Realmente no han sido muy buenos tiempos para sonreír. Llevamos algo más de dos años bajo penurias y un intenso estrés debido a las catástrofes que nos han tocado vivir.
Sí, catástrofes. Digámosles pandemia, inflación, bloqueo, más inflación, dengue y azote de huracanes, entre otros. ¿Podría ser peor? Por supuesto, siempre podría serlo; pues debido al fatalismo geográfico del que padecemos todos los cubanos estamos en un jaque perpetuo.
Y esto del fatalismo geográfico lo digo de forma válida para todo lo anterior, pues las enfermedades tropicales, el bloqueo –por aquello de ser la llave del golfo– y los huracanes son parte ya de nuestra vida diaria. Se podría decir que son como esos enemigos íntimos que no se nos despegan.
No obstante, si nos ponemos a pensar, son muchos, muchos más los motivos que tenemos para sonreír y agradecer, que aquellos que se encaprichan en amargarnos la vida y tratar de entristecernos.
Recordemos que, según uno de los mitos que nos circundan, el cubano es el único de su especie que se ríe y se burla de sus propios problemas, mientras intenta además sacarle una carcajada al otro y resolver cualquier contrariedad que lo afecte. Y todo eso al mismo tiempo.
“No cojas lucha con eso”, dirían algunos… “Eso se resuelve muchacho”, comentarían otros; mientras que los más avezados y entrados en años, apelarían como siempre al refranero popular sacando eso de “si tu mal no tiene cura, para qué te apuras, y si tiene cura, para qué te apuras”.
Lo cierto es que, sonrisa en boca, somos capaces de lograr lo que queramos, pues nuestra idiosincrasia nos lo permite y nuestros santos nos lo exigen. Eso sí, siempre agradecidos por lo que nos quedó, por lo que tenemos y por lo que esperamos.
Y a esto también quisiera referirme, ya que el ser agradecido es una de nuestras características innatas, una que lamentablemente con el decursar violento del tiempo y sus vicisitudes diarias hemos casi que perdido.
Y ver día a día este vocablo en desuso es algo que duele.
Cubanos al fin, a todos nos corre por las venas la gratitud. Gratitud que ha sido más que evidente y palpable en las últimas semanas tras Ian, al llegar a la provincia numerosísimas muestras de solidaridad y alegría.
Quizás es tiempo de dejar un poco la apatía acumulada y empezar a sonreír de nuevo. A darle gracias a la vida y a los nuestros. A los que llegan, a los que están por llegar y a los que también piensan y ponen sus corazones y sus manos –a veces invisibles– en esta región occidental.
Y sí, quizás sea cierto aquello de que por lo que hacemos de corazón no deberíamos esperar pleitesías ni mucho menos agradecimiento alguno, pero lo cierto es que nunca está de más.
Sonriamos y agradezcamos más, porque la vida es demasiado corta para enfurruñarse y fruncir el ceño. En cambio, parafraseando a Calderón de la Barca, deberíamos mirar la vida con otros colores.
A fin de cuentas, vivimos un espacio finito, diría yo que alquilados en esta tierra; y el poco tiempo que se nos otorga bien que deberíamos utilizarlo en ser y hacernos felices.
Recordemos también las palabras de Charles Chaplin, ese gran comediante, cuando dijo: “Sonríe aunque te duela el corazón. Sonríe aunque lo tengas roto. Aunque haya nubes en el cielo lo conseguirás. Sonríe a pesar del miedo y del dolor. Sonríe y tal vez mañana verás el sol brillando para ti”.