¡Oiga, todo el mundo empujó! Unos lo hicieron con gritos, con muecas – cuando lo movieron un poco -, con los brazos contraídos sobre el sillón, el grito, la blasfemia, los pies anclados al piso, y hasta el silencio porque las palabras no se abrían paso por una garganta que contenía el aliento, … había que llegar al final…
No faltó la confianza, pero la acompañaron el miedo, la duda y ese margen de incertidumbre de que sabes depende de las acciones de otro, aunque pongas tu extra, porque es una orquesta de primeros violines.
Fuimos millones los que enlazamos fuerzas y buenas vibras para dar vigor al cuerpo de ese hombre, que ya acumulada méritos de héroe y quería cruzar el umbral hacia lo divino, para convertirse en un Dios de los colchones, poniendo la cota muy lejos de los humanos comunes.y
Mijaín López, volvió a levantar los brazos como campeón olímpico, por quinta vez y único hombre que lo ha logrado en cinco ediciones consecutivas de estos juegos en un deporte individual.
Una isla le sostenía, lo afianzaba al suelo y mantenía la cabeza erguida; la esperanza no es cosa baladí ni lo son tampoco los símbolos, porque una estrella, rojo, blanco, azul pueden combinarse de muchas formas sobre un rectángulo, pero sólo con una posición específica adquieren el significado de Cuba.
Y es ella la que agradece ese alegrón pleno, en tiempos en que pocas veces nos junta la dicha. Son muchos los epítetos que ha ganado a lo largo de su vida, y acaba de conquistar otro: Pentacampeón, ese llegó ungido de lágrimas de felicidad y emoción, respeto, cariño, devoción…
Cuando sobre el escaño superior del podio de premiaciones, con la medalla dorada colgada al cuello, señaló con el dedo índice de su mano hacia cuatro letras sobre su pecho, no hay dudas, Cuba estaba ahí, y especialmente Pinar del Río, como cuna de un hombre que cargó al país en el corazón.