Ana Aymeé Acevedo González es de Pinar del Río, una muchacha dulce, se nota por las palabras que escribe y por los emojis que comparte en sus mensajes de texto. En medio de sus líneas asoman símbolos de aplausos, manitas fuertes y caras optimistas.
Es todo lo que conozco de ella, además de la historia que accedió a contarme para Guerrillero a través de la red social WhatsApp.
“La gente quiere a los médicos que quieren a la gente, por eso antes de ser un buen médico, sé una buena persona”, parafrasea esta estudiante de segundo año de Medicina de la Universidad de Ciencias Médicas (UCM) Ernesto Guevara de la Serna. Su pasión por esta carrera, la llevó a abandonar sus estudios previos en sicología, pero no se arrepiente de haber dado ese paso…
“Me encantan los niños y quisiera en el futuro una especialidad pediátrica”, afirma.
Hace poco vivió una aventura inolvidable, de esas que merecen ser narradas a los nietos una vez que se es mayor.
“Todo empezó cuando la FEU solicitó el apoyo de los jóvenes para trabajar en la extensión hospitalaria habilitada en la UCM, donde se alojaban pacientes de bajo riesgo positivos a la COVID-19”, relata Ana.
“No lo pensé dos veces y me uní al tercer grupo de voluntarios. Inmediatamente nos explicaron el protocolo. Las muchachas debíamos subir a la zona roja en la mañana y realizar labores de limpieza mientras que los varones se ocuparían del pantry y de repartir las meriendas”, prosigue.
“Todos, de alguna manera, hicimos sacrificios en el plano personal para sumarnos a la tarea, desde abandonar la comodidad del hogar y separarse de la familia, hasta posponer proyectos de estudio o trabajo.
“A los que confiaron en nosotros y nos apoyaron desde el primer momento, e incluso a quienes no lo hicieron porque temían por nuestra salud o no concebían que uno antepusiera los intereses colectivos a los personales, les quiero decir que misión cumplida.
“Me siento orgullosa de haber participado en tan ardua tarea, siempre supe que era de gran responsabilidad y esfuerzo, pero se me hizo sencilla gracias a las personas que me acompañaron durante ese par de semanas. No faltó el espacio para conocernos, hacer verdaderas amistades y convertirnos en una familia. Aprendimos unos de otros al ritmo que nos impuso la convivencia y entre todos nos cuidamos”, afirma.
Sin descuidar las rigurosas medidas de bioseguridad, Ana y sus compañeros rieron, bailaron, cantaron, jugaron dominó y hasta celebraron cumpleaños.
“Los días de aniversarios eran los más divertidos. Como no podíamos acercarnos a los homenajeados, gritábamos bien alto el cumpleaños feliz para que nos oyeran desde su sitio.
“El trato con los pacientes es una de las experiencias que guardaré para siempre en mis memorias. Cada mañana, cuando subía a limpiar, conversaba con ellos de lejos, nos contábamos las vivencias del día y hasta hacíamos chistes.
“En las noches nos obsequiaban sus aplausos, que retumbaban en las paredes de la universidad y nos hacían vibrar de emoción.
“Cuando alguien preguntaba curioso por el pago que percibíamos por nuestro servicio, le respondíamos: ‘Calcule usted el valor de una vida, multiplique ese valor por abrazos, besos y súmele mucho cariño; póngaselo en su corazón rodeado de paréntesis y he ahí el pago’.
“Ahora que terminé me dispongo a descansar, tendré tiempo para extrañar esas jornadas en las que no tenía ocasión ni de escribir. Trataré de no olvidar esos rostros familiares que me acompañaron, y que como sucede en la vida, al terminar esta misión, cogerán otros rumbos. Hoy digo que si tengo que volver a trabajar con casos positivos mi respuesta volvería a ser sí una y mil veces”.
Tuve la dicha de integrar el primer grupo de voluntarios que laboró por 14 días en el Hospital de Campaña de la UCM-Pinar y el único que tuvo la oportunidad de repetir esta increíble experiencia por 2da ocasión justo antes de que cerrara el centro de aislamiento. Y coincido plenamente en cada una de las palabras expresadas por Ana.
Al igual que ella, yo tampoco lo pensé dos veces para dar mi paso al frente cuando me comentaron acerca de la necesidad de apoyar en las labores de este centro de aislamiento; pues sabía que más que un compromiso; esta sería una experiencia irrepetible, no sólo en mi formación como futuro profesional de la salud, sino también como ser humano.
El simple hecho de poder aportar nuestro granito de arena en la ardua batalla que lleva a cabo nuestro país contra esta terrible pandemia y, por supuesto, ver salir a nuestros pacientes victoriosos, con una gran sonrisa y hasta con lágrimas de emoción en los ojos, es sin dudas la experiencia más emocionante que podríamos haber vivido jamás.
Por todo esto continúo expresando mi firme voluntad de apoyar en todo lo que sea necesario en la lucha contra esta peligrosa enfermedad, y de volver a dar el paso al frente en caso de ser necesario.
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