A Zenaida Reyes Machín casi todos la conocen como La Capitana, un apodo que se ganó cuando participaba en actividades del Movimiento 26 de Julio en su natal Minas de Matahambre. Ella es de esas mujeres que no salen en los libros de Historia, pero que mucho hicieron por la Revolución.
La Capitana es también el nombre de la finca agropecuaria que aún, a sus 84 años, dirige en la zona conocida como La Ceniza y que pertenece a la CCSF Fructuoso Rodríguez del municipio de Pinar del Río.
LA MUJER DE LA DINAMITA
En el año 1956 se unió a la causa rebelde que luchaba contra las injusticias de Fulgencio Batista. Su casa, ubicada en las Bombas de Peña Blanca, funcionaba como almacén de suministros y escondite para los revolucionarios a quienes también trasladaba, junto a su esposo Raúl Rojas, a lugares seguros.
“Ya tenía a dos de mis tres hijos. Nosotros no pasábamos necesidades, en mi casa había hasta corriente 110 y 220 porque mi papá era jefe en las bombas de agua de la mina. Mi suegro también era hombre de negocios. Tenía máquinas, carnicerías, bodegas y se pasaba la vida dándoles lechones asados y de todo a los guardias, entre ellos al cabo Lara. Nunca sospechó que su hijo era revolucionario, decía que si se enteraba de algo él mismo lo entregaba”.
En varios escenarios a Zenaida la han reconocido como una de las mujeres que más dinamita entregó a la causa; sin embargo, evita hablar del tema, pues enseguida se entristece al rememorar aquella etapa en que apresaban a los combatientes con esos cargamentos, los torturaban y luego los asesinaban.
“Yo las guardaba en la despensa de mi casa en latas de galleta y se las daba en un maletín negro grande. A pesar de las torturas y las vejaciones ninguno de ellos dijo quién le facilitaba la dinamita”.
Las anécdotas de La Capitana no caben en el reducido espacio de este trabajo. Incontables fueron las veces que estuvo ante las narices de los guardias de la dictadura sin medir el peligro que corría su vida.
“Una vez tuvimos que trasladar a un combatiente hasta Guanajay y había que pasar frente al cuartel del asesino Menocal, en San Cristóbal. Nos dijeron que debíamos esperar al domingo que había peleas de gallos. Flores, mi hermano, se puso un gallo fino debajo del brazo, yo me monté detrás con el compañero que íbamos a trasladar. Él también con un gallo y una botella de ron por la mitad.
“Tuve que ir con el pelo suelto, argollas grandes y toda pintoreteada, como una prostituta vaya. Cuando íbamos llegando, mi esposo, que manejaba el yipe, me dijo que me salpicara la blusa con el ron, después abracé al hombre y lo embarré de creyón.
“Los guardias revisaron todo, le preguntaron a mi esposo por la parejita que traía detrás. Él les dijo que le habíamos pedido el favor de llevarnos a las peleas de gallos. Entonces les pregunta por el cabo Lara. ‘Sí, está ahí pero él no recibe a nadie’, dijo el soldado. ‘Dile que el hijo de Pepe Rojas va aquí, que dice el viejo que puede ir el fin de semana a recoger el lechón’. Enseguida nos dejaron pasar y le susurraron ‘oye suelta a esos dos por ahí, que van borrachos y la cosa está mala’.
“Al regreso tuvimos que esperar a que cambiara el turno de guardia. Al final supimos que al combatiente que trasladamos lo cogieron en La Habana y lo mataron”.
Entre sus tantos reconocimientos ostenta la Medalla de la Lucha contra Bandidos, y enseguida que le pregunto sobre el tema recuerda otra de sus buenas historias:
“En La Pimienta, un pueblito que hay cuando entras para Pan de Azúcar hicieron un internado, muy cerca de la sierra. Dijeron que venía Fidel a inaugurarlo. Entonces llegó la información de que en esa sierra había alzados y que tenían la intención de matarlo.
“Nos orientaron vigilar la zona. Vi una lucecita y un humito que salía de allí. El marido mío y yo subimos a casa de Cholo Álvarez, un viejito que vivía en medio de la sierra. Nos dijo que no sabía nada pero que su yerno y su hija, que tenían la casa en el mismo pico, podrían saber si andaba alguien por la zona. Exactamente el yerno nos confirmó que había gente. Después de aquella señal de humo, vimos una avioneta que tiró un gusano negro. Supimos más tarde que eran armas modernas.
“Enseguida camiones de la milicia subieron. Estaban metidos en una cueva, mi esposo cogió a dos. Uno de ellos muy jovencito, que luego se encaminó y se puso a trabajar. Años después los padres vinieron a agradecerle a mi esposo lo que había hecho por él. La madre hasta se me hincó de rodillas, eso no se me olvida nunca”.
Luego del triunfo revolucionario Zenaida se mantuvo activa en cuanta tarea se orientaba, lo mismo en la zafra azucarera, que en los CDR o en movilizaciones a cielo abierto. Su vida siempre ha sido el trabajo.
UNA CAPITANA AL PIE DEL CAÑÓN
La finca abarca ocho hectáreas que dedican a los cultivos varios y granos, además tienen convenio porcino y fomentan la cunicultura. Aunque cuenta con seis trabajadores, insiste en recordar que es ella quien manda.
Vivió en Las Minas hasta el año 1980, después se mudó al reparto Carlos Manuel de la capital pinareña. Aunque trabajó como administradora de varios servicentros, primero en su municipio natal y luego en la capital provincial, pidió una tierra y junto a su esposo se dedicó a la ganadería.
“Era cerca del Pre 4 (Hermanos Saíz) pero la invadieron los búfalos, causaron muchos daños y me la cambiaron por esta, aquí en La Ceniza. Cuando me jubilé no quise meterme en el palomar aquel, compré una yegua y un carro y así andaba”.
Hasta el año 2018 se dedicó a la producción de leche y la entrega a la industria con muy buenos resultados, incluso fue invitada a participar en la feria agropecuaria de Rancho Boyeros en La Habana, donde recibió varios reconocimientos.
Actualmente, en esas tierras siembran plátano, yuca, boniato, arroz, frijoles, maíz, tomate, café. Piensan incursionar en la cría de cerdo ibérico, para ello ya cuentan con palmiche y también hacen yogur de yuca.
El pasado año entregaron 96 quintales de frijoles negros a la cooperativa. Tienen 20 reproductoras de conejos y seis sementales con cría, a lo que se suma un módulo de patos y chivas.
Comentan los trabajadores que en La Capitana no solo se cumple con la entrega de las producciones contratadas, sino que también ayudan a la comunidad en lo que se pueda, lo mismo con leche y pollo para un niño que con lo que necesiten y esté a su alcance.
“A mí no me interesa ganarme 20 pesos más, lo que me interesa, de toda la vida, es entregarle al Estado. Pa’ eso yo trabajo”. Zenaida tiene comodidades en su casa del “Carlos Manuel”, pero insiste en vivir en la finca, aun sin electricidad. En la misma máquina de coser donde confeccionaba brazaletes del Movimiento 26 de Julio se entretiene cuando no está pendiente del quehacer diario en la tierra. Nunca tuvo miedo de la dictadura de Batista, y mucho menos al trabajo.
“Aquí es donde quiero estar yo”, afirma.