Pocos meses después de La madre (Niki Caro, 2023) el emporio audiovisual estadounidense Netflix arremete otra vez contra Cuba, por la vía del filme Dejar el mundo atrás (Sam Esmail, 2023). En el primer título, un largometraje de alta recepción mundial, mintieron alevosamente, al dibujar a La Habana como un garito donde se refugian carteles de la droga y del negocio de las armas, un sitio en el cual matan de forma impune y en el que campean a sus anchas asesinos latinoamericanos, o entra y sale el FBI.
En Dejar el mundo atrás –también líder de audiencias de Netflix–, uno de los personajes conecta el conflicto de la cinta con ese ardid político de los servicios de inteligencia de Washington, acuñado por ellos como los «ataques sónicos» de La Habana.
En esta distopía de la casa de la n roja (un café recalentado de viejas «borras»; remedo desvaído, pero con mucho veneno político, del Shyamalan de El incidente, de 2008, y de la miniserie francesa El colapso, de 2019), Julia Roberts, su esposo Ethan Hawke y los dos vástagos de ambos, viajan a Long Island para vacacionar en una mansión rentada. Pero el dueño de la casa y su hija se aparecen allí en medio de la primera noche. El sujeto (Mahershala Ali) ofrece una excusa que la Roberts parece no tragarse, porque, sospecha, que quizá él esconda algo y haya algo más de lo que dice.
El gran misterio será que todo se viene abajo y que ee. uu. está bajo ataque. Una presunta arma sónica radioactiva obliga a los personajes a taparse los oídos, todos inmóviles, ante el atroz ruido.
La primera víctima es el hijo varón de la pareja visitante. Al ascenso de la temperatura corporal y vómitos con sangre, sucede la caída de sus dientes. En la búsqueda de apoyo para el adolescente, como también de respuestas, Hawke y Ali llegan a la casa de un contratista, antiguo amigo del segundo, asumido por Kevin Bacon.
Este, literalmente, les responde a ambos al minuto 116: «No es tan diferente a lo que pasó en Cuba hace un tiempo. Armas de microondas, les dicen. Producen radiación esparcida a través de sonidos. Algunos perdieron los dientes allí también».
El falaz discurso que retoma un producto de visionado global como este, con conocidas estrellas de Hollywood, resulta en extremo nocivo en un contexto político actual de tanta complejidad; además de contribuir (cual brazo ideológico indispensable de la Casa Blanca que es el cine norteamericano) a la estrategia del gobierno yanqui de continuar demonizando a Cuba e inventando nuevos o viejos pretextos, en tanto engañosos y miserables fundamentos para seguir incluyéndola en espurias listas u otros objetivos.
La trama de acusaciones y engaños saltó a la prensa norteña en agosto de 2017, como argumento de peso para las fuerzas que promovieron la postura agresiva de la administración Trump contra Cuba. Sobre el asunto –pretexto esgrimido para reducir de forma considerable el personal en la sede diplomática, y desmantelar los servicios consulares en La Habana–, las audiencias del Congreso e informes del Departamento de Estado, de la cia y otras instituciones de EE. UU. debieron reconocer, a la larga, que no hubo evidencias ni argumentos. Dejar el mundo atrás lo olvida, y miente.