En La Palma, ese bello pueblo de Pinar del Río, cercado de bosques y mogotes protegidos, vive y trabaja “Migue, el de Nancy”. Así lo conocen todos, según él, porque su esposa, a quien ama desde los 15 años –y con quien lleva treinta de casado–, es maestra de español y literatura y claro, más conocida. Pero Miguel Ángel Sánchez González, Licenciado en Enfermería y especialista en terapia intensiva, tiene su propia historia.
Hoy cumple 55 años. Sus ojos brillan cuando menciona a sus hijos; el mayor, de igual nombre que el padre, cuentapropista, “un muchacho muy bueno, muy querido en el pueblo”; la menor, María de los Ángeles, a punto de concluir la carrera de medicina, “espero estar allá para su graduación, no sé este año con el coronavirus cómo se hará”.
En el Policlínico Pedro Borrás, de La Palma, ha pasado por los departamentos de asistencia médica y hospitalización y ha sido jefe del SIUM.
En 2004, sin salir de Cuba, participó en la Misión Milagro, con pacientes venezolanos. Pero formó parte de la Brigada Henry Reeve desde sus inicios, y viajó a Paquistán en diciembre de 2005, en el vuelo número 16. Sin darse una tregua integró el contingente médico de Cuba en la hermana Venezuela, de 2006 a 2010.
Fue demasiado tiempo lejos de su pequeña familia, y volvió a su trabajo, a su vida de hombre pleno. “Pero en 2015 llegó el ébola y me llamaron, de un día para otro, fue una decisión de horas, un choque, yo le comenté a mi esposa, están formando una brigada… y ya estaba dentro; con la Henry Reeve son siempre decisiones rápidas.
Con Paquistán me pasó igual, yo veía en la televisión, asombrado, a los médicos en la nieve, con aquellos gorros, y unas horas después ya yo estaba en el grupo, fueron alrededor de 18 o 19 brigadas.
Con el ébola también, me dicen, se está formando una brigada, queremos saber tu disposición, sí, claro, dije, y al otro día ya estaba recogiendo mis cosas porque salía para La Habana. Estuve en Sierra Leona. Fui de los primeros que llegaron a La Habana, allí pasamos alrededor de un mes de entrenamiento. El ébola fue…, es que no hay palabras, sabías que te enfrentabas a la muerte, la Humanidad estaba muy pendiente de aquello, era terrible. Mi esposa es religiosa, quizás eso le dio un poco de conformidad, hacer el bien siempre es gratificante; sentía temor, pero sabía que yo tenía que ir. Después del ébola no volví a salir hasta ahora, quería, quiero ver a mi hija graduarse, me centré en sus estudios, porque había estado muchos años separado de mi familia, y pensé que era el momento de estar cerca de ella. Imagínate, cuando se declara la pandemia del coronavirus, ya empieza a rondarle a uno la idea de que te van a llamar, de que Cuba va a ofrecer sus servicios, de que vamos a estar en la trinchera otra vez. Y no puedes negarte a ayudar a los demás. Pero no se compara al ébola. Pese a que aquí también te juegas la vida, esta experiencia es muy diferente. Para quienes estuvimos en el ébola cualquier otra experiencia parece más sencilla. Y uno aprendió a cuidarse, a protegerse más. Sentimos más seguridad en lo que hacemos. Nunca imaginamos estar en este país, en esta gran ciudad, con una cultura milenaria, pero nos dimos cuenta de que nuestros conocimientos no son menos, y que nuestra pequeña contribución cuenta”.