Elizardo Carmelo Corrales Ríos le sabe las cosquillas a las tierras de Punta de la Sierra. Nació y vivió aquí toda la vida y siempre ha sembrado tabaco, tradición que heredó de su padre, quien con 97 años fue una de las víctimas mortales de la COVID-19 en Pinar del Río.
“Para el campesino no hay sábados ni domingos; el que crea que puede dormir la mañana o el mediodía, no, ese no es guajiro. La tierra es de sol a sol, no de ratos”, nos dice, a la vez que sigue repasando sus surcos extensos de Habana ‘92, la variedad que siempre siembra porque asegura “tiene clase”.
¿Pudo trabajar con la garantía del paquete tecnológico?
“Este ha sido un año difícil con la entrada de recursos; apenas hubo algo del paquete tecnológico, por suerte me quedaba un poco de plaguicidas del año pasado y con eso he ido resolviendo. Para serte sincero, los medios biológicos no me dieron resultado. Las técnicas de la empresa me lo trajeron, pero no tuvo un buen efecto y ya, lo más importante es estar siempre arriba de la planta. Cada tabacalero tiene su sellito. Y la cosa está en hacerle todas las atenciones culturales y en su momento.
“Está sano por eso, porque me tiene encima. Yo fumigo el tabaco cada siete días y no trabajo solo. Mis dos hijos están aquí conmigo. Al amanecer ya estamos los tres en la vega; a eso de las seis y pico de la mañana cuando empieza a clarear somos viejos aquí. Ellos son disciplinados, uno era maestro y el otro tenía sus trabajos hasta que se decidieron a venir los dos para acá y nos va bien.
“Yo me levanto y es para acá, además, vivo aquí mismo. A veces, los domingos, después de bañado, me pongo a desbotonar o a quitar alguna hierbita y me ensucio toda la camisa; ahí mismo mi señora empieza a pelear”, acota entre risas.
Alrededor de 80 000 posturas planta Elizardo cada año, aunque le gusta irse un poquito por encima del plan.
Se demoró un poco este año para concluir la siembra…
“Me enfermé justo cuando estaba preparando las tierras y los semilleros, entonces me he retrasado un poco, pero en unos días quedan listas”, precisó a Guerrillero, hace ya casi un mes.
Con rendimientos históricos de 1.3 o 1.4 toneladas por hectárea asegura que le debe mucho a sus tierras.
“Son buenas. Los mismo siembro malanga, yuca, frijoles, y casi siempre se dan buenos. Las tierras yo las roto con maíz y sorgo, porque el sorgo aporta mucho al suelo, más que el maíz, y así lo aprovecho en los cochinos y en el mejoramiento de las tierras.”
Entonces también siembra cultivos varios….
“Sí, pero el tabaco siempre ha sido mi plato fuerte. Además, no he tenido problemas con los pagos. Sin embargo, no ha sido así con los otros cultivos. Vendí 20 quintales de malanga y los cobré, pero me deben casi la misma cantidad”, sentenció también al momento de la visita.
“Puedo decir que el tabaco es el sustento de mi familia, no hay dudas de eso, de los hijos y los nietos, pero el resto de los cultivos ayudan mucho entre campaña y campaña, y todos los tengo contratados con Acopio”.
Después que el tabaco sale del campo, ¿vela usted por su calidad, por su protección?
“En todo momento. Mire yo tengo mis ensartadoras, son mujeres que año tras año ensartan mi tabaco. Ellas me cuidan la hoja como yo mismo y tiene que ser así. De su calidad dependen también nuestros pagos. Les tengo mucha confianza y aprecio”.
De la vega de Elizardo, que pertenece a la CCS Rafael Ferro, se ve el lomerío bien cerquita y la brisa golpea la cara con un desenfado que uno comprende porque este campesino prefiere el campo a la comodidad del hogar.
¿Entonces el tabaco es una cuestión de vocación?
“Lleva su cosa y lo más importante es que tiene que gustarte lo que estás haciendo. Hay que velar la hierbita, estar con la guataca en la mano, pasar grilla aquí, escardar un poco allá… es un trabajo del día a día, y él solito te va diciendo lo que tienes que hacer cada vez. Además, tiene su recompensa”.