El cuatro de marzo de 1870 el joven José Julián Martí Pérez es condenado a cumplir seis años de prisión, acusado del delito de infidencia, por el Consejo de Guerra español que lo juzgó, más represivo y dictatorial que nunca en tiempos en que los mambises cubanos desarrollaban la primera guerra por la independencia en los campos de batalla del oriente y centro del país.
Y porque solo tenía 17 años cumplidos pudiera creerse que el inculpado no se había desprendido del halo de la adolescencia y la niñez.
Nada más lejos de su esencia: Martí ya era un joven hombre, y estudiante sobresaliente del colegio de Rafael María de Mendive, al cual animaban los más firmes ideales patrióticos y revolucionarios. Había escrito el poema 10 de Octubre, reverenciando el alzamiento del 68 y el poema teatral Abdala, sobre un líder libertario nubio en el que metafóricamente se le reconoce a él.
En el año de su juicio y condena diversos testimonios reflejan la existencia de un clima represivo asfixiante en la capital cubana, aparentemente alejada de los escenarios de la guerra, pero donde había patriotas que conspiraban a favor del llamado Grito de Yara.
Por entonces campeaba por sus fueros, sin ningún tipo de control ni moral el llamado Cuerpo de Voluntarios de La Habana, una entidad reaccionaria y sanguinaria que reprimía con la tortura y la muerte incluso a meros sospechosos de infidencia con el poder de la metrópoli. Era una organización paramilitar que operaba con anuencia del Ejército y las autoridades españolas.
Sucedió que el día cuatro de octubre de 1869, un destacamento de ese cuerpo represivo creyó escuchar algunas risas cuando sus miembros pasaron bajo el balcón o ventana de la casa del estudiante Fermín Valdés Domínguez, en la cual ambos muchachos estudiaban como era de costumbre.
Los represivos interpretaron la risa como una burla o provocación y, no contentos, regresaron en la noche para hacer un registro en la susodicha vivienda donde Fermín vivía con el padre.
Encontraron allí una carta dirigida al condiscípulo Carlos de Castro, una esquela en que lo acusaban de apostasía por haberse incorporado al Cuerpo de Voluntarios. Al tratar de determinar el autor de la misiva, inmediatamente requisada como prueba de un alto delito, los captores se sorprendieron al ver que tanto Pepe Martí, como su amigo Fermín se responsabilizan con ello. Por la grafía prácticamente idéntica, no se podía determinar.
Más tarde en el proceso Martí quedó establecido como autor. Entró en la prisión de la Cárcel Nacional el 21 de octubre de ese año, en espera del juicio que, como dijimos, dio su fallo el cuatro de marzo de 1870.
Condenado, radica definitivamente como reo en la Cárcel el cuatro de abril siguiente. Fue un verdadero Via crucis lo que pasó el adolescente, que tras su severa condena tuvo que vestir uniforme de presidiario y con el número 113 es obligado a trabajo forzado en las inhumanas canteras de Sán Lázaro. Lo que vio y vivió allí más adelante, se equipara a la barbarie y el horror.
Sobre esto escribió una valiente y contundente denuncia tan pronto le fue posible. De esa época es la fotografía, con atuendo de presidiario, que enviara a su madre con el doloroso verso, que en esencia dice:
Mírame, madre, y por tu amor no llores:
Si esclavo de mi edad y mis doctrinas
Tu mártir corazón llené de espinas,
Piensa que nacen entre espinas flores.
En esa etapa cruenta el joven no solo sufrió sus propios dolores, como las piernas y pies lacerados e infectados por los grilletes de hierro. También se estremeció con el dolor de los que lo rodeaban, ancianos agonizantes y castigados con golpes y látigos, y niños pequeños que no podían sobrevivir en aquel mar de injusticias y represión.
Pepe no olvidaría jamás la imagen de su padre, el adolorido Don Mariano, cuando se abrazó a sus pies sollozando al intentar colocar unas almohadillas que le enviaba su madre para aliviar el dolor por sus llagas.
Allí comprendió para siempre la magnitud del amor de su progenitor, con quien no podía compartir sus ideales. Don Mariano era un honesto sargento vinculado al ejército colonial que no podía aceptar el ideal independentista. Pero a partir de ahí –el tiempo de la barbarie del presidio-, una especie de paz comprensiva se adueñaría de esa relación.
«Dolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas. Dolor infinito, porque el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores, el que mata la inteligencia, y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borrarán jamás».
Ese fragmento de su denuncia evidencia su sentir que va más allá incluso del lado emocional y sentimental para convertirse en una impactante denuncia política. Martí describe detalladamente al sistema penitenciario colonial y va más allá al exponer las condiciones sociales de la isla, e incluso utiliza metáforas, haciendo alusión a la palidez del Infierno descrito por Dante, en su inmortal obra literaria, si se le compara con la vida de las cárceles coloniales de la Isla.
Fueron los esfuerzos ingentes de su padre los que ayudaron a que su pena fuera revalorada y conmutada por mediación de un amigo de este, el próspero catalán José María Sardá, arrendatario en las canteras de San Lázaro. El mismo José María se interesa personalmente por él y logran cambiar su pena por el destierro.
Mientras se recuperaba de su calamitoso estado de salud, Pepe pudo pasar un tiempo, desde el 13 de octubre de 1870 a enero de 1871, en la finca campestre El Abra, en la entonces Isla de Pinos, una propiedad de la gentil familia Sardá. El 15 de enero de 1871 sale de La Habana en el vapor Guipúzcoa, rumbo a Cádiz, a cumplir el destierro.
En España primero estuvo en Madrid, para tiempo después reunirse en Zaragoza con su amigo del alma Fermín Valdés Domínguez, quien había cumplido seis meses de prisión en La Habana y se había visto implicado, pero por suerte librado de la tragedia, en los sucesos que terminaron en el crimen horrendo de los estudiantes de medicina el 27 de noviembre de 1871. El 12 de abril de 1871 José Martí publica El presidio político en Cuba, por intermedio del diario español La Soberanía Nacional.