Controversial, ingenioso, amante de la vida bohemia y de la literatura. Fueron esas las primeras cualidades que percibí de él. Apenas coincidimos unas pocas veces.
Recuerdo que me impresionó su arte para contar anécdotas. Él prefirió escribir, pero hubiera podido emular con cualquier narrador oral, porque Luis Hugo Valín sabía cómo llamar la atención, cómo seducir con una historia, atraparte en ella y hacerte reír, que casi siempre era su propósito final.
Adonde quiera que llegaba, su presencia se hacía notar. Su tono de voz, sus bromas, sus frases preferidas lo descubrían inevitablemente. Si existen otras vidas después de la muerte, de seguro será bulliciosa su llegada a esas otras dimensiones.
Ha partido el destacado escritor pinareño sin mucho aviso. Otra vez resulta desgarradora la rapidez con que puede cambiar el orden de las cosas. La triste noticia ha tomado a todos por sorpresa. “Pero, ¿qué pasó?”, se preguntan alarmados los incontables amigos que le quisieron bien.
“Se me ha nublado el día. Ojalá fuese otra de sus “valinadas”, ha escrito en redes sociales su colega, la escritora María Caridad González.
En la avalancha de sentidas palabras de dolor ante el acontecimiento, he visto también a varias voces jóvenes de la literatura pinareña, e incluso a algunas ya consagradas, agradecer sus consejos o la atenta revisión de sus primeros textos.
La reconocida dramaturga Agnieska Hernández Díaz ha escrito: “Cuando hicimos nuestras primeras lecturas, ahí estaban sus ojos despiertos ante todas las literaturas posibles. Y toda la bondad en su sonrisa”.
Valín es el autor de “La ballena rosada” que mereció el Premio David 1999. Otros títulos suyos conquistaron también prestigiosos galardones como el Pinos Nuevos, el Cirilo Villaverde, el Dador y en repetidas ocasiones el Hermanos Loynaz, el de su tierra.
Varias editoriales cubanas y algunas extranjeras publicaron su obra, que ahora queda como consuelo para sus viejos lectores y como testimonio de sobrevida para los que vendrán.
Quizás la premura de estas líneas no deje describir con justeza la grandeza de su vida, lo que a esta hora se nos va con él o lo que afortunadamente nos deja. Mas, aquí sí está dibujada con nitidez la voluntad de recordar su paso. Al decir del poeta Fidel Valverde, “Murió. No se encendió como estrella sino como un volcán constelado en la imago”.