Para la niña Ana no existía mejor regalo que un libro, por lo que, en cada salida con su madre a la ciudad, el pedido reiterado se hacía eco una y otra vez: “Mima, yo solo quiero que me compres un libro”, ante lo cual su mamá complaciente, no escatimaba en complacer a la pequeña que, en su primer día de escuela, asegurara querer ser maestra de lectura.
De esta petición -a la que le sucedieron otras tantas en casi medio siglo- la madre de Ana recuerda, amén del tiempo, la esquina exacta de la ciudad Pinar del Río donde estuviera el ejemplar que llamara la atención de la niña. “Yo quiero este”… y se lo compró.
Y hasta hoy sobrevive la edición por Gente Nueva y el Centro de Estudios Martianos en 1982 de las cartas de José Martí a María Mantilla, un texto que fue guardado como reliquia entre las manos de su dueña y heredado después a otras generaciones.
A 170 años del natalicio del autor de esta obra, honramos al Maestro con historias menos contadas, pero que nos devuelven, cada vez, al ser humano, de carne y hueso que fuera José Julián Martí Pérez.
MI MARÍA
María Mantilla era la hija menor del matrimonio de Manuel Mantilla y Carmen Miyares, quien nació poco antes de la muerte de su padre. Manuel y Carmen eran los dueños de la casa de huéspedes donde mejor acogida encontró el héroe durante su estancia en New York, allá por el año 1880.
Por lecturas reiteradas es sabido que Carmen Miyares fue la receptora de casi toda la papelería martiana, que años después serviría para que Gonzalo de Quesada y Aróstegui iniciara la publicación de las primeras Obras Completas y que de no haber existido esta abnegada mujer, no hubiera sido posible el conocimiento que hoy tenemos de la obra de José Martí.
Testigos del afecto consagrado por Martí hacia María fueron las cartas a ella dirigidas y que dejan al descubierto cómo la palabra es fiel exponente del amor, pues nadie lo pondría en dudas al leer expresamente cada inicio de misiva, “María mía”; “Mi María”, “Mi niña querida” o “Maricusa mía”, vocativos construidos a base de cariño y mimo; firmadas siempre con el sintagma nominal que perpetúa la incondicionalidad infinita de quien está seguro de sus sentimientos: “tú Martí”.
Es obvio que el hombre de luz y alma que fuere Martí encontró en la niña la persona en quien depositar la ternura inmediata de su amor paternal, en ella se aunaba no solo la inocencia que florecía en el hogar que lo acogiera con los brazos abiertos, sino que en aquella “chiquilla” hermosa estaban todos los niños del mundo, para quienes escribió La Edad de Oro. María fue su regazo, tal vez, el único sosiego de los últimos 15 años de su vida, la sonrisa-alimento; la voz-canción; el amor-premio. Como un resguardo lo acompañaba su retrato al morir en Dos Ríos; estaría entonces con él, hasta el último instante, quien fuera su hija de corazón y quizás de genes.
No hay cómo negar que el amor es universal. En febrero de 1895 le escribe: “Tu carita de angustia está todavía delante de mí, y el dolor de tu último beso. Los dos seremos buenos, yo para merecer que me vuelvas a abrazar, y tú para que yo te vea siempre tan linda como te vi entonces… y ahora un abrazo muy largo, para que te duermas con él… nadie te quiere más, ni desea más verte y oírte que tú Martí”. No hay cómo negar que el lenguaje “sentipensante” al que aludía Galeano, encuentra su principal caudal en el amor.
LA OTRA CARMEN
Mucho se ha hablado de la relación de Martí y Carmen, sobre todo al quedar viuda ella en 1885 de un hombre joven, pero enfermo. En escritos referentes a ellos se dice que fue “la mujer definitiva en su vida solitaria”, “permanecería Martí unido hasta el fin de su vida a aquel hogar, donde dejó sus más cálidos amores”.
A Carmen se le llamó La Patriota del Silencio, sobre ella, Blanche Zacharie de Baralt, (entrañable amiga del Apóstol y autora del libro El Martí que yo conocía) escribió: “Desafió la adversidad y mantuvo el barco a flote… En medio de sus tareas de madre de familia y ama de casa, le alcanzaba el tiempo para auxiliar a los pobres, alojar a algún cubano impecunio… su gran corazón era refugio y consuelo de tristes”.
Se refirió la autora también a la amistad del poeta con Carmen: “… no tardó en encontrar en ella un apoyo, una consejera que le prodigaba una amistad que no iba a terminar y fue en la vida de Martí un gran auxilio, una fuerza hasta en su obra redentora”.
Al caer en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895 y el 22, al leer Carmen la noticia en las páginas del New York Herald, escribió a su amiga Irene Pintó de Carrillo: “Figúrate qué será de mi vida sin Martí, el afecto más grande de mi vida, toda la felicidad se ha ido con él: ya para mí el sol se eclipsó y viviré en eterna tiniebla”.
Cuenta Nydia Sarabia, autora del libro La Patriota del Silencio Carmen Miyares, que al enterarse Carmen de la muerte del Apóstol un drama terrible azotó a la familia, que atormentada pasó días horribles. De manera clara le dice a su amiga Irene: “…este es el más grande de los pesares que ha podido caer sobre mi alma, no sé si podré tener valor para soportar tanto dolor… por el cariño tan grande y desinteresado que nos teníamos”.
A Clarita Pujols, otra de sus amigas, le confiesa: “… ¡qué hombre tan grande y qué falta le va a hacer a Cuba y a los cubanos; con dificultad habrá quien pueda llenar este puesto: y para nosotros, para nosotros no tiene tamaño esta desgracia…”.
Falleció la señora Miyares el 17 de abril de 1925 en New York, víctima de una neumonía, y hay quien asegura que, aunque estaba su corazón herido de muerte desde 1895, se despidió de la vida murmurando el nombre de José Martí. No hay cómo negar que el amor no tiene fronteras y que lo hace grande quien lo da y quien lo recibe.
MARÍA, MÁS ALLÁ DE LO PROBABLE
Entre los anexos del libro La Patriota del Silencio Carmen Miyares, Nydia Sarabia adjunta dos testimonios reveladores de la paternidad aún no probada de Martí y María. El primero de ellos es de María Teresa Bances y Fernández-Criado (Teté), viuda del hijo del Maestro, quien habla de la admiración que le causó conocer a María Mantilla en ocasión de su asistencia al homenaje que se realizó en enero de 1953 al conmemorarse el centenario de José Martí:
“Cuando la vi por primera vez en persona y bastante cerca, me impresionó el parecido que tenía con Pepe Martí, mi esposo, ya fallecido. No podía creer que ese parecido físico guardará relación con Pepe. A medida que la veía conversar con los que la rodeaban, me percataba que, en sus ademanes, su sonrisa, su forma hasta de sentarse, aparte del parecido físico como la cara, las manos, eran tan iguales a las de Pepe Martí, que no pude, por menos, de convencerme que existía un parentesco entre ambos”.
Más adelante, también entre los adjuntos, aparece una carta aclaratoria de María Mantilla a Gonzalo de Quesada, tras el conocimiento de las declaraciones que realizará a finales del año 1958, en La Habana, el doctor Alfredo Vicente Martí y Sáenz, asegurando públicamente ser nieto de José Martí.
“Yo, como usted sabe, soy la hija de Martí y mis cuatro hijos, María Teresa, César, Graciela y Ernesto Romero, son los únicos nietos de José Martí. Desde el año 1880, año en que yo nací, Martí vivió en mi casa, rodeándome de infinito amor y protección, hasta el día en el año 1895 que salió para Santo Domingo a juntarse con Máximo Gómez, y luego el famoso desembarco en Cuba. ¿Usted me preguntará por qué este relato mío? Porque tengo que defender el nombre de mi padre, ante los cubanos que veneran el nombre de José Martí (…) Le aseguro que este asunto me ha causado mucho pesar, y como no me quedan muchos años más de vida, quiero dar a conocer al mundo este secreto que guardo en el corazón con tanto orgullo y satisfacción (…) Espero me perdone este desahogo del alma, que siento tan necesario en este momento”.
A este 2023 llegamos, pasado ya más de un siglo del nacimiento del más universal de todos los cubanos, sin la certeza de si realmente fue María hija biológica de Martí. Es esta una verdad que se batirá siempre entre la certeza y la duda; pero si hay algo que no podremos negar jamás es la veracidad del cariño desmedido hacia una niña que cada vez veía con más ternura y luz, la que metafórica y “literalmente” fue “la niña de sus ojos”.
Pensando en Martí a los 170 años de su natalicio salió a la luz nuevamente aquel libro de cartas
que mi abuela arrulla como reliquia en tierra de huracanes y en el que, ni el deterioro del tiempo -visible en sus páginas desprendidas y amarillentas, ni la tinta borrosa, ni los años de edición-, pueden anular los significados explícitos y subliminares que revelan cada una de las palabras en él escritas. Es esta, una edición única que atesora el nieto de Ana, quien un día sabrá, luego de aprender a leer, por qué este manojo de grafías constituye un tesoro que es puro amor y como tal deberá ser valorado y cuidado por todo el árbol genealógico de esa familia, amantísima del Apóstol.
Bibliografías consultadas:
José Martí, Cartas a María Mantilla, editorial Gente Nueva y Centro de Estudios Martianos, 1982.
Artículo Dos Cármenes en la vida de José Martí, publicado en el sitio digital 5 de septiembre de Cienfuegos.
Sarabia, Nidia. (1990). La Patriota del Silencio Carmen Miyares. Editorial Ciencias Sociales. La Habana.