Miriam Ferrer está cubierta completa, se protege del sol caliente que por estos días inunda el Centro Atlético Mario Recordón, aquí en Santiago de Chile.
La mujer que levanta la mano, indica serena, guía y acompaña a los mejores velocistas Parapanamericanos que tiene Cuba, ostenta una trayectoria deportiva envidiable. Tanto como atleta, que ahora de entrenadora. Miriam está segura que esta historia es de sacrificio. Ella estuvo ausente en la última parte de la preparación de Omara y Yuniol, por una operación de última hora. Pero solo físicamente, ella estuvo siempre, como lo hace ahora desde la tribuna.
Ayer cuando Omara y su guía ganaron la medalla 13 en citas múltiples, se levantó de su asiento, los saludó de lejos y levantó las manos al cielo, como agradeciendo algo divino, sin saber que la divinidad le acompaña a ella, a su estirpe, su conducción y acompañamiento para con estos muchachos.
Tenía cubierto todo el rostro y los ojos con sus espejuelos. Mientras sucedía la ceremonia de premiación de ellos, llena de euforia por la victoria de Ever René, miraba a sus pupilos, entonaba las notas del himno y yo que andaba cerca, me sentí orgulloso de esta entrenadora cubana.
Lo mejor estaba por venir, sus discípulos salieron en busca del encuentro, ella no quería porque estaba un tanto acatarrada, temía contagiar a sus muchachos, que aún les falta una competencia en la pista. Pero la fuerza del amor y el respeto de ellos es mayor. Omara salió, se quitó la medalla y junto a su guía la pusieron en el pecho de otra Mariana que se nombra Miriam Ferrer.