Dije hace unas semanas que marzo no es mes cualquiera, es ese periodo del año en el que los días se nos antojan para recordar, el tiempo obliga a ir al pasado y darnos cuenta de que, si somos hoy libres, es porque alguien así lo quiso ayer.
Y el ayer que insiste cada vez en no olvidarse tuvo su escenario hace 66 años, justo después de un mediodía, cuando a golpe de metralletas se sorprendieron los vecinos del antiguo Palacio Presidencial, era un grupo de jóvenes cubanos pertenecientes al Directorio Revolucionario, que en su afán de ajusticiar al tirano Batista, decidieron acorralarlo dentro de su propia madriguera.
Dicho así mismo repetimos cada cubano lo que sucedió aquel 13 de 1957, cual si fuera lo más relevante de lo que pasó dentro de aquellas paredes que después se mancharían de sangre. Sí, era la guerra de la juventud cubana contra los esbirros de una tiranía, esa fue la trascendencia del hecho, un boceto de lucha muy bien pensado, pero que no terminó como se esperaba y en su lugar acabó con la vida de muchos.
Sobre esos muchos es que debemos insistir. Pasado más de seis décadas no puede asociarse el ataque al Palacio ni la toma de Radio Reloj al mismo nombre. Que fue el líder, es verdad, que supo guiar a todos los que creyeron en él, es cierto, pero tanta valía tuvo quien respondió por José Antonio como aquellos, por ejemplo, que se fueron lejos de sus madres a cientos de kilómetros a batirse con el pecho abierto.
Hubo alguien que por cuestión identitaria pongo en contexto, precisamente uno que declarara haber emprendido el más difícil de todos los caminos, así escribió en un papel descubierto tiempo después de los ataques del 13 de marzo en esta, su ciudad natal. “Sentir el dolor ajeno, la injusticia con el semejante”, llevó a Ormany Arenado a las puertas del Palacio, no le importó lo que podía pasarle, pues de su puño y letra sentenciaba que: “La muerte no es más que una manera de seguir viviendo (…)”.
Como él, la historia de otros se refugia en aquella casa museo donde viviese un día la familia Arenado en Pinar del Río, son nombres que a la memoria no identificas porque nadie se encargó de hablarte de ellos, pero que al investigar te asalta la estirpe con la que lucharon, la valentía con la que defendieron esta Patria y los ideales que no dimitieron jamás.
José Antonio Echevarría fue el mentor de aquellos hombres que empezaban a vivir, pues todos rondaban los 20 años, junto a ellos caían los sueños de quienes repudiaban el régimen tiránico. Nuestros, de este Vueltabajo, eran 12. La sangre de ellos también señaló el camino de la libertad.