No cabe duda de que los niños nos hacen reflexionar, a veces en lo menos que imaginamos, pues la rutina de los adultos es -más de lo que uno quisiera- un círculo vicioso, que obnubila nuestros sentidos, sobre todo, el común. Y aunque, me ha sucedido en más de una ocasión, en esta me quedé sorprendida cuando Marcos, el niño de mi vecina, que suele pedirme ayuda en sus deberes escolares, me soltó a boca de jarro: “¡Qué mal me caen las tareas de Historia!”.
De inmediato vinieron a mi mente las extraordinarias anécdotas de la Guerra de los Diez Años, contada de manera magistral por el gran Antero Trujillo, mi profesor del preuniversitario. El modo en que pintaba con palabras los hechos, les daba vida a los hombres-héroes y nos hacía admirar la valentía de quienes no cejaban en su empeño de justicia, aún me resuena en los oídos. En mi caso (muy diferente al de Marcos), contaba los minutos para que llegara la clase de Historia.
Han pasado casi 15 años y me atrevería a presentarme a un examen de suficiencia sobre Historia de Cuba y obtener un puntaje sobresaliente, porque lo aprendido con el profe Antero, no fue un parche, fue verdadero conocimiento. Y sí, a eso se le llama aprender para la vida. Eso es una enseñanza eficiente, porque nos la quedamos y la reconstruimos una y otra vez en función de nuevas experiencias.
La memoria no se queda a merced de la suerte cuando en ella se graban ideas relevantes, de manera también relevante. Creo que esta es una premisa de altos quilates, para quienes tienen a su haber la difícil misión de enseñar Historia en tiempos tan complejos como los que vivimos, después de una pandemia y de conflictos políticos y sociales que siguen apretando el cuello de las naciones en todas las latitudes.
Los tiempos son otros y los estudiantes también, pero no se justifica condenar a las nuevas generaciones a la desmemoria, porque la desmemoria impide conocer el arcoíris desde sus orígenes y mutila el camino del que hoy formamos parte, pero que fue iniciado por los que nos antecedieron. Porque el árbol se sienta débil o cansado, no puede negar las raíces, pues el tallo solo tendrá vida mientras debajo de la tierra sigan los tentáculos que alimentan con su sabia.
Se habla de “la generación de cristal” y en algo puede haber razón, pero ellos son niños de esta época, necesitan un profe Antero en sus aulas, que les enseñe a reflexionar y a amar lo que igualmente les pertenece.
La educación no puede voltearse de espaldas a sus tiempos y en este, particularmente, el docente tiene a mano, con solo cliquear en Google, un sinnúmero de estrategias que pueden ayudarle a “hacer maravillas” en sus clases y cambiar la percepción de los tantos Marcos, que lejos de admirar la historia de su país o del mundo en general, la aborrecen.
A estas alturas no se trata de hablar de un Maceo o un Martí que están reconocidos como héroes; se trata de enseñar el concepto de trascendencia, desde el pensamiento y la actuación del hombre de carne y hueso que, como todos, soñaron y trazaron estrategia en correspondencia, que tuvieron aciertos y desaciertos, pero que se inmortalizaron, no por participar en una guerra, sino por ser consecuentes consigo mismo, y por dejar sentado que los ideales son más que un sustantivo común y abstracto.
Las escuelas no pueden seguir estáticas, con metodologías de los años ‘70, en las que enseñar Historia es igual a ponerse de un solo lado porque sí, sin hacer análisis verdaderos; la clase de Historia tiene que ser un escenario vivo de reflexiones y conclusiones que contribuyan a la verdadera formación integral de las nuevas generaciones de Marcos. No puede seguir lloviendo sobre mojado, ni que con cuatro adjetivos: valiente, audaz, capaz y heroico se caracterice a esos hombres de talla universal, con quienes nos emparentamos por ser cubanos.
Urge presentar la Historia como lo que es: el puente entre el ayer y el hoy; la cuerda que nos lleva al futuro y que, como cuerda, al fin y al cabo, nos puede sostener o hacer caer.
Por Marcos, mi niño vecino, y por todos los que ni siquiera conozco, sin tener mayor formación teórica en el campo de estudio de la Educación, estoy convencida de que las prácticas educativas tienen que cambiar, aunque no en todos los contextos se cuente con un Antero Trujillo, por quien eternamente agradeceré al instituto vocacional Federico Engels y a la vida misma.