“(…) Debe ser coqueta para seducir, catedrático para explicar, filósofo para mejorar, pilluelo para penetrar, guerrero para combatir. Debe ser útil, sano, elegante, oportuno, saliente. En cada artículo debe verse la mano enguantada que lo escribe, y los labios sin mancha que lo dicta. No hay cetro mejor que un buen periódico (…)”.
Es sin dudas un referente cuando del mejor oficio del mundo se trata (así lo sentenció el gran Gabriel García Márquez y no puedo estar más de acuerdo con él). Nuestro Apóstol fue y seguirá siendo el tipo de periodista que todos deseamos ser: agudo, veraz, certero, literario, artístico, ético, con el corazón como pluma y la mente brillante y adelantada a su tiempo, como guía.
De Martí y su vínculo con el periodismo lo primero que recuerdo es aquella historia que me contó una de mis profes de la secundaria. Corría el año 1886 cuando Charleston, ciudad de Carolina del Sur en Estados Unidos, fue azotada por un terrible terremoto con una magnitud, de momento, estimada entre 6.9 y 7.3.
“Un terremoto ha destrozado la ciudad de Charleston. Ruina es hoy lo que ayer era flor, y por un lado se miraba en el agua arenosa de sus ríos, surgiendo entre ellos como un cesto de frutas, y por el otro se extendía a lo interior en pueblos lindos, rodeados de bosques de magnolias, y de naranjos y jardines… Se nota en todas las caras, a la súbita luz, que acaban de ver la muerte: la razón flota en jirones en torno a muchos rostros…”
Así narró José Martí lo sucedido sin haberlo presenciado, encontrándose de hecho en Nueva York, a más de mil kilómetros. Fue capaz con su prosa de situar a los lectores en medio del terror de quienes lo perdieron todo, con un lenguaje casi gráfico, visual, sensorial. No necesitó estar allí, frente al acontecimiento, para describirlo como si se tratara de la escena de una película y hasta darle movimiento a las palabras, jugar con los ángulos, la luz, los “movimientos de cámara”.
Recuerdo a mi maestra relatarlo con profunda admiración y mi sensación de querer alcanzar un día al menos una ínfima parte de tal perfección a la hora de escribir. Así era Martí. Nació con el arte de la palabra, de transmitir, de comunicar, sin siquiera tener que esforzarse.
En su artículo Saberes tecnológicos y cuerpos (pos) coloniales: Martí en la escena norteamericana Beatriz González-Stephan, docente e investigadora venezolana, resumió: “Como cronista asumió la tarea de ver por los otros, de ver por los que no podían ver lo que él estaba viendo en pleno teatro moderno. Su escritura paradójicamente fue transmisora de cargas de intensidad moderna a las ciudades latinoamericanas ávidas de noticia e imágenes de proceso. Su responsabilidad de mirar por el otro, de co-responder a la necesidad de visibilidad que el lector lejano manifestaba, impregna de imperativo político a la crónica al transformarla en vehículo ético de esa modernidad”.
Y la crónica no fue el único género en el que destacó. La elegancia de su prosa también sobresalió en la semblanza, el ensayo y el artículo de opinión. Su encumbrada obra lo convirtió en uno de los más grandes paradigmas del hacer periodístico de habla hispana.
EL ARTE DE ESCRIBIR
“(…) Que un periódico sea literario no depende de que se vierta en él mucha literatura, sino que se escriba literariamente todo. El periódico debe estar siempre como los correos antiguos, con el caballo enjaezado, la fusta en la mano, y la espuela en el tacón (…). Al menor accidente, debe saltar sobre la silla, sacudir la fusta, y echar a escape el caballo para salir pronto y para que nadie llegue antes que él (…)”.
Así definió el Maestro la fuerza vital que debía regir a la prensa y casi 130 años después de haberlo publicado en su artículo Sobre periodismo en el periódico Patria, prevalece.
A los 16 años, cuando los jóvenes viven un proceso de intensos cambios psicológicos y físicos y de acuerdo con los psicólogos aún no han alcanzado la maduración definitiva (se logra a los 25-30 años), Martí cambió ser el típico adolescente rebelde enojado con el mundo por ser aquel que buscaba entenderlo, incluso mejorarlo.
A tan corta edad dio sus primeros pasos en la actividad periodística al fundar junto a su entrañable amigo Fermín Valdés Domínguez el periódico El Diablo Cojuelo, en octubre de 1869. Nueve días después trajo a la luz al periódico La Patria Libre.
Los investigadores coinciden en que, aunque desarrolló una amplia carrera en el arte de encaminar, enseñar, guiar funciones que le atribuyó a la prensa durante su exilio en España, el verdadero nacimiento de su inigualable pluma fue en tierras más cercanas: México tuvo el honor de contemplar de cerca el crecimiento del cronista mayor, el reportero, articulista, editor, corrector de pruebas, corresponsal. Su trayectoria fue amplísima.
Sus colaboraciones en La Soberanía Nacional de Cádiz; la Revista Universal de México; El Progreso, El Federalista y El Guatemalteco de Guatemala; La Opinión Nacional de Venezuela; la revistas La América (dirigida por él), The Hour, La Juventud, El Porvenir y La Revista Ilustrada y los diarios El Economista Americano, El Avisador Cubano, El Avisador Hispanoamericano y The Sun de Nueva York dieron muestra de su extensa y prolífera carrera como reportero.
En la gran manzana tuvo lugar la más fecunda etapa del Martí periodista, quien llegó a colaborar con alrededor de 24 periódicos. En los 15 años que vivió en Estados Unidos escribió sobre los más variados temas: guerras, arquitectura, moda, historia, literatura, filosofía, política, educación, ciencia… Ese amplio espectro de tópicos lo convirtieron en un periodista conocedor de todo y quizás fue la base de que hoy no importa sobre qué investiguemos, siempre nos topamos con alguna idea o reflexión suya.
Importante es mencionar la fundación de la revista La Edad de Oro, la cual escribió, dirigió y administró. “Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo. Y queremos que nos quieran, y nos vean como cosa de su corazón”.
La cumbre de su obra periodística la alcanzó el 14 de marzo de 1892 cuando fundó Patria, el periódico de la Revolución y órgano oficial del Partido Revolucionario Cubano -también fundado por él- el cual fue el reflejo de sus ideas de independencia y libertad.
CON LA PLUMA EN LA MANO
Así vivió el Apóstol de Cuba. Desde su etapa de estudiante hasta la caída en Dos Ríos su pluma estuvo en constante movimiento y creación, reportando sobre todo a su alrededor y sobre sus pensamientos sobre ello, con un verbo siempre encendido.
Su peregrinar por el mundo, muchas veces forzado por el destierro, le permitió además desarrollar una extensa labor como corresponsal. Los ejemplos se encuentran en sus Escenas norteamericanas publicadas en La Nación (Argentina) y la Opinión Nacional (México), escritas desde Estados Unidos, así como Cartas al Director y su famosa Sección Constante.
El extraordinario talento de Martí y su inigualable visión le permitieron ejercer un periodismo adelantado a su época, alejado de toda ligereza y sensacionalismo, que además de informar, educara; y sentar las bases de lo que el buen reportero debía hacer: mostrar una acertada fotografía del mundo, investigar en profundidad los sucesos, mantener el compromiso con la verdad, hacer uso de recursos narrativos para captar el interés de los lectores y poner siempre en el centro de la noticia a la gente cotidiana.
Su amor y compromiso inmensurables por este oficio quedaron plasmados en su poesía:
Mientras me quede un átomo de vida
Halaré mi cadena con valor:
Pintaré con palabras, y en las manos
No habrá más manchas que la del color.
Mientras me quede un átomo de vida
Con la cabeza en alto, sonreiré.
Moriré con la pluma, en el trabajo:
Con la pluma en el pecho moriré.