Pinar del Río.— Yunior Alonso Castell no le tiene miedo al trabajo. Ese es su primer secreto, aunque muchos lo sepan ya.
En tiempos en los que no pocos intentan buscar dinero fácil o ir por la «ley del menor esfuerzo», este joven de 35 años le entra de frente a la tierra, porque sabe que de ella puede tener los mejores frutos.
En el IPA Leonides Blanco aprendió una parte importante de lo que necesitaba saber sobre el tabaco. La otra la vivió en carne propia, mientras corría tras su padre por cada surco que este sembraba en la localidad de Obeso, en San Juan y Martínez, un municipio del que sale la mejor de las hojas del mundo.
Temprano en la mañana, cuando aún la neblina te moja los ojos y el pelo, la camisa y las botas, encontramos a Yunior bajo el tapado que cubre el tabaco que luego revestirá Habanos de gran calidad.
Hasta el año pasado cultivaba junto al padre, Reinel Alonso, pero ahora decidió, sin dejar de ayudar a su viejo, emprender una campaña por sí solo.
La tradición familiar y los beneficios que la campaña trae para la economía del hogar, hizo que este joven apostara por trabajar en el campo.
Por ello sembró 30 000 posturas de la variedad Corojo 2020, resistente ante las plagas, y cuyas hojas no tienen nada que envidiar a las de los otros productores de la zona.
«Ya mi papá recolectó 4 000 cujes. Todos los años salimos muy bien. Tenemos 12 obreros con nosotros y 10 mujeres en el ensarte; no hemos pasado trabajo para encontrar la fuerza de trabajo. Ellos siempre vuelven cada campaña con nosotros porque saben que aquí somos serios con el pago y estamos pendientes de todo», asegura Yunior.
Alrededor de 800 pesos diarios cobra cada jornalero, y las mujeres unos 12 pesos por cuje. Además, cuando concluyen les pagan otro por ciento en CUP y un monto en MLC.
En menos de un mes el muchacho levantó una casa de cura de cinco aposentos. Las 40 000 posturas que sembraba junto a su papá no le eran suficientes, y optó por solicitar una tierra que otro campesino había entregado. «A mí me gusta el tabaco», insiste el joven.
«¡Mira cómo están las hojas!», dice, mientras sus dedos las recorren como quien acaricia pétalos de una rosa… y va descubriendo así, poco a poco, sus secretos con el campo y cada detalle de su relación especial con el tabaco.
«Hay que pasarle la mano todos los días. Yo amanezco aquí y a veces es de noche y no nos hemos ido. Los obreros son también muy disciplinados y lo cuidan, saben que de su calidad depende el pago que se les hace».
Entre Reinel y Yunior plantan 70 000 posturas. Se dice fácil, pero no lo es. Conlleva sudor, desvelos, sacrificios, y quienes son creyentes hacen alguna que otra oración para que el clima y los santos los ayuden.
Las lluvias de enero hicieron de las suyas por estos campos. Si el tabaco empieza a podrir ya no tiene remedio, pero quien le sabe bastante toma sus medidas a tiempo.
Esta ha sido para ellos una buena campaña. Tampoco les faltaron los recursos. Aquello que quizá en otro momento fue un dolor de cabeza, no constituye un problema ahora. Las labores culturales a tiempo, justo cuando las lleva, hacen que se levanten aquí unas plantas de tabaco «bonitas, robustas», como suelen llamarlas sus productores.
En Obeso, una zona que destaca en el macizo tabacalero por el tamaño, textura y fortaleza de sus cultivos, colindan las tierras de Yunior y Reinel.
Desde lo alto solo se precia el blanco de las telas que protegen del sol y el viento a cada hoja. El más joven apenas habla. Se queda mirando extasiado el fruto de su trabajo y lo hace con orgullo, porque sabe que las madrugadas y gotas de sudor no han sido en vano.
La experticia, la sapiencia, la experiencia y la juventud garantizan que en la meca del tabaco se siga sembrando la aromática hoja.