Miguel López, el Guajiro de Viñales

Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga

Para Kitín Rodríguez

Somos contemporáneos, él había nacido el 7 de mayo de 1947, con escasos dos meses de diferencia, a favor mío. Por sus gestiones, en 1965 participé en los primeros Juegos Militares Deportivos, en el equipo de fútbol de nuestra Unidad, sin ni siquiera conocer las reglas. Allá fue también Panchito Veterán, un amigo entrañable de mi pueblo, que se convirtió en magnífico portero, gracias a su valor; yo solo los veía. No tenía la certeza de un día ser pelotero, aunque no me separaba de ellos, ni de nada que oliera a béisbol.

Los del equipo de pelota eran favorecidos. Salían de pase para competir, algunos hasta en las Series Nacionales y se les hacía menos cruda la aventura del Servicio Militar Obligatorio (SMO). Tres años y dos meses estuvimos vestidos de verde olivo, desde el 17 de abril de 1964 hasta el 10 de junio de 1967, en la Unidad Militar 3234 de Artemisa. El comandante William Gálvez, entonces jefe de la Unidad, nos dio el documento como licenciados de las FAR. Después, nos seguimos viendo, competíamos en la misma zona, hasta estuvimos juntos en selecciones provinciales, donde él siempre me ofreció la mano.

Una de las mejores alegrías de mi XI Serie, fue volver a unirnos. Él era uno de los asegurados cuando yo luchaba por hacer el equipo, mas no hubo diferencias, me enseñó lo que sabía y me puso al tanto de los lanzadores, las bolas que más daño podían hacerme y cosas que tanto se agradecen.

Al fin, integramos Vegueros. La mayor parte del tiempo, nuestro hombre estuvo de tercer bate, un cheque al portador, otras de segundo, casi siempre en el line up. Yo, desde la banca, disfrutaba cuando él conectaba un extrabase. No fue estelar en las Series Nacionales, pero en los numeritos no aparecen algunos detalles que hacen grande a un jugador que se entregó siempre a la victoria, sin miramientos ni indisposiciones.

Cuando algunos pensaron que declinaba, se dedicó a lanzar y fue eficiente durante tres temporadas, con envidiable control, buena slider y una recta aceptable, más coraje a toda prueba e inteligencia, su principal arma. En catorce temporadas promedió .238, con 93 dobletes, 20 triples y 29 cuadrangulares. Se robó 65 bases e impulsó 225 carreras, con 291 anotadas. A la defensa actuó para .950. En tres torneos ganó 7 desafíos y perdió solo 2, para 3,30 de efectividad.

Entrenador, colaborador en algunos países y manager. El Guajiro de Viñales, como lo bauticé, terminó sus días en mis Minas de Matahambre. Fue capaz de abandonar, por amor, a su próspero Viñales, el pueblo de su mentor y guía, Marcos (Prieto) Páez, aquel que lanzaba a lo Conrado Marrero, y del supersónico Arcadio Martínez, en una suerte de metamorfosis entre pueblos, pues el adelantado coto minero dejó de serlo y pasó a una etapa difícil; el humilde Viñales, con el advenimiento del turismo, a partir de la última década del siglo XX, se convirtió en la localidad más próspera de la provincia.

Miguel López Cruz.

Así fue Miguel, a quien el dinero le importó un bledo, como sucedió a Clark Gable, a base de sufrimientos y desidias, por el amor de la Scarllet O’Hara, de Vivien Leigh, en Lo que el viento se llevó.

En un día lúgubre, de mucha lluvia otoñal volcada al invierno, me senté a escribir las palabras que aparecen a continuación y fueron publicadas con diferentes versiones en Radio Guamá, el periódico Guerrillero y páginas de Internet. No encontré otra forma mejor para despedir a uno de los mejores amigos:

El sábado 7 de noviembre de 2009, dimos el último adiós a Miguel López Cruz, quien anduvo por este mundo sin remordimientos ni rencores. Jamás lo oí quejar de las adversidades, a pesar de soportar una gastritis ulcerosa que lo llevó varias veces al quirófano. El fútbol fue su favorito, con capacidad para hacer goles. Entre miles y miles de reclutas del Primer Llamado del SMO, en la Unidad Militar 3234 de Artemisa, había peloteros de buen nivel: Raúl Martínez, Luis Miranda, Oscarito Delgado… Miguel era el mejor. Después competimos en la misma zona, y en selecciones provinciales.

Con los juegos Viñales vs las Minas, terminaba la amistad, lo recibí con los spikes al aire. La tarde en que conecté un triple decisivo al supersónico Arcadio Martínez, en el Ramón González Coro, hizo cuanto pudo por echarme a perder el batazo. Corrió como un miura, se tiró a la izquierda y se arañó, mas la pelota subió y bajó la antológica loma del right field. Después, fue el primero en felicitarme.

Nos unimos de nuevo en la XI Serie Nacional (1971-1972), cuando yo luchaba por ganarme el puesto. Integramos Vegueros, a las órdenes del Gallego Salgado. En sus extrabases se desplazaba a toda velocidad, para deslizarse como un maestro. Cuando falleció su primera y joven esposa, fuimos a Viñales para estar con él, no podíamos hacer menos en el dolor del hermano, que treinta y ocho años después, se despidió sin más ni más.

Prefería jugar contra Industriales, Mineros o Azucareros. Lo recuerdo en el robo de bases, o atrapando una bola que parecía picar. Su brazo le permitió sacar buenos outs. Cuando algunos le vieron declinar, lanzó con eficiencia durante tres temporadas. Envidiable control, buena slider, recta aceptable, coraje e inteligencia. Después fue entrenador, colaborador en el exterior y manager de las Minas de Matahambre, donde por amor echó sus últimos años. Allí disfrutamos la presentación de algún libro. A mi voz de ¡Guajiro de Viñales!, nos abrazábamos para hablar de antaño, recurso de quienes pasamos las seis décadas.

Rolando Beades, el historiador, leyó sentidas palabras al pie del final, en tarde húmeda de ciclón. Nada faltó: amor, desinterés, esfuerzo, quebrador de entuertos, amigo de los amigos. Por eso, junto a su familia, estuvimos quienes tanto lo quisimos: Juanito Castro, Casanova, Valido, Santiaguito León, Félix Pino, Giraldo González, Pepe Chirino, Catibo, Felipe, el comisionado Pedro Miguel Fernández, Luis Miranda, el slugger Hermes Joseph, José Gandoy, estelar antaño, y una legión de admiradores… En mis hombros lloró Lázaro Cabrera, más que su amigo, un hermano. Quienes no pudieron estar, también lo extrañarán.

Los amigos como él no se despiden con tristeza, ellos regresan a través de la memoria, ese artefacto inmaterial del hombre que discrimina para quedarse con lo bueno y desechar lo peor. No sería oportuno hablar de numeritos, con quien siempre estuvo sobre ellos, al bate o desde la lomita.

Lázaro Cabrera, Miguel López (al centro) y Catibo.

Amigo mío, ahora te unes a Quicutis, Lacho, Godínez, Pando, Emilio Salgado, Mayito Pedroso, Gavilán, Chiche el catcher, Adalberto Herrera, Raúl Martínez, Luis Castro, Ichi el masajista, una pléyade de imprescindibles como tú, que se anticiparon para abrir las fervientes alamedas de la eternidad. Y seguirás con la dulce sonrisa. Y te extrañaremos para tenerte siempre.

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