“Marchando, vamos hacia un ideal sabiendo que hemos de triunfar (…)”.
Imposible no reconocer el valor de aquellos jóvenes liderados por Fidel Castro en busca de un sueño libertario, en una época en que Cuba se sumía en la más marginal de las miserias humanas.
Me pongo a pensar entonces y medito sobre eso. Y es que esa fecha debería acompañar a cada cubano siempre dondequiera que esté, pues en su esencia misma radica la dignidad, el patriotismo y el ansia del triunfo, aun cuando toda meta parezca imposible de alcanzar.
A 70 años de esta histórica gesta, frustrada por la pérdida del factor sorpresa y la no consecución milimétrica de los hechos que llevaron a los propios asaltos, sería bueno que jóvenes y no tan jóvenes nos preguntáramos cuál es nuestro Moncada hoy.
Recordemos además que los asaltantes –muchachones todos– estaban llenos de ideas, sueños y aspiraciones para sí y para una Cuba mejor. Sus actos y disparos no iban solo destinados a derrocar a los ocupantes o a mellar las edificaciones militares, sino que cada bala representaba los deseos del fin del analfabetismo, la injusticia social y la miseria.
Al unísono, todos los disparos cargaban con la garantía de derechos plenos sobre la educación, el deporte, la salud y otros ausentes en la etapa.
Y me reitero sobre las líneas anteriores, pues como dijera Fidel en su alegato de autodefensa conocido poco después como la Historia me Absolverá: “La Cuba de la actualidad está repleta de retos diferentes, que solo podremos vencer entre todos como una familia enorme a favor del progreso y la vida, con fidelidad a los principios y la belleza”.
Por tal motivo, nosotros, a quienes nos corresponde ahora la lucha, debemos enfilar el rumbo hacia el cambio y el desarrollo. Tener la suficiente fuerza moral y física para conseguir el tan ansiado mejoramiento humano que pretendían Martí y el Che.
Reinterpretemos el “Moncada” y enfrentemos a mentes encajonadas, añejas e inmóviles. Maduremos. Ideemos un plan para que no prospere ningún tipo de corrupción, para arrancar de raíz el burocratismo y el lucro a costa del sudor ajeno, las indisciplinas sociales en toda su magnitud y la indolencia.
A modo de estampita en la cartera, también debemos llevar y cargar con ese espíritu de lucha de los que nos antecedieron. Solo así seremos capaces de superar y dejar atrás las mencionadas tendencias nocivas que tanto daño hacen hoy a la sociedad cubana.
Mejorar en cada aspecto de la cotidianidad es altamente posible con el concurso de todos. Ya lo decía nuestro Apóstol: “Todo tiempo futuro tiene que ser mejor”. Y en ese andar debemos bregar duro.
No conformarnos con lo que está más o menos bien, o simplemente dejarlo porque así funciona. No. Cambiemos lo que deba ser cambiado, desde las aulas, desde cada barrio, al interior de cada familia y también desde el campo.
Hoy más que nunca necesitamos la guía y el espíritu de aquellos jóvenes del ‘53 para mantener nuestra apuesta por la paz, por la preservación de los derechos ciudadanos conquistados y el culto a la dignidad plena del hombre.
Esta sociedad merece que cambiemos los hábitos que sólo ensalzan al que oprime. Necesitamos multiplicar esfuerzos conjuntos a modo de participación ciudadana para vencer frente a la incultura actual de algunas formas de vida que solo optan por el individualismo.
El pueblo cubano innegablemente tiene que ser firme y combativo, pues ya no somos unos pocos armados solo de rifles y corajes; hoy somos millones multiplicados en ideales, patriotismo, fe y continuidad.
Preciso y necesario es entonces asaltar los “Moncadas” del presente y del futuro, convencidos de la justeza de nuestros actos con todos y para el bien de todos.