Mucho se ha escrito sobre el síndrome del “nido vacío”, cuando los hijos se van de casa al alcanzar la adultez, pero poco sobre la posibilidad de enfrentarlo con una visión positiva y asumirlo como un momento de libertad para los “pájaros” que cuidaron de los polluelos.
Aunque la mayoría de los padres prefieren mantener cerca a su descendencia, lo cierto es que llega un instante en que no podemos interferir sobre sus decisiones; si ellas los separan del hogar, lo mejor es respetarles sus elecciones, apoyarlos y espantar la depresión con pequeños “lujos”.
Tal vez sea la época de volver a quedarse un poco más en cama cada mañana, ya no hay a quién prepararle el desayuno, la merienda o velar porque no se le haga tarde para la escuela o el trabajo.
Ahora hay turno para la visita pospuesta, el libro por leer, la serie por ver, hasta los ejercicios por hacer…, puede reajustar los horarios y rutinas del hogar en función de sus intereses, deseos y estado de ánimo; cocinar aquello que nunca hacía “porque los muchachos no lo comen”.
Tener tiempo para uno mismo es un privilegio que el cuidado y atención a la familia muchas veces lo limita, aproveche, concédase esos mimos que se daba y que pueden ser desde dormir una prolongada siesta hasta un maratón de consumo audiovisual o literatura; quizás ir a aquellos eventos que declinó… en fin, las alternativas dependen de cada individuo.
Según entendidos, es justamente la falta de autorrealización lo que hace más duro ver partir a los hijos. Son aquellos padres que concedieron prioridad absoluta a la crianza los que experimentan mayor sensación de tristeza, soledad y vacío.
Si es el caso, tendrá muchos “pendientes”. Para algunos probablemente sea demasiado tarde, pero no desperdicie la oportunidad de consentirse, de disfrutar de una etapa de su vida. Así como poco a poco cambiaron las dinámicas hogareñas con el crecimiento, modifíquelas nuevamente, ahora en aras de su propio bienestar, a fin de cuentas, si su prole estuvo en condiciones de volar e independizarse es porque usted lo hizo bien y les condujo por el camino de la autonomía. Permítase celebrar por un trabajo bien hecho, merece esa recompensa.
No importa si la razón por la que se fueron está asociada a la emigración, un matrimonio, oferta laboral, superación profesional o cualquier otra; al final tuvieron el valor para abandonar el nido por sí solos; no se castigue por ello, pues de manera consciente o inconsciente era el propósito, que esos bebés, que por años no pudieron cuidarse o valerse, se convirtieran en adultos independientes.
Aprenda a utilizar el tiempo en función de su bienestar y no solo de los demás. Que la situación económica es compleja y puede resultar limitante para determinadas cosas, es cierto, pero ninguna de las mencionadas antes requiere de grandes inversiones, solo de la voluntad de hacerlas.
Cada edad tiene sus propios encantos y atractivos, descubra los que tienen esta nueva etapa, “amarse a sí mismo es el inicio de un idilio de larga duración”, dijo Oscar Wilde; no es un pensamiento egoísta, ya que solo las personas felices consiguen hacer dichosos a quienes les rodean.
La plenitud con que se disfrute la vida depende a veces de la actitud que se asuma frente a ella, hay quienes con mucho no logran iluminarse sus días y otros con poco irradian cada amanecer.
Es el momento para hacer lo que no pudo, no quiso o no priorizó, despójese del sufrimiento y sea feliz por la independencia que conquistaron sus hijos. Que se alejen de casa no significa que le quieran menos, ni tampoco que ya no logre estar al tanto de cómo les va, incluso, disponible de ser necesario para ayudarlos por esos nuevos caminos que eligieron.
Por norma les irá mejor si saben que mamá y papá están bien, disfrutando, por lo que todo soplo es bueno para enseñarles a encarar los cambios con energía positiva, que le vean volar, no se quede humedeciendo el nido con lágrimas para que los hijos vayan sin lastre, sea usted un “pájaro libre” y eso les dará fuerza para buscar mayores alturas.