Zafras lleva 21, no sabe hablar bonito, me dice; pero que no se proyecte con palabras finas y rebuscadas, no opacan nunca el arte que le brota de sus manos, las mismas que parecieran acariciar el tabaco que cosechó desde el surco, doblando el lomo, tan diestra como cualquier hombre, pues ser mujer no es tropiezo en la vida de Nilda Pérez Valdés.
San Luis la ha visto crecerse, los campos de El Corojo son tan familiares como su casa, tal vez más, pero lo cierto es que esta señora, de más de seis décadas y dos hijos varones, ama aquellas hojas que le dan, además de buen aroma, oxígeno puro para su bienestar.
MUJER QUE SE CULTIVÓ AL SOL
Los primeros pasos en el tabaco fueron en escogidas, de tapado y de sol, hasta que decidió ir al campo con uno de sus hijos, fue ahí cuando dijo “esto me gusta”.
La primera vega la tuvo lejos, hasta que encontró unas tierras un poco más cerca de su vivienda, allí le pasan los días a la sombra de una grandiosa casa de cura que la voluntad y el amor de la familia consiguieron levantar después del paso del huracán Ian por estas tierras.
Sobre este suceso meteorológico quisiera ella ni recordar, solo sabe que se impuso y empezó de cero, tuvo que ensartar en el portal sin techo mientras se construían los aposentos, el tabaco no espera y dejarlo perder no era la solución.
“Pa´acá y pa´alla, con mis hijos, luchando, trataba de llevar la casa, cuidar a mi esposo enfermo; pero quería ver encaminada mi cosecha, no podía descansar”, e hizo bien, porque se le veía feliz dentro de aquel castillo en que se convirtió su casa de tabaco.
Pedirle reposar, estarse quieta, nunca fueron voces de mando de sus hijos, mas, ella desobedecía, porque en el fondo sabe que si aún el destino le depara algunos años, serán al pie del cañón.
Escucha consejos, acepta ayudas, pero ella es quien dice cuándo se desbotona el tabaco, qué fumigación lleva, la dosis precisa. Inyecta sabiduría, mientras que uno de sus brazos derechos, Ellesmere Pérez Pérez, aprende de otras dosis, pues él es médico en la sala de Cuidados Intensivos del hospital provincial Abel Santamaría Cuadrado de Pinar del Río, en los días de descanso, fuera de la vorágine de la institución de Salud, acompaña a su madre para que las fuerzas del trabajo no la maltraten tanto.
VOLUNTAD INQUEBRANTABLE
Aquella vega acepta en sus tierras la siembra de 25 000 posturas de tabaco. El fenómeno meteorológico de septiembre pasado vino a redistribuirle la capacidad, al tener que construir su templo para el resguardo del oro verde dentro del mismo perímetro, pero esta resta de espacio no constituyó razón para obtener los cujes planificados, hablamos de 2 180, los cuales, la última vez que conversé con ella, hace dos meses, la cobijaban ya listos para zafadura.
En ese entonces faltaba días para zafar la tripa y la sobre tripa. Con los cortes que llevaban más tiempo para secar su paño y emparejar sus colores, debe andar ahora involucrada, luego de esperar que amarillara desde los bordes hasta la misma vena de la hoja.
Le metió el pecho al campo con poco más de 30 años, y el último marzo, cuando cumplió 62, casi no pudo creer que había duplicado la vida en este oficio, es que cuando se hace lo que a uno le gusta, el tiempo pasa sin darnos cuenta, en vez de labor es placer, “estoy mejor aquí que en la casa, otra cosa no te puedo decir”, repite como para convencerme de la dicha que siente al sembrar tabaco.
“A veces vengo y me siento ahí, sobre una piedra, ni abro la casa de tabaco, y me agarran las 12 del día, me voy, almuerzo y vuelvo para acá”.
Toco yo una hoja limpia, con un color seco casi perfecto, me dice: “Esa es tripa”, porque enseñar y bien lo que domina, también le complace, muestra de ello es aquel muchacho que le dice vieja y a la par hace parir la tierra.
Este es el primer año en el que Nilda no seca tabaco en las kalfrisas, las circunstancias del periodo así lo quisieron, pero consiguió, luego de diferentes análisis, que su casa tuviera la humedad, oscuridad y grasa necesarias para que todo el tabaco permaneciera bajo el mismo techo y mostrara los parámetros indicados para conseguir los mejores puros del mundo, esos que se siembran cada año sobre suelo pinareño.
Sabe de tabaco verde y seco, tanto como los propios especialistas. Ella advirtió de la calidad de la campaña actual, piensa que lo malo se lo llevó el viento, y como para devolver las esperanzas a los productores, devino excelencia el criollo sembrado.
EN LA UNIÓN, SU FUERZA
Su primogénito, allí con ella, se la pasa entre intubaciones, agujas, antibióticos, neumonías y hasta Covid, pero siempre vuelve, “porque aquí nací e igual esto me gusta”.
Se graduó de médico, se hizo especialista en Medicina General Integral (MGI), también de I Grado de Medicina Intensivista y Emergencias, además, es máster en Urgencias Médicas y profesor Auxiliar, todas estas pasiones las complementa con la economía del hogar.
Presta sus servicios en el campo, pues su trabajo de 24 horas por 72 le facilita desempeñarse en las labores agrónomas, porque él puede ayudar a su madre, pero su fuerte son los cultivos varios, ese día, a pleno sol, forrado y de mangas largas, ofrecía bastón a Nilda, y al día siguiente, el bastón apoyó a sus pacientes a más de 30 kilómetros de distancia.
Él y su hermano la siguen en sudor y gastos para que el año que viene siembre más tabaco, el doble tal vez, “entre los tres podemos hacerlo”, asienten y se miran, complicidad entre madre e hijo.
¿Quedará fuerza y voluntad?, pregunto, y al unísono dicen, “claro que sí”. Y entre risas y juegos asegura que con 80 años y en sillón de ruedas, “me tienen que enterrar aquí”.
Después del tabaco, de las cosas que más le gusta es disfrutar de sus cinco nietos, dos varones y tres niñas; de los chicos, al mayor, de 16 años, se le ve ya en funciones, pasa grilla, coge y saca el tabaco, pues hay que trabajar, como asegura Nilda, “porque a la mesa nos sentamos toda la familia”.
Y sí, puede que esta señora no sepa si el acento en el nombre de su hijo es prosódico u ortográfico como me explica él que es un poco más estudiado con el objetivo de que apunte bien, pero sí sabe, y en eso le gana, sobre los menesteres de la solanácea.