La felicidad vive en la abnegación de las madres que no tiene límites, ellas son seres especiales que superan las circunstancias extremas cuando se trata de proteger a los hijos. En virtud de ello, en vez de una crónica como regalo por el segundo domingo de mayo, les traigo una anécdota real como muestra de sacrificio y gratitud.
Un día caluroso de verano un niño decidió ir a nadar en la laguna detrás de su casa. Salió corriendo por la puerta trasera, se tiró en el agua y nadaba feliz. No se daba cuenta de que un cocodrilo se le acercaba.
La mamá desde la ventana lo miraba y vio con horror lo que estaba a punto de suceder. Enseguida corrió hacia su hijo gritándole lo más fuerte que pudo. El niño se alarmó y empezó a nadar hacia la orilla.
Pero fue demasiado tarde.
La mamá agarró al niño por sus brazos justo cuando el caimán le agarraba por las piernas. La mujer tiraba firmemente con toda la fuerza de su corazón. Ciertamente el cocodrilo era más fuerte, pero ella era la mamá.
Un hombre, que escuchó los gritos, corrió hacia el lugar y con una pistola mató al cocodrilo.
El niño sobrevivió y, aunque sus piernas quedaron muy maltrechas, cuando salió del trauma que el suceso le produjo, un periodista le preguntó al niño si le quería enseñar las cicatrices de los pies.
El niño levantó la sábana y se las mostró. Pero enseguida, con gran orgullo, se subió las mangas y señalando las cicatrices en los brazos le dijo: –Las que usted debe ver son estas. Eran las marcas de las uñas de la mamá que había presionado con fuerza.
–Las tengo porque mamá no me soltó y tiró más duro que el animal, ella me devolvió de nuevo la vida.