Hace prácticamente un año, los casos de COVID-19 en Cuba disminuían. Se preparaban entonces condiciones para una apertura gradual de las fronteras y de la puesta en marcha de la vida económica y social de la Isla en una nueva normalidad.
La “felicidad”, como dice el refrán, no duró mucho, y al comienzo de 2021 el SARS-CoV-2 contratacó con mucha más fuerza. Las nuevas variantes del virus trajeron consigo un incremento desmedido de infectados y lamentablemente también de fallecidos.
Quedó demostrado que es una enfermedad mortal no solo para diabéticos, hipertensos o ancianos, sino que puede acabar con la vida de un niño, de una gestante y de un joven en solo horas.
El mundo está hace par de años con tristeza y angustia, pero estos más de seis meses que llevamos los cubanos de dolor intenso, de pérdidas, incertidumbres, miedos y además de carencias y necesidades parecen sacados de la ficción. Y a veces pasan factura.
Una vez más estamos abocados hacia una apertura gradual de fronteras; apostamos por una paulatina reanimación de la economía, de la vida social y cultural. Nos llega de nuevo otra luz, otra “nueva normalidad”. Así lo indican los números.
A medida que se completan los esquemas de vacunación, se reincorporan los estudiantes a las aulas; se abren las instituciones y centros culturales, los hoteles e instalaciones turísticas, las unidades gastronómicas… lo que tanto anhelamos todos.
La desescalada es necesaria, la apertura gradual de la economía mucho más, pues debe repercutir de manera favorable en la actividad productiva. Así lo afirmaba el ministro de Economía y Planificación Alejandro Gil Fernández, en reciente sesión del Consejo de Ministros.
En su intervención explicaba que al cierre del mes de agosto se incumplieron rubros como el arroz, el maíz, los frijoles, la producción de leche y huevos, así como de carnes bovina y porcina y en el caso de las hortalizas y los vegetales la demanda está muy por encima de la oferta. Factores que a la par de los altos precios perjudican considerablemente el bienestar de la población, como si una pandemia mortal no fuera suficiente.
Igual de necesario es el retorno de los estudiantes a las actividades lectivas, en ello va la garantía del futuro del país en todos los sectores, para que quede en buenas manos. De más está decir que la organización y la disciplina en cada centro es imperativa, pues me atrevo a asegurar que en muchas familias queda la preocupación ante un posible contagio que derive en evento institucional.
Que más del 80 por ciento de la población cubana esté vacunada con al menos una dosis es un gran logro, pero dice otro refrán que en la confianza está el peligro. La COVID-19 no se ha erradicado, sigue latente, esperando al mínimo descuido para hacer daño. No nos puede cegar el ímpetu y el deseo de volver a la vida de antes.
Es cierto que el éxito de la apertura depende en gran medida de la responsabilidad individual, pero también de evitar la avalancha de reuniones, aglomeraciones y convocatorias que bajo la máxima de que se hacen con el “estricto cumplimiento de las medidas higiénico-sanitarias”, son cada vez más recurrentes.
Si queremos salir de esto juntos hay que ponerle empeño juntos: halar parejo y con sentido común; no aflojar la cuerda por un lado y tensar por el otro.
Muchos añoran volver a la rutina de antes: ir y venir del trabajo; pasar de vez en vez por una tienda y comprar, en la medida de lo posible, el plato fuerte de varios días; acudir a la farmacia y llevar los medicamentos necesarios para controlar la presión, la diabetes o alguna infección; festejar un cumpleaños o ir a la playa en familia; disfrutar de una obra de teatro o un concierto… volver a la vida.
Esperemos que el próximo mes de noviembre sea el inicio de un nuevo camino, que no se torne corto como el anterior y que sepamos mantenerlo cada vez más claro y seguro. Apostemos por hacer las cosas bien desde el lugar que a cada cual corresponde.
Tal vez, cuando todo pase, no seamos los mismos. Quedarán muchas heridas abiertas para siempre, muchas cicatrices, malos sabores y recuerdos. Tratemos de que nos impulsen los momentos en que aprendimos el valor del humanismo, la solidaridad, la camaradería y la sensibilidad. Que la nueva luz no se apague tan pronto.