“La honradez debía ser como el aire y como el sol, tan natural que no se tuviera que hablar de ella”
José Martí
Una situación económica difícil siempre trae consigo consecuencias que ponen a prueba los valores humanos.
En medio de carencias materiales, cuando se hace difícil buscar el sustento familiar, afloran males que, lejos de ser una justificación ante el complejo panorama, desvirtúan la urbanidad, el respeto y los cánones de la vida en sociedad.
Es cierto que el delito, sobre todo el robo, aumenta en momentos de crisis económica, pero como dijera el Apóstol: “La pobreza pasa, lo que no pasa es la deshonra que con pretexto de la pobreza suelen echar los hombres sobre sí”.
Robarse una vaca o un caballo de un patio ajeno para después vender la carne no es algo a lo que se acostumbra uno, mucho menos quien con tanto sacrificio los cría. Pero también hay hechos que rayan en la desfachatez y que en nuestras propias narices nos dejan en un estado de inseguridad preocupante.
Ejemplos sobran, como que al despertar el campesino encuentre su pequeño campo de boniato literalmente saqueado, que de un balcón en una quinta planta se lleven un par de tenis o que deslicen un brazo por una ventana y carguen con una cortina.
Que cosas como estas ocurran ponen en tela de juicio a los mismos miembros de una comunidad y alimentan la incertidumbre, el descontento, la desconfianza.
Peor aún resulta que en un lugar como el “Paquito”, adonde se supone que vayan los niños a encontrar un poco de esparcimiento, tengan que regresar a la casa descalzos, porque algún “vivo” está velando cuando se suben a un equipo inflable o a un trampolín para apropiarse de los zapatos.
Y si bien los padres tienen la responsabilidad de cuidar de sus hijos en lugares como estos, cabría preguntarse hasta dónde llega la protección al consumidor y la seguridad en este tipo de instalaciones.
Es lamentable tener que vivir pendientes de que hay alguien al acecho, a la espera del menor descuido para quitarte lo que con mucho sudor y meses de trabajo y de ahorro conseguiste.
La carencia de recursos, el alto precio de los productos que precisamos para vivir no pueden ser motivación para apropiarse de lo ajeno. Y aunque pueda sonar a teque, debe formar parte del abc de los profesores en las escuelas a la hora de enseñar, y principalmente de los padres en el hogar.
No me refiero a regañar o castigar cuando el niño lleva algo que no es suyo a la casa, sino a ser ejemplo y demostrarle con hechos la virtud de trabajar honradamente y de preservar los valores que le permitirán crecer como persona de bien.
Es cierto que el delito aflora cuando hay situaciones económicas complejas, pero no puede convertirse en apología por el mero hecho de que la “cosa está mala”. No podemos adaptarnos a ser parte de esa dinámica social y limitarnos a repetir la frase anterior como si legitimáramos el accionar de los ladrones.
También es cierto que vivimos otras realidades, como que la guardia cederista no funciona o que a veces no se hace la denuncia de un robo por la demora en el procesamiento de los casos o porque como dicen algunos “solo se resuelven en Tras la Huella”.
Permitir que las carencias económicas nos lleven hacia un abismo de deterioro social sería entonces mucho más preocupante, principalmente para quienes hoy representan el futuro de la nación.