Dificultades con el abasto de agua, el transporte público y poca disponibilidad de ofertas en las redes comerciales son problemas con los que diariamente lidia cualquier cubano, eso se agrava por el hecho de que la más mínima adquisición de cualquier bien implica el desembolso de una exorbitante cifra, que nada tiene que ver con el salario.
Si a ello se suma que a ojos vistas se cometen violaciones que terminan dañando más sus ingresos y posibilidades de satisfacer necesidades apremiantes, entonces no es fortuito que aparezca la inconformidad ciudadana.
Las tiendas en moneda libremente convertible (MLC) son como una espina clavada en el costado en ese contexto, y aunque puedan o no comprenderse las razones de su existencia, alrededor de estas se tejen otros males, que sí pueden erradicarse y que mucho ayudarían a que las menguadas economías familiares reciban un alivio.
Hablo de los revendedores, esos que acaparan las colas y los productos a la venta para luego incrementarles el precio, que quienes están urgidos y pueden, pagan; porque en resumidas cuentas la ira contra tal desmán no les soluciona su problema, ese que puede ser desde un equipo electrodoméstico hasta una confitura y que pudo costarles mucho menos de haberlo comprado en la red comercial y no de trasmano.
Si algo merece reconocimiento en los dedicados a tales prácticas son sus dotes adivinatorios, siempre saben dónde, cómo y cuándo estar presentes para apropiarse de esos artículos; aunque tal vez no sean sus dones y deban sus aciertos a personas bien informadas, que les hacen más fácil su “tarea”, y esto es especulación, desinteresadamente.
Estos revendedores, además de adivinadores, “están escapa’os” en la búsqueda de inversores, pues muchas veces tienen al Estado trabajando para ellos; incluso, en algunos casos hasta importando o impulsando producciones locales, para por arte de magia, con el pase de una mano a la otra, incrementar su patrimonio personal y de paso disminuir el del destinatario final, como daño colateral, en esta batalla diaria por la subsistencia.
Este asunto es demasiado doloroso para permitirnos minimizarlo; los bienes destinados a comercializarse para satisfacer necesidades de la población se convierten en garrote y eso no tiene que ver con el bloqueo, la crisis económica mundial o la guerra en Ucrania.
Sucede por el pobre enfrentamiento que se hace desde las administraciones, organismos reguladores, supervisores y la policía; los revendedores no andan solapados, operan a plena luz del día, en las arterias principales de las ciudades y poblados, ostentando su impunidad.
Hoy ofertar un servicio desde plataformas estatales requiere transparencia. Las dificultades que atravesamos incrementan la demanda de prestaciones o bienes; ese “cubaneo” de resolver al amigo, al primo, al conocido o al mejor postor se vuelve un arma de doble filo, porque los canales establecidos resultan inoperantes para el ciudadano común. Los que abusan de las facultades y posibilidades asociadas a su puesto laboral, no solo son corruptos, son una mina que socava la sociedad y debilita los cimientos.