Dentro del maremágnum del SARS-CoV-2 tenemos la satisfacción de contar con soldados de primera línea como el doctor Max Ramiro Ochoa Ortega, especialista de segundo grado de Medicina General Integral, master en Longevidad satisfactoria, profesor auxiliar e investigador agregado del consultorio 143 (antiguo 16) del policlínico universitario Hermanos Cruz.
Pero lo importante no es el abundante currículo de este joven, sino su accionar diario, porque en su área tiene dispensarizados 905 pacientes y en los 18 meses de la COVID-19 siempre comienza a las ocho de la mañana, aunque el día de la entrevista llegó antes, pese a que el encuentro no estaba pactado.
Dice que inmediatamente que recibe la hoja de cargos sale a visitar a sus pacientes hospitalizados en el hogar o bajo vigilancia epidemiológica y añade: “Tengo 35 pacientes, de ellos seis son ingresos en el hogar y 29 bajo vigilancia. Acudo a sus casas, aunque estén solo en vigilancia, les hago el interrogatorio para saber cómo se sienten e inmediatamente paso al examen físico con la auscultación respiratoria cardiovascular”. Sin duda es de los que confía en el método clínico, aunque no hablamos de eso.
¿…?
“No, al coronavirus lo respeto, pero no le temo; es una enfermedad con la que se puede trabajar si observas las medidas de bioseguridad, siempre utilizo nasobuco, careta, guantes, bata y salgo a visitar.
“Sí, tengo una especie de ayudante, es mi mamá Susana Ortega, me apoya en el manejo de los papeles, limpia con antisépticos la documentación y es de gran ayuda, pero no participa en mi labor profesional, quiero decir, no entra en los hogares donde atiendo a los enfermos. Nosotros nos cuidamos del SARS-CoV-2 pero no le tememos a la muerte”.
En estos 18 meses de intercambiado con muchos enfermos, siempre ha utilizado los medios de protección, incluso, recuerda que aun cuando no se había establecido el nasobuco él lo había incorporado y no le importaba si la gente se reía o no; luego cuando vino la careta fue de los primeros en utilizarla.
“Sinceramente –me dice– no tenemos miedo, es una enfermedad que te contagia si tocas tus manos, boca, nariz… es un problema de responsabilidad; tu puedes actuar con una persona infestada, pero tienes que hacerlo como está recomendado, es un enfermo y hay que ayudarlo, nos necesita y hay que atenderlo, son pacientes de nosotros y lo mismo que un soldado en una guerra, puedes temerle a las balas, pero tienes que enfrentarlas.
“Atiendo cinco edificios en el “Hermanos Cruz”, cuando se hizo la repartición a mí me tocaron el 10, 11, 18, 19 y 27 de las FAR”.
Fue un estudiante brillante, pero con humildad evadió la respuesta y la selló con pocas palabras: “Yo –modestia aparte– siempre cumplí con mis tareas, con las orientaciones, participé en todas las actividades… y en la carrera de Medicina terminé con 5,11”.
No hay duda de que esta formación tiene explicación: en ella está la presencia del hogar y de muchos profesores. Sus padres estudiaron en Alemania, accede a comentar: “Mi papá, Ramiro, licenciado en Matemática y Computación (ingeniero economista), y mi mamá licenciada en Matemática y Física, trabajaron varios años en la Empresa de Componentes Electrónicos; ella está jubilada y él continúa en Cimex, mediante teletrabajo”.
Mucho podría decirse de la familia, como por ejemplo que Susana –la mamá– fue Maestra nacional de ajedrez, pero creo que la principal virtud de la familia es el respeto, el placer de servir y el espíritu de hacerlo bien, hasta donde la salud les permite.
Y una última acotación: Max, en su trabajo, nunca ha incumplido una tarea, incluso ni sábados ni domingos. Ese caminar rápido que lo identifica, es difícil de seguir, es como si quisiera llegar a tiempo a donde va; tenía la enfermera en función de la vacunación pero se le contagió, aunque con su ayudante improvisada no hay compromiso que se le resista.