonancias de una falsa supervivencia y de las diferencias sociales, que hoy son muchas, y las observamos cada vez más en cada barrio y comunidad.
Los invito a seguir a los que aún apuestan por la solidaridad, por el dar lo que tienen sin interés, por ayudar al necesitado y por cooperar cada uno desde su función social.
Me tranquiliza que no son pocos, hace poco leí por las redes sociales cómo estudiantes de las universidades pinareñas acudieron en sus vacaciones a apoyar con sus labores en el Hogar de Ancianos de la provincia, tampoco olvido lo que hicieron durante la Covid-19 tantas personas que arriesgaron sus vidas por salvar la de otros.
Los periódicos locales, los sitios de internet, así como las vivencias diarias de los habitantes de esta tierra pinareña están llenos de hazañas que cada día hacen los obreros de muchos de los sectores importantes de la economía y la sociedad, a pesar de que sus salarios no los respaldan; y vemos por todas partes donativos que aportan los trabajadores por cuenta propia a centros educativos y hospitalarios del territorio.
Las muestras de buena fe son amplias, personas que tributan su tiempo en trabajos voluntarios en actividades agrícolas o en la construcción de una vivienda para un compañero, o sencillamente, aquellos que actúan y regalan su arte para los habitantes de las diferentes comunidades.
Por eso pienso que son más los que se apegan a pensar como cubanos, a compartir lo poco, a dar más importancia al amor, o sencillamente a una mirada agradecida de un anciano, un niño o cualquier individuo, que a todo el oro del mundo.