El amor es tan diverso como los humanos, y aunque honrarlo y celebrarlo en determinadas fechas es habitual, eso no significa ni remotamente que sea preciso dejarse arrastrar por los desafueros del consumismo, mucho menos por la cursilería, aunque, sin duda, hay pocas cosas que nos acerquen al kitsch como la pasión cuya intensidad desdibuja los límites entre cordura y locura, buen gusto y ridículo… Y sabemos que son muchas más las fronteras que se pierden.
La naturaleza de los afectos varía según el ser que lo inspira: se quiere de forma diferente a padres, hijos, amigos, pareja, hermanos, primos, esa lista también podría ser muy extensa, pero lo cierto es que, a pesar de las diferencias, hay algo que convierte a esos amores en una misma cosa, y es la preocupación por quien inspira el sentimiento.
A los amados los queremos sanos, felices y en condiciones idóneas, retribuyéndonos el cariño con la misma intensidad que lo damos, preferiblemente, cerca y disponibles para compartir el tiempo, que es el más preciado de los regalos, porque cada minuto que alguien pasa a tu lado lo que está ofrendando es vida.
El 14 de febrero es una fecha que trasciende el aspecto romántico: es el día del amor, el cariño y la amistad, y a pesar de que los tiempos de crisis económica se visibilizan en pérdidas de valores, hoy hay mucho de los tres entre los cubanos.
Hay amor en las uñas ennegrecidas de la mujer que ante falta de otras alternativas cada día se enfrenta al carbón para cocinar los alimentos de sus familias; está en las noches sin sueño de los padres que cedieron el único ventilador recargable que pudieron comprar a sus hijos; o en los brazos cansados de abanicar, porque no hubo para tal artilugio que ayude a mitigar el calor, espantar mosquitos…
Hay amor en la joven que llevó los zapatos a reparar, porque las pastillas de abuela – que hay que comprar en el mercado negro- anteceden a la reposición de calzado; en los que luego de la jornada laboral fuera de casa llegan a esta para cuidar a ancianos enfermos; en el que hace dejadez de un alimento para que lo disfrute otro; en cada renuncia, por pequeña que sea, a un placer individual por el bien común del clan.
Hay amor en los planes pospuestos para proteger a otros, en el dolor compartido, la mano tendida para sostener, el oído receptivo, el alma sensible a la pena ajena y en ¡tantos otros lugares!
Porque el amor, el verdadero, no necesita de exhibicionismo ni reconocimiento público, es el que se expresa en actos más que con palabras, porque estas pueden no ser honestas, pero el obrar cotidiano, dice más de quiénes somos que las frases con que nos describimos.
El amor puede venir en ramos de flores ostentosas, dulces o regalos costosos, pero también en florecilla silvestre, complicidad diaria y certidumbre. El amor que para algunos está en lisonjas y expresiones físicas de afecto, también habita, con más fuerza diría yo, en la sinceridad rasposa y el actuar oportuno.
El amor puede residir entre aparatos modernos o en la simplicidad de la caverna, donde debió nacer, al calor del fuego o en la juntura de los cuerpos que, buscando calor, descubrieron la caricia.
El amor nos mantiene vivos, para los nuestros y por ellos, y a querer hay que aprender. No basta con el sentimiento si este se aquieta en el alma y no envuelve a la persona que es depositaria de él, tiene sus códigos que se rescriben cada vez que dos personas se profesan afecto, no importa si es amistad, romance o filial, porque en algunos casos se entremezclan.
Y si alguien lo duda, sepa que hay pocas cosas que den tanta dicha como que la persona con quien compartimos la sexualidad sea, a la vez, el confidente y el familiar más allegado.
Idealizar las relaciones por prototipos que otros nos venden y prefabrican es, cuando menos, inmaduro e irresponsable. El amor es nuevo cada vez que se experimenta, y si algo deseara para los cubanos este 14 de febrero, es que no perdamos la capacidad de amar, para que esas carencias que nos llevan a prácticas retrógradas en aras de la subsistencia, sean impotentes ante la fuerza renovadora de la pasión y; por supuesto, que nuestros cariños no sean forzados a llevar esa carga de abnegación y sacrificio.