El susto más grande de su vida lo pasó Manuel Correa el pasado 27 de junio: cerca de las 12 de la noche de ese día llegó, acompañado de su esposa, al policlínico de Puerto Esperanza, en Viñales, con un cuadro clínico desesperante.
La presión arterial por los elementos y mucha falta de aire le habían hecho pensar mil cosas y ninguna buena, porque bajo el estrés causado por el aumento de casos de COVID-19 por esos días en la provincia y el municipio un malestar así le hizo preocuparse en extremo.
“Rápidamente, y con mucha profesionalidad, se me atendió; se hizo un PCR y resultó negativo; me pusieron los medicamentos que llevaba en ese momento y estuve unas cuatro horas en observación, hasta que al otro día tuve la posibilidad de verme con un cardiólogo que me indicó las pruebas correspondientes y como resultado ahora soy un paciente con arritmia cardiaca”, cuenta ahora este viñalero sesentón.
“¿Cómo no agradecer lo que hicieron por mí, si me vi con la muerte encima?”, afirma y asegura que esa madrugada comprendió todavía más la grandeza del personal de la salud de nuestro país y cómo se esfuerzan por atender a cualquiera que se presente para solicitar sus servicios.
“Lo vi esa noche allí, porque al igual que se comportaron conmigo lo hicieron con otras personas que acudieron a que los atendieran, aquejados de diversos malestares”, expresa.
Manolo o Manolón para sus amigos es alguien con gran facilidad de palabras, pero ante lo que le sucedió y el trato recibido dice que basta con un “¡Gracias!” y con contar su experiencia que está seguro es también la de miles de pinareños y cubanos que agradecen día a día lo que hacen los trabajadores de la Salud por los que tienen que acudir a ellos.