Trabajó como conductor de ómnibus interprovinciales. Aquella tarde manejaba de La Habana a Pinar del Río, cuando la severa tormenta hacía estragos. En plena carretera casi no se veía y se movía con fuerza el ómnibus; los pasajeros se abrazaban pensando en un desastre. Por suerte, no pasó nada. En horas de la tarde lo entrevistaron en Tele Pinar, para hablar sobre el trance.
Luis, como si fuera un experto, declaró que las ráfagas de viento estuvieron por encima de los 300 kilómetros por hora y pensó que el ómnibus se iba a volcar. No sabía ni hostias de meteorología, pero puso su granito de arena.
Casi adolescente, jugó con equipos de cierta categoría. Lo hacía bien desde los jardines, la antesala y otras posiciones. A partir de 1964, lo llamaron al 1er. Llamado del Servicio Militar Obligatorio, en la Unidad 3234, de Artemisa. Allí se destacó en los Juegos Militares, junto a los finados Miguel López, Raúl Martínez y otros tantos.
Su desempeño en la pelota, le prodigó más momentos agradables que tristes. Buen bateador, inteligente a la defensa y tirador certero. Por aquellos años, no busque buenos números en la tierra del tabaco; éramos “La Cenicienta”.
Lo persiguieron las lesiones, entre ellas un accidente, donde poco faltó para que perdiera la vida en plenitud de facultades. El brazo izquierdo soportó seis operaciones. Nadie pensó que regresaría a los diamantes, pero supo imponer una voluntad de acero y regresó en la siguiente temporada, bajo la dirección de Francisco Martínez de Osaba (Catibo). Allí estaba, en declive, su amigo Emilio.
Con el permiso de Luis y el más hermoso recuerdo para Salgado, traigo una anécdota, entre otras muchas, que no merece pasar al olvido, es parte de la historia de nuestra pelota, gestada en tropiezos, incomprensiones, apoyo del pueblo y las autoridades. En fin: venturas y desventuras.
Me la recordó Raúl Martínez y escuché versiones de los implicados, incluido Luis. Reincorporado a los entrenamientos, se decidió que integrara el roster de los Vegueros. Avanzado el torneo, conversaron con él; su rendimiento no era bueno y se hacía necesario subir a una joven promesa. Lo entendió y le propusieron incorporarse a la dirección.
El sábado siguiente, se fueron a jugar al estadio de un municipio villareño. Luis entrenaba a los lanzadores, junto al Viejito Pando. Todo iba bien, hasta que una jugada provocó la discusión de marca mayor, por un out mal cantado y la gente empezó a discutir.
Emilio era del carajo, salió como un bólido y comenzó a ofender al árbitro. Luis trató de aplacarlo; imposible. La discusión subió de tono y Sanga, como algunos le decían, la tomó como suya. El árbitro los expulsó a los dos y Luis fue a quejarse a Arnaldo Milián Castro, miembro del Buró Político del Partido, a la sazón su Primer Secretario en Las Villas, situado en un palco detrás de home.
—Usted ha visto eso. Estoy tratando de evitar un problema y el árbitro me expulsa.
Milián sonrió, a fin de cuenta, nada tenía que ver con aquello.