“Voy bien cargado, mi María, con mi rifle al hombro, mi machete y revólver a la cintura, a un hombro una cartera de cien cápsulas, al otro en un gran tubo, los mapas de Cuba, y a la espalda mi mochila, con sus dos arrobas de medicina y ropa y hamaca y frazada y libros, y al pecho tu retrato”, escribió Martí a la niña María Mantilla, acerca de los pormenores de su vida en campaña en los montes del oriente cubano, donde había estallado por fin, la Guerra Necesaria que tanto tiempo y empeño había demandado de aquel hombre delgado y bueno.
Pudo haberlo tenido todo: amasar una fortuna con la brillantez de su labor periodística, ver crecer a su hijo amado, dormir acurrucado cada noche al costado de su mujer; pero el compromiso con su patria lo había arrastrado por otros caminos.
“Hemos dormido en cuevas, y al monte claro: el rancho de la guerrilla, con su ama servicial y su comida caliente, ha sido un lujo”, relató en carta fechada el 15 de abril de 1895, a sus amigos Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra, secretario de la delegación y tesorero, respectivamente, del Partido Revolucionario Cubano fundado por el apóstol en Nueva York. A ambos jóvenes confió la organización de sus documentos y la compilación en tomos de su obra literaria y periodística.
“Hasta hoy no me he sentido hombre. He vivido avergonzado, y arrastrando la cadena de mi patria, toda mi vida. La divina claridad del alma aligera mi cuerpo. Este reposo y bienestar explican la constancia y el júbilo con que los hombres se ofrecen al sacrificio”, agregó en la misiva dirigida a Quesada y Guerra, en referencia al gozo que le producía participar directamente en la lucha por la liberación de Cuba.
El 12 de mayo de 1895 el grupo de combatientes con el que viajaba el maestro se asentó en Dos Ríos, llanura abundante en pastos y potreros nombrada así por acoger el recodo donde convergen los ríos Cauto y Contramaestre.
La casa de La Jatía fue el campamento número 24 en el que permaneció desde que desembarcara con Gómez por Playita de Cajobabo el 11 de abril de 1895. La vivienda, de madera y techo de zinc a cuatro aguas, era propiedad del rico español Agustín Maysana, quien la había abandonado desde hacía un tiempo. El sitio, que aún se mantiene en pie, ostenta la categoría de Monumento Nacional por la importancia histórica que reviste. Allí escribió el líder sus cartas postreras.
Del 17 de mayo de 1895 datan los apuntes finales de su diario de campaña. Ese día anotó: “Gómez sale, con los 40 caballos, a molestar el convoy de Bayamo. Me quedo, escribiendo con Garriga y Feria, que copian las instrucciones generales a los jefes y oficiales…”
La columna del coronel español Ximénez Sandoval se había diseminado por la zona próxima al campamento de los mambises y empezó a atacar a pequeños núcleos de insurrectos.
Después de cruzar el Contramaestre y emprender los primeros ataques contra las fuerzas ibéricas, Gómez orientó a Martí permanecer en la retaguardia mientras él avanzaba por el flanco izquierdo, pero el poeta, quien ostentaba desde hacía poco más de un mes los grados de mayor general del Ejército Libertador, hizo caso omiso de la indicación del Generalísimo y se dispuso a la carga contra el enemigo con su revólver desenfundado, seguido por el joven Ángel de la Guardia, integrante de las tropas del general Bartolomé Masó y ayudante de este último, según refieren algunos historiadores.
Minutos antes el apóstol había arengado a los mambises con palabras hermosas que hablaban de valor y heroísmo y sentía como un deber el exponer su pecho al combate, pues creía que “el único autógrafo digno de un hombre es el que deja escrito con sus obras”.
Su impulso heroico lo condujo a la muerte. Balas españolas lo derribaron sobre el suelo de Dos Ríos.
“Y ahora, maestro y autor y amigo; perdona que te guardemos rencor los que te amamos y admiramos, por haber ido a exponer el tesoro de tu talento”, escribió a propósito de la muerte del héroe, el poeta nicaragüense Rubén Darío, considerado el máximo representante del modernismo literario en lengua española.
El respeto que sintió Darío por aquel escritor y revolucionario cubano le hizo escribir conmovedoras líneas como las siguientes: “…Luego sabrá el mundo lo que tú eres, pues la justicia de Dios es infinita. Cuba quizás tarde en cumplir contigo como debe. La juventud americana te saluda y te llora, pero ¡oh Maestro!, ¿qué has hecho…?”