Todo lo nuevo siempre genera expectativas, miedos, suspicacias y, por qué no, también detractores y contratiempos. Es que precisamente, a pesar del llamado de las máximas autoridades a encaminar la economía hacia nuevos horizontes, aún las velas de las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes) no despliegan totalmente.
Hasta la fecha, desde que entró en vigor el Decreto-Ley número 46 que alude a las mismas, se han aprobado cerca de 300 en actividades de cierto peso para el capital nacional.
Las ramas más representadas son las de producción de alimentos y materiales de la construcción, facturación de piezas textiles y de madera y productos de aseo. También han clasificado de momento la recuperación de materias primas y su posterior utilización, así como la rama de la industria automática e informática.
La intención, con estas nuevas líneas no estatales sobre la base de proyectos de desarrollo local, es que poco a poco se inserten dentro del panorama social de la isla y revitalicen y transformen paulatinamente servicios que hoy están deprimidos.
A la par, se busca potenciar nuevas industrias, sin crear con ello dependencias internas, que tributen al programa nacional de desarrollo aprobado en el país hasta el año 2030.
Pero, sin importar las buenas intenciones, el camino hacia el buen ejercicio en la creación o conformación de estas micro, pequeñas y medianas empresas, así como su desempeño a corto y mediano plazos, aún tiene lastres y otras viejas manías que deberán irse desprendiendo más temprano que tarde si se quiere triunfar en este concurso.
Sin importar los actores de las mipymes, ya sean privados, estatales o mixtos, todas deberán recorrer similares caminos. Y no solo en lo que se refiere a recursos y bienes contables, sino en la efectiva liberación de sus fuerzas productivas y el desbroce de trabas burocráticas. Esta última es quizás la que mayor temor genera entre los que han pensado en incorporarse a estas oportunidades.
No es menos cierto que tanto las de corte estatal como las autogestionadas enfrentan hoy una suma de retos más allá de lo anterior. Las mipymes tienen que aprender a “jugar” con el efecto rezago que nos ha dejado la pandemia y, por supuesto, ingeniárselas frente al cercano bloqueo estadounidense.
Además, súmese a lo anterior los escaños fallidos de un mercado mayorista casi invisible, con sabidas vulnerabilidades y enormes carencias, incapaz aún de solventar todas las necesidades y pedidos de suministros, recursos y materias primas.
Mientras, en el campo de lo subjetivo, los esfuerzos serán contra las ineficiencias de algunos poderes públicos con arcaicos mecanismos de dirección, entre otros males.
Pero de acuerdo con el refrán de “donde hay hombres no hay fantasmas”, las mipymes habrán de abrirse paso dentro del exigente mercado internacional y nacional, ¿por qué no?
Para ello será altamente necesario la vinculación certera con la empresa estatal socialista, el encadenamiento productivo con otras de su tipo y finalmente su intersección en la revitalización económica nacional a gran escala.
Asimismo, los actores de las mismas deberán responder a las exigencias de la innovación y la competitividad en sus máximas expresiones, consiguiendo una autonomía y cálculos positivos.
La responsabilidad también deberá crecer y como cualquier otra entidad de subordinación estatal deberán balancear sus resultados, así como operar al detalle los ingresos, inversiones y cuentas bancarias.
En adición estas nuevas modalidades tendrán obligatoriamente que apropiarse de conceptos y términos legales que, indiferentes hasta el momento, deberán ser pertinentes, exactos y puntuales en el cumplimiento del pago de los sistemas tributarios, el cumplimiento de los disímiles regímenes laborales y por ende de la protección a sus trabajadores.
La creación y potenciación de las mipymes llegó para quedarse. Siempre con el objetivo y el reto claro de construir un nuevo socialismo que ahora incorpora en cierta medida la llamada propiedad privada, de conjunto con la primacía de la industria estatal.
La meta es echar a andar los mecanismos deficientes sin caer en los mismos vicios que circundan muchos esquemas actuales, que para nada aportan a la sociedad y entorpecen el porvenir.
El futuro reside en aprovechar la nueva brecha de oportunidades para nuestro sistema, el cual con prudencia y quizás navegando a contracorrientes, deberá avanzar sin duda alguna con paso seguro, sin prisas, pero sin pausas.