Dos grupos etarios guardan una significativa presencia en la obra del Maestro. Bastaría revisar ágilmente su fecunda producción literaria para verificar que la infancia y la ancianidad constituyen temas recurrentes en esta, lo que resulta una coherente consecuencia de ese humanismo tan característico de su personalidad. La desbordante sensibilidad que deposita en sus páginas le permite abordar estas temáticas con una delicadeza que salta de la letra impresa con impresionante intensidad.
Fijemos la mirada en la archiconocida dedicatoria que Martí elabora en su revista La Edad de Oro, destinada precisamente al recreo y la ilustración de los niños, la cual empezó a publicar el Apóstol en Nueva York, en el mes de julio de 1888, y de la que solo salieron cuatro números. Esta contenía cuentos, versos y artículos instructivos como el caso de “Tres Héroes”, en que presenta a los infantes hispanoamericanos tres de los grandes patriotas de nuestra América: Bolívar, San Martín e Hidalgo; “Las Ruinas Indias”, donde describe en forma inigualable las ciudades desaparecidas; “El Padre las Casas”, devenido estudio admirable del gran defensor de los indios.
Todos estos textos son una verdadera joya, no solo por el contenido tan didáctico, sino también por el magistral empleo del idioma, tan adecuado para los destinatarios. Sabemos que este proyecto no tuvo una larga vida, porque el Maestro prefirió no renunciar ni traicionar a sus ideales.
“Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo”. En esta conocidísima afirmación se refleja claramente la confianza y la fe que ponía en ellos, al tomar en cuenta la pureza de sus almas y la educación como garantía de sus firmes principios morales, junto a valores tales como la justeza, la honradez y la generosidad.
Al final de la dedicatoria queda muy bien explícita su intención comunicativa: “Lo que queremos es que los niños sean felices… y que si alguna vez nos encuentran por el mundo nos aprieten mucho la mano, como a un amigo viejo…”.
Ese mismo sentimiento se percibe cuando leemos su colección Ismaelillo, en la que se derrite ante el hijo, o en su epistolario más íntimo y familiar: pensemos en las cartas a su hermana Amelia y a la niña María Mantilla, las cuales derrochan cariño y se nos antojan como originales lecciones de extraordinario carácter educativo.
Asimismo, aparece en su obra escrita la inmensa veneración hacia los ancianos. Siempre me ha sobrecogido en este sentido el fragmento que me permito citar a continuación:
“¡Qué encanto tienen los cabellos blancos! Parece que viene de alto lo que viene de ellos. Las puerilidades mismas están llenas de gracia en los ancianos. Se les ve como a veteranos gloriosísimos que vuelven heridos de una gran campaña. Los defectos, los delitos mismos parecen como que se funden y desaparecen en la majestad de la vejez”.
Estas consideraciones fueron escritas en un comentario publicado en La América de Nueva York, en febrero de 1884. Se destaca en ellas de manera enfática y hasta apologética el respeto hacia aquellos que ya han vivido muchos años. Por tanto, parafraseando sus ideas: “La vida llevaron a cuestas y la sacaron a la orilla”. Y luego insiste en que, aun cuando hablen con voz trémula y anden con paso tardío, se les ve como a titanes.
Con un tono solemne y ceremonioso se refería a la revelación que su simple presencia ocasionaba. Incluso nos habla de profecía y de perdón de sus errores. Los compara con monumentos que se mueven y caminan. Curiosamente su prosa, entonces, se torna poética y sublime.
Cuánta sabiduría se aloja en la mente de este hombre catalogado como el más universal de todos los cubanos. Y, a la vez, cuánta vigencia para el mundo llamado moderno, que en muchas latitudes no ha focalizado o centrado sus acciones para proteger a sus ciudadanos en estas dos etapas de la existencia. Los primeros porque representan la promesa para el futuro, y los segundos porque han acumulado una fértil experiencia que toda sociedad debe aprovechar.
Tanto es así, que para Martí la niñez es un tesoro incalculable y la vejez una inmensa garantía. Llama a los primeros “príncipes enanos” y a los segundos “patriarcas”. Ningún cuidado será exagerado o extremo, ni para unos ni otros.
Aprendamos, también en este tema, de sus doctrinas.