Las reflexiones que hoy presento a los lectores fueron expresadas en días pasados como parte de un fértil encuentro entre la dirección del sistema institucional de la cultura, la Uneac y la AHS en Pinar del Río.
Interesantes y novedosas ideas se debatieron para enfrentar estratégica e inteligentemente la desfavorable situación que actualmente existe con respecto a la pobre, y a veces desconcertante, respuesta de la población a la mayoría de las actividades culturales programadas.
Se constata que no siempre ello tiene que ver con la calidad de las propuestas, pues en la mencionada cita se nombraron no pocos ejemplos de elencos de primer nivel que no tuvieron una asistencia de público satisfactoria.
Espacios diversos, para gustos y preferencias heterogéneas, se convocan en el patio de la sede de la Uneac: tal es el caso de Trovacle, Café con To`, Dosis de sábado, Descargas de boleros y canciones, Tardes de música popular bailable o de música de cámara, la peña Aquí crecemos… Magnífica demostración de que se puede, con un poco de talento y creatividad, concretar una programación variada que no reclame
tanto presupuesto. Sin embargo, desestimula comprobar la escasa confluencia de espectadores.
Y si tomamos como referente a la AHS, entonces hablaríamos de Los de casa, Poesía responsable o A la cuenta de 3, así como la peculiar Tendedera, auspiciada por el Centro Provincial del Libro y la Literatura (CPLL). Sabemos que no todas las ofertas poseen igual formato y que la aspiración suprema debe ser que cada presentación tenga su público, pero nada justifica que sea muy frecuente encontrar vacíos o salas
en las que se puedan contar con los dedos de las manos los que concurren.
Mucho nos pueden enseñar los promotores del arte joven, que van delante y consiguen halar y enamorar, de forma que una programación estable y bien estudiada ya cuenta hasta con habituales que se integran con naturalidad al propio ambiente o atmósfera de lo que se propone como hecho artístico.
Ni siquiera entonces habría que ejemplificar con las exposiciones de las artes visuales o los espacios literarios como las Juevinas del Centro Hermanos Loynaz, que en muchas ocasiones se “salvan” con los llamados públicos dirigidos o hasta cautivos, los cuales -a mi juicio- disimulan o enmascaran la realidad.
Sería interesante cuestionarnos la pertinencia de los horarios establecidos como inamovibles en una ciudad, en la que es prácticamente inexistente el transporte en la noche y en la que las deficiencias con el alumbrado público, junto a los salideros e irregularidades de calles y aceras constituyen una verdadera amenaza para cualquier ciudadano.