Cada quien tiene el derecho de compartir sus gustos audiovisuales con sus semejantes y con su familia al interior del hogar. Eso es indiscutible. Tal bombardeo a la vista puede ser al final aceptado o no por quien recepcione las nuevas propuestas.
Vamos, que decidir levantarse del asiento o permanecer frente a la pantalla pasa por una cuestión de gustos, estética, idiosincrasia y tantas otras complejidades.
Por supuesto, lo anterior sucede cuando a quien se lo muestran tiene edad y capacidad intelectual suficiente para discernir cada propuesta. El hecho de ser adultos nos da esa ventaja.
Sin embargo, tal decisión no es propia de un niño. Para ellos, todo frente a sus ojos es una novedad, un mundo desconocido por explorar, un universo del que no saben absolutamente nada… y así se les presenta, y los enfrentamos solos a todo tipo de pantallas.
Lo anterior viene a colación, –debería ser una preocupación constante de cada padre – debido a que en días recientes, en un momento de descanso, pasaban unos animados para los más pequeños en la programación infantil de Cubavisión. Casi que inmediato mi esposa comentó:
¿Tú crees que esos son muñequitos para niños?
-Verdad que están un poco fuertes, advertí mientras veía la sangre de unos monstruos fluir. Era algo gótico, estilo “gore” como también se le conoce. Quizás algunos pudieran decir que ya los niños no son como antes. Es cierto, cada generación evoluciona y no se parece a sus predecesores. Nuestros niños son mucho más avispados que lo que fuimos nosotros alguna vez; pero siguen siendo niños. No en balde, debido a la sobrexposición a contenido sensible, tenemos hoy en las consultas de psicología a tantos menores con desorden y trastornos diversos del sueño, terrores nocturnos, ansiedades, miedos y demás.
Como decía, el cerebro de cada niño es una esponja que recoge, colecciona, procesa, y rara vez digiere por entero cada detalle que se proyecta en sus retinas. Pero como la vida cada día es más convulsa y tenemos mucho menos tiempo, utilizamos a un “amistoso” televisor para que haga de niñero.
Esto, según los expertos, es fatal. Si bien exponer a los infantes a contenido que no comprenden o de cierta forma los inquieta tiene consecuencias nefastas, el hecho de que se sienten solos frente a una pantalla, es aún peor.
Hablo expresamente de nuestra supuesta parrilla televisiva “educativa”. No voy a mencionar los otros contenidos audiovisuales que graban los padres, tíos y abuelos para los infantes en los sitios donde se expende el llamado “paquete”.
Y aunque sea tema para otro análisis, en sondeos realizados por el escriba sobre la pregunta de si los copiadores consideraban los animados que pirateaban aptos para menores, las respuestas fueron en su mayoría negativas.
“En mi tiempo no había esta violencia”, agregaba uno; “personalmente alerto a los padres antes de grabarles lo que piden, pero hacen caso omiso, quién soy yo para censurar”, admitía otro; “ya la etapa de Elpidio Valdés pasó, fíjate si es así, que ni por el televisor lo ponen”, manifestó otro de los copiadores. Esto último me puso a pensar. Creo que debería repensarse la estrategia multimedial televisiva para los pequeños y optar por contenidos más educativos, alegres y propicios para esa edad. Aunque duela decirlo, tristemente terceras opciones, pues son decisión de cada quien, como decía en las primeras líneas.
En este sentido, urge mantener viva nuestra idiosincrasia audiovisual, una que siempre estará cargada de cubanía y que propone mensajes edificantes, patrióticos y descolonizadores.
Por otra parte, Cuba, nosotros, fuimos capaces de posicionar valores y civismos gracias a esos animados de producción nacional, y pienso que – aunque la industria de la animación esté hoy harta deprimida– deberíamos optar mejor por contenidos alejados de la violencia gráfica, más acordes a la construcción positiva del ser humano.
Recordemos que los niños también son considerados espejos, y son el reflejo de su entorno, de su crianza, por lo que, como seres humanos, son víctimas también de lo que consumen.
Por ende, a usted, madre, padre, tío, abuelo, piénselo mejor. Medite, valore y analice con mirada crítica cada audiovisual que le presente a su pequeño, pues tras cada una de estas propuestas se esconden y disfrazan mensajes y contenidos no aptos para una edad en que la candidez debería primar.