En estos días que tanto se habla sobre estrategias foráneas para crear el caos en el país, es útil que miremos, con espíritu autocrítico, hacia la realidad circundante; porque sin minimizar el impacto del bloqueo económico, comercial y financiero, ni las malas intenciones de los provocadores, hay muchos que colaboran con ellas.
La “promoción del descontento”, es la segunda, entre cinco etapas, concebidas por el politólogo estadounidense Gene Sharp, autor de La política de la acción no violenta.
Grandes aliados de ese propósito son la ineficiencia en la prestación de servicios, burocracia, indolencia y corrupción, por solo citar algunos de los males cotidianos con que lidia cualquier cubano.
No se trata de disponibilidad de recursos, sino de posturas individuales que llegan a convertirse en colectivas y cargan de insatisfacción hasta al más optimista; me encantaría pensar que alguien carezca de ejemplos concretos en cualquiera de estos casos, pero si existe, es excepción y no regla.
Tampoco son males nuevos, fueron caldo de cultivo en la década del ‘80 para muchos de los textos de Héctor Zumbado, periodista que con humor fustigó estas lacras sociales. Duele que tres décadas después sobrevivan los mismos problemas.
Al decir del cantautor Silvio Rodríguez: “El 2000 sonaba como puerta abierta/ A maravillas que silbaba el porvenir”, ya sabemos lo que pasó y la llegada del siglo XXI no cambió nada, ahora las esperanzas se cifran en el 2030, a la vuelta de la esquina, y seguimos apostando por el futuro, pero ¿y el presente?
¿Cuántas generaciones de cubanos solo abrigaremos sueños? Se requiere materializar proyectos e ideas, para que sirvan de abono a la esperanza y sean acicate para trazar nuevos horizontes, más ambiciosos, donde en el plano individual y colectivo se alcance un mayor nivel de realización y complacencia.
Un grupo de certezas para dejar a nuestros hijos, sanos y educados, fruto del legado de generaciones precedentes ¿qué haremos para enriquecerlos? ¿No seremos capaces de entregarles un mundo mejor? ¿De motivarlos a dar batalla por su tiempo y no solo preservar el que nacieron?
Periódicamente se trazan estrategias y campañas nacionales para erradicar los males antes mencionados, las cuales llevan un reclamo de “más control”, que se posicionan sobre hombros improductivos y otro mecanismo que termina siendo también ineficiente.
Según un refrán popular la culpa nunca cae al piso, hagamos cuenta y veamos exactamente cuánto nos queda por hacer con lo que tenemos, con lo que no viene en barco ni necesitamos comprar en moneda alguna y veremos que todavía como nación nos debemos mucho.
Vivir bien y desearlo, no es pecado; falta mayor es no hacerlo, siempre y cuando sea fruto del trabajo y las capacidades individuales, familiares y sociales.
Saquemos la paja del ojo que entorpece mirarnos autocríticamente para que salgan a flote las soluciones, formemos parte de los que forjan realidades y no de los que insuflan utopías.
Asociado a la negligencia, burocracia, tecnocracia, corrupción, ineptitud e ineficiencia están los ciudadanos descontentos, que serán caldo de cultivo para la frustración y la ira.
Como proclama Israel Rojas en su canción Sobre el arte de retoñar: “Búsquenme para desvencijar todo aquel/ celofán adornando infortunio” y que “sea mi hombro escalón pa’ que se alce el mejor/ el ligero de vista más larga”. Para que avizore los caminos a recorrer lejos de la pobreza y el dolor.
No precisar de la generosidad de otros para el bienestar propio, distinguirnos por la autonomía y que aflore el orgullo por conseguirla, sería una manera de revitalizar el espíritu de laboriosidad, decencia y honestidad, características intrínsecas al cubano.