El trovador matancero Tony Ávila, en su canción Mi casa.cu resume la necesidad de cambio que el país pide a gritos acorde a su tiempo, altura, sentidos políticos: “Aunque en mi casa me siento contento, hay cambios que mi casa necesita”. En el discurso oficial lo nombran actualización del modelo económico y social, pero se adhiere al imaginario colectivo como la salida a los problemas materiales de la vida (salarios y trabajos dignos, control de la inflación, incremento de la eficiencia, sustitución de importaciones, mejora de servicios públicos, autogestión local y otros), aunque se priorice, como ha sido siempre, lo relativo al plano de las ideas, la espiritualidad, la cultura.
Así se reafirma en la Constitución aprobada en el 2019 y en las novedades que introdujo en lo relativo a la familia, punto neurálgico en los debates por la tensión natural que provocan las revoluciones cuando entran en disputa con los prejuicios o intereses de clases sociales que cuentan con pleno disfrute de sus derechos.
A propósito del nuevo Código de las familias, anunciado y esperado, el 30 de abril se creó la comisión encargada de su elaboración, proceso que culminará con el referendo popular. Diversidad de cosmovisiones comulgan y se cruzan en el debate de calles, casas y redes sociales, todas válidas si estimamos el efecto que en nuestra idiosincrasia tienen los antiguos estereotipos de género, enfocados en la heterosexualidad como norma y en la reproducción como única función de la unión entre dos seres en detrimento del amor y el respeto que es, en definitiva, el real pacto de cofradía que da sentido a la vida de los humanos en pareja.
Datos del contexto apuran el nuevo cambio. Las familias cubanas, célula fundamental de la sociedad, han variado en sus estructuras, prácticas, carácter, dinámicas, intereses, por eso mejor presentarlas en su pluralidad porque nos defiende de la ingenuidad de asumir que en todas las casas de Cuba se piensa y actúa de la misma forma.
Los seres vivos, más los humanos, somos plurales y diversos por naturaleza y asumir la diversidad, naturalizarla o comprenderla no es renunciar o negar aprendizajes y referentes, sino aceptar –y aceptarnos– en el entramado variopinto, complejo y circunstancial que es la sociedad.
El código en construcción debe reflejar la realidad actual y sus disímiles maneras de reproducirse a lo interno de cada hogar.
Nuevas herramientas jurídicas que representen los intereses mayoritarios se precisan en estos tiempos en que se recrudece la violencia de género; la educación sexista marcada por estereotipos inhibe el derecho a elegir en libertad la preferencia sexual y forma seres recalcitrantes con el diferente, personas mayores se discriminan y aumenta el índice de adolescentes embarazadas, desde el sesgo perpetuado de que el valor de uso de la mujer es solo para cuidar la casa y asegurar la especie.
Para quienes esperamos, queda la confianza en que será un código amplio que proteja y reconozca a todas las tipologías de familias, sin imposición de modelos, en ajuste a los principios de un sistema social laico e inclusivo. Salvaguardar dignidad y seguridad de los adultos mayores (en un país con más del 20 por ciento de envejecimiento demográfico), reconocer las labores de cuidados como formas de trabajo y garantizar derechos para quienes la ejercen, eliminar obstáculos que atentan contra la comunicación entre familiares, perfeccionar el régimen económico de matrimonios y uniones de hecho –ya sea de comunidad o separación de bienes– son otros desafíos de los nuevos ajustes, emanados de estudios y opiniones del pueblo acerca de las verdades que conviven con nosotros.
Algunos los llaman “cambios fuertes” en lugar de nombrarlos, sin miedo, por su verdadera cualidad: revolucionarios. La ley de leyes se pensó para que fuera copia y calco de nuestra realidad, época y circunstancia. No hay imposiciones ni promociones de modelos, solo se trata de proteger los derechos de las personas, sin que ello afecte a quienes los han disfrutado siempre.
Hacer valer el respeto a la libertad y a la dignidad humana es deber de toda legislación que se autoproclame socialista. Solo un poder hegemónico determina qué tipo de familia es correcta para la sociedad; el democrático y participativo, propio del Estado de derechos, se construye, bloque a bloque, con el sentir de las mayorías que, en este caso y poco a poco, hemos desaprendido los viejos esquemas por la fuerza de la información, la sensibilidad con las historias de los que han sido discriminados y la fe absoluta de que la equidad, premisa fundamental de la felicidad de cada pueblo, está en el horizonte hacia el cual avanzamos todos y juntos.
En los vericuetos del proceso vale detenerse, repensar, consultar, modificar, siempre que se justifique desde la justicia social y la igualdad de oportunidades. Retroceder ya no es posible. “Los cambios que mi casa necesita”, como dijera el trovador, aluden a la ruptura con los viejos esquemas mentales, la apertura a lo diverso, el diálogo en la contradicción, la búsqueda de sentidos comunes para seguir construyendo esta muralla entre muchas manos.