En escenarios de debate sobre el envejecimiento en Cuba, cuya máxima expresión queda reflejada en la superioridad de las muertes comparadas con los nacimientos en el primer trimestre del presente año, los jóvenes son objeto de todo tipo de cuestionamientos, pues está dentro de sus posibilidades biológicas asegurar índices mayores de natalidad.
Dentro de las nuevas generaciones, aún son cuestionadas con más fuerza las posturas de las mujeres, porque se concibe que ellas y solo ellas, tienen poder de decisión en casos de embarazos, aunque realmente la determinación de concebir y traer al mundo a un ser humano descansa en ambos progenitores.
Las razones para aplazar la maternidad van hoy desde la economía como factor recurrente y la complejidad de la situación epidemiológica actual, hasta los planes profesionales.
La biología nos impone, por otra parte, la urgencia de un embarazo sano en edades adecuadas antes de los 35 años; pero quizás el tema más escabroso no sea el de aplazar, sino el de seguir ese patrón europeo de familia pequeña que heredamos de los migrantes en el siglo XX y que hoy más que nunca está presente en la configuración de la sociedad cubana.
Sin embargo, en asunto de estudios demográficos, el remplazo se garantiza solo en los casos en que la familia tenga al menos dos hijas, debido a las probabilidades de que al menos una de ellas pueda resultar infértil en la adultez; una vez más, las mujeres en el centro de los análisis.
Mucho se ha hablado sobre implementar políticas que inciten a la natalidad, lo cierto es que la decisión es personal y aunque el envejecimiento constituye una agravante en las condiciones que la Covid- 19 y la crisis imponen, cada persona funciona como un micromundo, con expectativas y anhelos propios y ciertamente, no encuentro modo alguno, además de apelar a la conciencia, para estimular el incremento de los nacimientos en Cuba.
Aunque ser conscientes ahora mismo no garantiza la comida de un bebé en un mes de trabajo; su ropa; zapatos; “el cuido”, porque las matrículas en los círculos infantiles son insuficientes o los pañales desechables que muchos dirían que son un lujo cuando la verdad es que saber que existe una forma más humana para cuidar de las madres, es una realidad que no se puede negar y todas anhelan experimentar.
Hace algún tiempo escuché, respecto a la postura del país en cuanto al aumento de la natalidad, el mayor sinsentido que he podido presenciar: dos jóvenes asegurándose uno al otro que la escasez de condones era una estrategia para este fin.
No es ni puede pensarse así, porque los condones no solo previenen embarazos no deseados, sino enfermedades de transmisión sexual que sí resultan en deterioro para la salud y peligro para la propia gestación; afirmar tal atrocidad sería negar todo el trabajo profiláctico que las autoridades de Salud realizan para asegurar embarazos sanos y prevenir enfermedades.
Por otra parte está, más allá de visiones oficiales y documentos demográficos, la cuestión cultural que increpa a mujeres que deciden aplazar, tener un solo hijo o simplemente abstenerse de la maternidad porque no consideran que esta experiencia sea adecuada o necesaria para ellas. Cualquiera de estas razones es respetable en cuanto se habla de posturas personales que solo le competen a quien las asume.
Cuántas veces hemos escuchado aquello de que “es mejor tener hijos, bien joven, para cuando crezcan aún tengas fuerzas”; para mí no se trata de juventud, sino de capacidad para afrontar la responsabilidad que conlleva, de encontrar satisfacción personal en esta decisión, vivir cada etapa de la vida con cambios acorde a ellas que nos formen una personalidad consecuente y nos doten de habilidades para educar, así luego podremos ser mejores madres y padres para nuestros hijos.