La asistencia social a domicilio es parte de la política del país para que nadie viva en condiciones de desamparo. El servicio se brinda a personas con movilidad restringida sin familiares obligados, que en su mayoría son ancianos debido a las limitaciones propias de la edad. Por lo general, lo prestan jubilados con vocación para el cuidado, los cuales son identificados y evaluados por uno de los factores claves de toda comunidad cubana: el trabajador social.
Tras historias de este tipo llegó Guerrillero a la Dirección Municipal de Trabajo. Allí supimos que la capital provincial cuenta con 170 asistentes a domicilio contratados, que atienden a 178 beneficiarios por ocho horas de lunes a viernes y media jornada el sábado, con salario de 2 810 pesos cubiertos por el presupuesto del Estado, según informó Merlys Gort López, subdirectora de Prevención, Asistencia y Trabajo Social.
“El contenido del empleo incluye cuidados personales y actividades de rutina a los necesitados, ya sea por envejecimiento, enfermedad, lesión u otra condición física o mental. Cocinar, limpiar, lavar, bañarlos, manejo del presupuesto y atención a la salud son las tareas más comunes”, explicó.
Fue con la panorámica brindada por la experta que nos fuimos hasta la Circunscripción 72 del Consejo Popular Jagüey Cuyují. A la vista, el verde se engalana y pocas casas de tabla y zinc en los linderos de una estrecha carretera asfaltada otorgan sello distintivo a la ruralidad. En El Guayabo, como se le conoce, las palmas posan más esbeltas y el sol las ayuda con la luz precisa para resaltarles la egolatría.
Embriagados con el paisaje llegamos a la casa de Lolita y Fabio. “Es aquí”-dijo el chofer, y de una casita de campo, tan humilde como reluciente, cinco cubanos nos esperaban para regalarnos un testimonio que reafirman la tonada del cantor: “¿Quién dijo que todo está perdido?”
Esta trama gira alrededor de una pareja de hermanos octogenarios, golpeados por la ausencia filial, con validismo parcial, incapaces física y mentalmente para gestionar la vida cotidiana. Él tranquilo y de conversación pausada; ella traviesa y nerviosa, dejando a la duda la presencia de algún delirio de daño o persecución propio de la senilidad. Un salario de 2 060 pesos pagados por la Asistencia Social no resolvió las condiciones insalubres en las que vivían antes de marzo del actual año, cuando tocó a la puerta Bety Loaces Hernández para cambiar una realidad de espanto.
“Llegué a sus vidas por el trabajador social. Yo cuidaba a una tía que falleció en enero, tenía alguna experiencia, pero en este caso era más dificil. Ellos siempre han vivido juntos y solos, no permitían que nadie entrara a la casa, y lo fui logrando poco a poco. Esto estaba muy sucio y desordenado. Casi no se bañaban ni comían, el fogón de leña estaba en el medio de la sala y las gallinas dormían y anidaban dentro del refrigerador”, narra la asistente social mientras que el nuevo ambiente y el aspecto de los ancianos hablan por sí solos de los resultados de su trabajo.
Bety conoce sus funciones y las supera. Comparte la comida de su familia con Lolita y Fabio, los equipos electrodomésticos de su casa los pone a disposición de la otra que ahora también siente suya, se sabe responsable absoluta de que estén limpios, sanos y alimentados, de consentirlos y darles, como dice, “todos los gustos que estén al alcance de mis posibilidades”.
No es empleada doméstica sino hija sustituta. En su difícil batalla, tiene días de gloria y de sufrimiento, consciente de los estados ambivalentes que presentan los ancianos solitarios. La entrada al hogar fue tensa y ha tenido que crecerse, poner a prueba su paciencia y sensibilidad. “Lolita, al principio, no quería dejarme entrar ni que le tocara sus cosas, se ponía agresiva y, sin embargo, ya me espera en la puerta y me regaña cuando me voy en la tarde”, contó orgullosa.
En la autoría intelectual de esta hazaña está Juan Miguel Balbosa Ramos que, desde su arribo al barrio como trabajador social pensó en variantes para los longevos: “Valoramos la opción del Hogar de Ancianos sin que fuera viable porque ellos se negaban a separarse y salir de su ambiente natural, por eso se aprobó a la asistente social a domicilio y estamos felices con las transformaciones logradas”, comentó.
En la mochila de este joven a menudo se cargan ropas, medicinas y enseres para ellos y otros vulnerables de esos lares. Su formación en la Escuela de Trabajadores Sociales de Cojímar, la práctica de trabajo comunitario integrado en los municipios Mantua y Pinar del Río, y dos años de misión en Venezuela, lo convencen de que el dinero no es suficiente en estos casos sin el acompañamiento, sin el amor.
Al mismo tiempo opina que existen otras situaciones de la circunscripción que no serán resueltas solo por la fuerza de la buena voluntad. “Esta es una comunidad extensa y muy envejecida. Se necesita trabajar por mejorar las condiciones de las viviendas y el acceso a los servicios básicos, como garantía de la calidad de vida de los adultos mayores”, resumió como preocupaciones.
Desde una amplia perspectiva de la circunscripción, Aleida Juana Alfonso Prieto, su delegada por segundo mandato, aseveró: “Somos 543 familias y tenemos asistenciados con mala situación habitacional, dificultades con el agua y son largas las distancias para acceder a recursos básicos como los medicamentos y la comida”.
En esta zona, 16 núcleos familiares se benefician con el pago de la Asistencia Social, aunque solo Lola y Fabio requieran el servicio domiciliario. Hasta la fecha, la totalidad de mayores de 19 años están vacunados con la primera dosis de Abdala. El consultorio médico está disponible sin restricción de tiempo y los vecinos se prestan para compartir panes y peces con los más necesitados.
A pesar de ello, apoyos institucionales son urgentes en El Guayabo. Terminar el reservorio de agua potable que espera por una simple llave, aprovechar el local disponible para acercar la farmacia al caserío y hacer un agromercado con el apoyo de la cooperativa local son sueños pensados, planteados y posibles.
Escribir sobre esta comunidad, incluida en el Plan Montaña, me compromete a exhibirla, con luces y sombras, a la vista de todos. Mientras, Silvio Rodríguez canta su Monólogo dedicado a la añoranza de todo anciano por el tiempo pasado, por lo que fue y ya no es, por lo que es y pudiera ser distinto: “Vivo en la vieja casa de la bombilla verde, si por allí pasaran, recuerden”.