Dice la canción que 20 años no son nada. Siguiendo esa misma línea de pensamiento pudiéramos creer que 28 días tampoco lo son e incluso afirmar que en comparación con el promedio de años vividos por una persona son apenas un atisbo, un segundo de vida: pero para Richard, Ingrid y Victoria deben haber parecido una eternidad, la perpetuidad de toda una era camuflada en apenas un mes.
Estar lejos de la familia es difícil. Más allá de las diferencias, inherentes a las propias relaciones humanas, todos añoramos el vínculo y la cercanía con nuestros seres queridos, ya sea que compartamos o no la sangre, porque sin dudas parte de la fuerza que nos impulsa a salir adelante, viene de ellos. Si le sumamos vivir esa distancia durante una época de crisis, los sentimientos adquieren otra dimensión y el dolor se multiplica, el alma duele y se siente como si se tratara de golpes en la piel.
Así lo debe haber sentido el grupo de 25 médicos, enfermeros, técnicos, personal auxiliar, en cuyos hombros recayó la responsabilidad de atender a los primeros pacientes diagnosticados con Covid–19 en Pinar del Río.
Las emociones que deben haber experimentado quizás no lleguen a poder expresarlas con palabras. El miedo, inevitable, de saber que lidiarás cara a cara con un enemigo prácticamente desconocido y altamente peligroso. La tristeza de saberse lejos de la familia, de no contar después de un día intenso de trabajo con el consejo vital de mamá, la palabra alentadora del padre, el apoyo emocional de la pareja, la sonrisa del hijo convertida en el aliciente más poderoso. Y al mismo tiempo el amor absoluto a la profesión y el compromiso constante y perpetuo con la vida.
Abrazar hasta las paredes
Ricardo Pérez Rodríguez (cariñosamente Richard) salió de su casa preparado como de costumbre para su jornada laboral. Le dio el beso habitual a su esposa y fue alejándose de su casa, con la inconsciente seguridad (que tenemos siempre todos) de que a la tarde estaría de vuelta. Pero ese no sería un día cualquiera.
El Licenciado en Enfermería y que se desempeña como anestesiólogo, llegó al hospital León Cuervo Rubio y de seguro saludó a sus compañeros de trabajo, compartieron algún chiste nuevo o comentario positivo sobre el reportaje del noticiero de la noche anterior, sobre la producción de papas que inició en la provincia, el café no debe haber faltado.
El día transcurrió normal hasta que llegó la noticia. Uno de los pacientes atendidos por Richard era el primer diagnosticado con el SARS-COV2 en la provincia. Por más que uno trate de ponerse en su lugar, solo viviendo un momento así se llegaría a comprender la montaña rusa de sentimientos que de seguro se apodera del cuerpo.
“El director me dijo: -Richard, hay que estar aquí-, a lo que yo respondí: Bueno, ya yo estoy. Desde ese día hasta hoy nos hemos mantenido dispuestos y si tenemos que volver, lo haremos, cuántas veces nos necesiten daremos siempre el paso al frente”.
Y es que para él, como para el resto de sus compañeros, el deber se impone por encima de tantas cosas: “escogimos esta profesión y con ella estamos comprometidos”.
Estuvieron trabajando 14 días ininterrumpidos y luego 14 más de aislamiento, en unidades de la Empresa Provincial de Alojamiento (hotel La Marina y casa La Esmeralda) , medida necesaria para velar por la salud de ellos, sus familias y las personas en general.
Conocedores de cuán importante es cortar las cadenas de contagio y evitar la propagación, cumplieron gustosos, aunque siempre con ese mal sabor que genera la imposibilidad de sentir el calor de quienes se ama.
“Hubo muy buena atención por parte de todas las personas en la casa de alojamiento. Eso unido al apoyo de mi esposa, mi hija, mis hermanos, fue de las cosas que ayudó a sentirnos mejor y mantenernos con calma, después de haber estado enfrentándonos día a día a ese virus microscópico pero que genera daños muy grandes y hasta difíciles de aceptar, como profesional de la salud y como ser humano. No es fácil conocer la noticia de la muerte en un día de cientos y miles de personas en el mundo y faltas de tantas atenciones, afortunadamente aun siendo un país pequeño y bloqueado, ponemos por encima al ser humano”.
El número de experiencias acumuladas para quien suma ya casi 40 años de vida laboral debe ser incontable y diverso. “Piensas que no te falta nada por vivir, pero siempre hay cosas nuevas por aprender. Trabajar con pacientes contaminados por una enfermedad que puede ser mortal es una experiencia muy difícil, pero también enriquece. Me ha servido de mucho, para reafirmarme más como profesional de la salud e incluso para sentirme mejor ser humano”.
Ante la pregunta de cuáles son sus expectativas sobre el regreso a casa después de un mes fuera encoge los hombros, desvía la mirada, deja pasar el nudo en la garganta y solo logra decir: “Imagínate, hasta mi perro mi extraña”.
¿Y qué será lo primero que hagas?-le inquiero-. Sus ojos empañados me responden primero, la voz temblorosa llega unos segundos después: “acariciar hasta las paredes, sentir que están ahí y que yo también estoy ahí, y darle un beso a mi esposa”.
Amores en tiempos de Covid
Si Gabriel García Márquez hubiera vivido en esta época de la humanidad, con tantos países, casi todos ya, desolados por una pandemia tan poderosa que ha logrado aislar a las personas entre sí, al punto de separar madres de hijos, abuelos de nietos, amigos, matrimonios; nos habría regalado con su pluma una obra mucho más universal que “El amor en los tiempos del cólera”, y definitivamente más sentida y provocadora de emociones.
Quizás para alguna de sus historias se habría basado en la de la doctora Ingrid González Serrano.
Decirle a una pareja de jóvenes recién casados que dentro de sus primeras experiencias no estará solo aprender a convivir juntos, remodelar a su gusto el hogar en caso de que vivan solos o demostrar sus habilidades de chef con cenas románticas; sino que deberán vivir toda esa pasión y deseos de compartir la vida desde la distancia física, de seguro no será tomado con el mejor de los ánimos.
Para Ingrid y su esposo fue doblemente difícil, pues la lejanía de ella incluía el peligro de atender pacientes confirmados de una enfermedad altamente contagiosa y en una parte de los casos mortal.
Y si a ello le sumamos los tan solo dos años de graduada de Medicina y sus 24 años de edad, la ecuación se vuelve más complicada. Si para un profesional con sobrada experiencia es impactante, para quien viste una bata blanca desde no hace tanto tiempo, debe ser atemorizante, aunque también enriquecedor.
“Nos llamaron y al principio uno siente miedo”, intento decirle con mis ojos (el único rasgo de mi cara que deja expuesto el nasobuco) cuán normal es, ello la hace humana y al mismo tiempo el valor de hacer frente a los temores, la vuelven una heroína, mucho más real e impresionante que las del universo de Marvel o DC Comics.
“Tuvimos todos los cuidados y precauciones necesarios para protegernos. Fue una experiencia que nunca vamos a olvidar y nos ha dado las herramientas para seguir trabajando con estos pacientes y enfrentar lo que venga”.
Desde la sala de cuidados progresivos donde trabaja Ingrid, podrán no escucharse los aplausos que cada noche a las 9 dan los pinareños y todos los cubanos, pero estoy segura de que el sonido viaja hasta su corazón para darle fuerzas.
“Muchas gracias a todas las personas que nos han atendido durante estos días de aislamiento, también al pueblo, a esas personas que detienen todo a las 9 para agradecernos, nos emociona mucho y da razones para seguir trabajando”.
Las conversaciones cada noche con su papá y demás seres queridos hicieron más llevadera la separación. Saber que físicamente estaban distantes, pero no en espíritu, y es que cuando las almas se aman no hay lejanía lo suficientemente grande como para romper el vínculo entre ellas.
“Siempre mantuvimos la comunicación, el apoyo de la familia es imprescindible y lo tuvimos. Contamos con el respaldo de todos y estamos dispuestos a retornar a nuestros trabajos después de estos días de descanso”.
“Abrazarlos a todos”, es su primer objetivo en cuanto llegue a casa y aunque en tiempos de Covid se ha impuesto como regla el quererse de lejos y demostrar amor sin contacto físico, le debemos a Ingrid el permitírselo. Abrace a su familia doctora, y sienta cuando lo haga el abrazo agradecido de toda Cuba.
Victoria, hoy y siempre
Ángela Victoria Acosta Martínez no viste bata blanca ni uniforme de enfermera. Ella no diagnostica pacientes, ni les indica el tratamiento a seguir, tampoco les toma la temperatura o inyecta los medicamentos necesarios para su recuperación. A ella no la llaman “doctora”, sino “seño” y se siente inmensamente orgullosa por ello.
Comparte con mi abuela parte de su nombre, también la profesión y el inmenso amor por los nietos. Tan solo hablamos algo más de tres minutos, pues el taxi que la llevaría a casa después de 14 días fuera la esperaba, y no quise ser yo quien retrasara ni un segundo más el encuentro con los suyos.
Solo tres minutos bastaron para que naciera en mí el cariño, no sé si porque los deseos de ver mi “mamá tita” luego de casi un mes impedida de visitarla ya no caben en este mundo de pandemias, dolor y distanciamiento, o si ponerle un rostro al agradecimiento fue el causante. Creo que los dos.
A sus 56 años demuestra el espíritu de una joven de 20, será por aquello de que la edad es un estado del alma, y una disposición a ir allí donde la necesiten, que muchos envidiarían.
Victoria es auxiliar general en el servicio de Gastroenterología del León Cuervo Rubio. Cuando el director le pidió ayudar con la atención a pacientes enfermos con la Covid19, no dudó en decir sí, aunque ello implicara estar lejos de su madre de 89 años.
“No te puedo negar que me sentí mal por la separación pero me mantuve fuerte. Estuve expuesta, pues debía estar al lado de los pacientes, atenderlos, limpiar las camas, los baños. Me cubrí bien y cuidé bastante para poder ver a mi familia y tener un examen negativo a la enfermedad como tengo ahora. Estoy dispuesta para la próxima pelea. Hasta la victoria siempre como mi nombre”.
Ella es consciente de cuán importante es su labor y no permite a nada ni nadie opacar el orgullo que siente por sí misma y el de su familia. “Me siento igual que los médicos y las enfermeras, porque sin mi limpieza no hay nada y no se va el coronavirus tampoco. Si no limpio, esterilizo bien y paso el hipoclorito, no será suficiente con el medicamento, solo no hará su parte”.
Nos despedimos y yo espero que también haya sentido mi orgullo, sincero, así como el agradecimiento de todas las personas a las 9 (y a cualquier hora pues no se fija un momento para ser agradecidos); que los sienta para ella, pues son más que merecidos.
Un aplauso de amor a distancia. Un aplauso de todos, a ellos que son vida. Sus manos regalan hoy salud, esperanza, futuro y las nuestras les dan las gracias.