Qué difícil es separarse de los lugares. No importa cuánto nos alejamos, ellos siempre nos retienen y es que allí dejamos pedazos de nosotros mismos. De alguna manera, sin saberlo, lo llevamos dentro, y un día, por casualidad, llegamos allí a través de un recuerdo, una fotografía
o una simple conversación en la que sale a la luz un sentimiento de nostalgia inimaginable.
Mi pueblo no es solo letras en un mapa, sino es algo personal, privado y sagrado, y al mismo tiempo es algo público, omnipresente y elegante. Todo ello resumido en esas imágenes que me han llegado en los últimos días y en las que he visto a mi pueblo cotidiano con un traje
nuevo que muestra su mejor lado.
Sin duda, este lugar significa algo importante para muchos de nosotros: fuimos protagonistas de los felices años de la infancia y aunque algunos después se fueron, otros conocimos al primer amor, alguien logró sus primeras victorias… muchos hicieron realidad sus sueños.
Ahora veo que ese pueblo (al que no olvido) avanza, y respiro más tranquila. Imagino a los niños jugando en su parque renovado, observo a las familias paseando por las aceras de la principal plaza pública con el alumbrado recién estrenado, fantaseo con los cambios que
ocurren en sus caseríos aledaños (donde nací, uno de ellos) y disfruto imaginándome en ese bulevar que desde hace unos días muestra su mejor cara.
Veo a nuestra amada ciudad brillar como antes; nuestros lugares favoritos con su singularidad, las queridas calles y callejones donde sobresalen las escandalosas risas, las manos que se juntan para lograr brindar el lugar que siempre será cálido y acogedor.
Y es que la gente que habita esta ciudad, a la que regreso de tanto en vez, se las ingenia de nuevo para ser mucho más que edificios, que paredes viejas; para dejar de ser un barco golpeado por las tormentas… y volver a sonreír… y a iluminar sus noches…y a salir a flote, porque como dijo el escritor japonés Daisaku Ikeda “No importa cuán desesperadas o sombrías parezcan las cosas, siempre llega el momento en que, de repente, el espíritu revive y la esperanza renace”.
Me complace entonces que la villa de donde salí hace algunos años tenga la intensión de compensar su nombre para brindar Consolación y seguir siendo la ciudad que enamora, que ofrece abrigo y atrae con su cultura noble y antiquísima, pero exquisita. Que muestre el nuevo
halo de luz que resplandece como fuegos artificiales.
Ese pedazo de tierra me sonríe más que los demás, de ahí que deseo que florezca como un jardín de primavera… no necesito nada más…eso es suficiente para mí.