Cada vez que se escucha hablar sobre un centro escolar para la reeducación de menores, o en su defecto como le conocen todos, sobre una Escuela de Conducta, corazón y alma se predisponen ante posibles historias nefastas.
La sola idea de “caer” en un centro de este tipo, unido a las “amenazas” de nuestros primeros maestros de enviarnos allí si continuábamos por mal camino, era un pensamiento de terror.
Sin embargo, para José Luis López García, un joven consolareño, este centro no solo salvó su vida, sino que lo convirtió en el hombre de bien que es hoy.
MERECÍA ESTAR ALLÍ… ESE ERA MI LUGAR
“Desde que era un niño siempre estaba causando problemas, quizás por la separación temprana de mis padres o la propia disfuncionalidad de mi núcleo familiar.
“Comencé con muchos tropiezos en la vida y cometí errores de los que no quiero hablar. Por supuesto, todo lo anterior conllevó a que tuviera que cursar estudios en la escuela de reeducación de menores municipal Águedo Morales Reyna, más conocida como la Escuela de Conducta.
“Tengo que decirlo, yo merecía estar allí. Admito que cuando pequeño no era de manejo fácil, y reconozco que para mis padres no debe haber sido nada sencillo. Ellos no podían lidiar conmigo”.
Según narró José Luis, en tercer grado ya estaba en la calle buscando como tener dinero. Estaba negociando. Vendía chupa-chupas en la autopista y todo lo demás que apareciera en el camino y se le pudiera sacar provecho.
Recuerda además como abordaba los camiones que iban para San Cristóbal y Alonso de Rojas a vender café, razón por la cual muchos lo conocen por esos lares.
Aseveró que, al entrar al mencionado centro, cualquiera puede convertirse en prisionero de sus propios miedos, pues tristemente, confesó, en el imaginario popular todavía se piensa que esta escuela es una especie de prisión.
“Allí comenzó mi vida. Las experiencias y el claustro de profesores me moldearon. Allí viví de todo. Allí vive hoy mi ‘padre”’, afirmó.
MI “ÁGUEDO MORAZLES REYNA”
“Entré pensando que siempre que pudiera iba a hacer algo malo. Era la rebeldía de la niñez y me gustaba portarme mal. Pero poco a poco algo fue cambiando, comencé a estudiar y me superé. Siempre con muy buena conducta”.
Al concluir sexto grado, José Luis tuvo su primer rencuentro con las calles. En ese momento sintió que el mundo se le venía abajo. No quería irse de la escuela, pero irremediablemente debía incorporarse a la enseñanza secundaria.
Fue así que comenzó sus estudios en la “Ignacio Agramonte”. Por aquellos tiempos un pensamiento era recurrente para él: regresar a su “hogar”; algo que les mencionaba constantemente a sus profesores. “Afuera” no se sentía bien, algo le decía que no encajaba en la sociedad, que no era su lugar.
“Rechacé la secundaria y me convertí en un líder negativo nuevamente. Lo hice a propósito, quería retornar a mi escuela de conducta.
“A mi modo de ver, cuando se tienen problemas de disciplina como los que tuve, es muy difícil adaptarte y hacer amistades. Además, les chocas a tus compañeros y a tus profesores nuevos”.
Como si hubiese pedido un deseo, José Luis regresó y cursó octavo y noveno grado hasta graduarse. Fue en ese periodo de dos años, según refirió, que se interesó por la lectura.
“Allí yo era estudiante modelo, por ello tenía privilegios y me sentía especial. Comencé a frecuentar la biblioteca diariamente y eso fomentó mis ganas de saber más”.
UN CAMBIO DE 180 GRADOS
“Por aquel entonces se hacían las pruebas de ingreso para entrar a la vocacional y las aprobé. Pero por cuestiones asociadas al reglamento de la propia Vocacional, y que a su vez se relacionaban con mis problemas de conducta pasados, no me permitieron el ingreso”.
Fue entonces que, Juan Francisco Bravo González (Francis), su profesor de Matemáticas de la “Águedo”, un pilar de sostén inconmensurable en su devenir escolar, luchó a brazo partido para que no le troncharan la educación a su pupilo. Y la pelea no fue en vano, pues José Luis logró entrar en el IPUEC Luis Bocourt Díaz.
“Francis siempre estuvo ahí para mí en todo momento como una figura paterna vigilante y celosa. No me perdía movimiento alguno, y gracias a sus consejos logré enderezarme”.
El acompañamiento y sostén de Francis durante todo décimo grado fue para José Luis una piedra angular. Constantemente le recordaba que para poder triunfar tenía que andar con personas de bien y proponerse metas de progreso personal.
“A partir de onceno grado quise superarme más y comencé a prepararme para los concursos de física. Me trasladé a estudiar al politécnico Magdalena Peñaredonda de Troncoso, y allí obtuve el cuarto lugar a nivel nacional”.
José Luis confesó que su vida dio un giro de 180 grados al comenzar los estudios universitarios en la Ciudad Universitaria José Antonio Echevarría (CUJAE).
Según contó, en ese momento sus problemas de conducta se olvidaron, pues los profesores no lo conocían ni sabían sus antecedentes. Era solo él, sin historias negativas que arrastrar.
“Ya no sentía diferencia entre los demás compañeros y yo y eso me permitió avanzar. Vencí hasta el tercer año de Ingeniería Eléctrica y tuve que abandonarla, para posteriormente comenzar la carrera de Ingeniería Industrial en el curso para trabajadores del cual me gradué”.
DEBO TODO A ESA EDUCACIÓN ESPECIAL
“Un día decidí regresar a mis inicios de estudiante universitario y agarré los primeros dos tomos de enrolladura de motores eléctricos, y hoy orgullosamente puedo decir que llevo cerca de 10 años haciendo esta labor; ahora en un campo más serio, pues soy gestor de un proyecto de desarrollo local.
“El mayor logro de mi vida fue poder superarme y alejarme de todos mis temores y demonios, de no ser bien aceptado por mi pasado. Sentir que hubo un cambio, una metamorfosis para bien.
“Hoy vivo mi vida tranquilo, con mucha modestia y sencillez. Quiero seguir siendo el ‘yo’ en el que me he convertido: un yo humilde, sosegado, pasivo”.
“La ‘Águedo Morales Reyna’ para muchos habrá sido un castigo, pero para mí fue una bendición. Ella fue la luz que me permitió encontrarme. Allí yo comencé mi vida. Yo nací y conocí a mis padres. Si hubiese podido seguir en la escuela tras terminar noveno grado, sin duda me hubiera quedado.
“Hoy tengo una bella familia. Una esposa maravillosa y dos niños. No deja de pasar un día sin que me sienta afortunado, y doy gracias a la vida y a la Revolución por ponerme en una Escuela de Conducta”.