Hace 32 años que Midalys Roque Carbó es enfermera. Quizás lleva siéndolo desde siempre, desde que supo que esa era su vocación y lucharía por alcanzarla.
Los primeros años de trabajo los pasó en Buena Vista, San Luis. Allí fue ubicada cuando se graduó. “Me mandaron para un consultorio y es lo que he hecho desde entonces. La Atención Primaria de Salud me enamoró”.
En 1991 hizo la licenciatura y las vueltas de la vida la trajeron hace ya 20 años para Pinar del Río. Cumplió misión internacionalista en Venezuela por dos años y lleva 18 como enfermera del consultorio número 90, del policlínico Raúl Sánchez, en el Celso Maragoto.
“Mis pacientes son mi familia”. Así, con esa certeza que rompe el silencio de la conversación, esta mujer de andar apurado y hablar dulce, deja una sentencia. “Tengo que decir que mi comunidad lo es todo. Me he entregado a esta labor y a la que hora que llegue alguien estoy aquí. La enfermera que viva en la casa del consultorio pasa más tiempo en el propio consultorio que en el hogar.
“Anoche mismo, nos cuenta, a las ocho estaba vestida todavía de enfermera visitando pacientes. Cuando terminé, me cambié de ropa y me puse a limpiarlo, porque la auxiliar está enferma y esto tiene que amanecer impecable”.
Midalys no tiene quejas de su comunidad, aunque reconoce que es muy complejo lidiar con todos: “Los consultorios se hicieron para 120 familias, por estadísticas eso te da un grupo pequeño de embarazadas y lactantes, pero ahora mismo este consultorio triplica esa cifra; atendemos 417 familias, 16 embarazadas y 22 lactantes. Además de grande, la población está muy distante.
“Igualmente uno tiene que estar al tanto del paciente que está encamado, como dos viejitas que tengo de más de 90 años, cuyas familias me confían procederes como poner y retirar sondas o el levín; pero está la embarazada que no se ha hecho los análisis para la consulta de seguimiento, el que está recién operado y hay que visitarlo…
“Son muchas cosas de las que hay que estar pendiente, lo cual nos dificulta cumplir con lo que se nos exige y, también, tenerlo todo escrito. Pienso que es bastante trabajo para un solo médico y una enfermera. No obstante, aquí estamos tratando de hacerlo lo mejor posible”.
Al referirse a la relación que debe existir entre el equipo básico de Salud, señala: “El médico o la doctora y la enfermera tienen que llevarse bien, entenderse. Tuve una doctora durante 15 años que era fundadora de este consultorio y nos llevábamos excelente. Tras su jubilación he tenido otras compañeras y justo hoy llega este muchacho”, nos dice a la vez que nos presenta al joven médico que, el día de nuestra visita, empezaba a trabajar allí.
“Él empezó hoy, y puedo decirle, orientarlo, explicarle detalles de la población, ponerlo al tanto, porque él no conoce aún a los pacientes y tiene que haber comunicación; pero algo muy importante, la enfermera tiene que respetar la decisión del médico, porque él puede ser recién graduado y haber llegado hoy, pero desde que entra por esa puerta es el médico del consultorio y su máximo responsable”.
Conversa con uno, atiende a una joven, pesa a un niño, indica el día de vacunación a otro, reclama por los análisis de una embarazada y vuelve al diálogo: “Esto es así todo el tiempo, pero lo disfruto y no tengo quejas de mi delegado (Osmany Azcuy), porque a la hora que llegue del trabajo pasa por aquí, ´qué pasa, que te preocupa`, me dice, y lo mismo me ayuda a limpiar que a pintar. Así es con todos, a veces estoy tirando agua y cualquiera que pasa se suma y coopera.
“Por eso te digo que son mi familia. Mira, reclama nuestra atención, yo estuve dos años en Venezuela; dejé una niña de 13 años, estuve 14 meses seguidos para poder estar en sus 15 y llegué ocho días antes del cumpleaños. La fiesta sorpresa a las 12 de la noche se la hice gracias a la ayuda de mis vecinos, de la gente de aquí, que me estaba esperando con las cosas listas.
“A mi regreso ya mi hija no era una niña, era una jovencita de tacones y eso me impactó tanto, porque siempre he sido muy familiar. Vivo pendiente de mi mamá, de mis hermanos…”.
Se le ve “luchando” para mantener el consultorio pintado, con buena iluminación, batallando detrás del organismo asignado para apadrinarlos para que los ayude a tenerlo confortable.
De la calle la llaman para que no olvide ir a ver a este paciente o a aquel otro; lleva papeles, está pendiente de las consultas, de las embarazadas; no cree en horarios ni en los buenos y malos tiempos. Es la mano derecha del médico y, aun así, le queda un chance para el hogar, para la familia, para atender las tantas plantas que adornan su casa y el consultorio, que, en definitiva, desde hace más de tres décadas, son uno solo.