Hay niños que cambian de brazos. La anterior expresión nos hace pensar en fenómenos como adopción, orfandad o en otros tan agresivos relacionados con la trata infantil, la venta de órganos o secuestros.
Sin embargo, hoy no vamos a hablar sobre temas tan recurrentes en los medios digitales como el tráfico de personas, en el que se asegura que aproximadamente un 28 por ciento de las víctimas identificadas en todo el mundo son niños, según han declarado la Unicef y el Grupo Interinstitucional de Coordinación contra la Trata (en inglés, ICAT).
Nos interesa algo supuestamente tan «sencillo e irrelevante» como las madres que prestan a sus hijos (incapaz de afirmar, sin pruebas, que los alquilan), para que otros compren con prioridad en las diferentes colas que se hacen para adquirir productos comestibles o no.
Un ejemplo lo apreciamos hace unos días durante la última feria agropecuaria que se efectuó en el estadio Capitán San Luis, específicamente en la venta de carne de ganado vacuno, que dicho sea de paso, no tuvo toda la organización necesaria -como la de fin de año- para que el producto, que no fue muy abundante, fuera expendido más equitativamente.
Volvamos a lo que nos interesa. Somos del criterio que ninguna situación económica y escasez justifica que alguien utilice a un menor como si fuera un objeto; tampoco a dar rienda al fraude, al engaño y la desvergüenza.
Quienes había en aquel lugar, y esperaron su puesto paciente y estoicamente, se merecían respeto. La mayoría de ellos no alcanzó a comprar. Lo otro es que los encargados de mantener el orden deben ser más suspicaces, como mismo las personas de la cola se percatan y dicen que es el mismo niño, ellos pueden estar más al tanto y detectarlo también, así como a las mujeres, cuyo físico les permite simular un embarazo.
Este fenómeno de «prestar» los niños, según he escuchado, se ha dado en otras ocasiones, no sé si mucho o poco, y ojalá sean casos aislados, porque es degradante. Lo primero que importa es la exposición continua de los infantes a los peligros de contagio con la COVID-19 u otros virus, lo otro es la violación de los derechos de ese pequeño.
Y no es que estemos diciendo que una madre necesitada no pueda llevar a sus hijos a las colas, no, sino que estamos de alguna manera contra la «cosificación» de esos pequeños, quienes se vuelven moneditas de oro, que todos quieren tener en ese momento. Aclaramos, tampoco estamos en contra de la prioridad que se da a embarazadas y mujeres con niños pequeños.
Ellas poseen toda nuestra consideración. Ahora bien, los niños tienen derechos, reconocidos por la Organización de Naciones Unidas, y en Cuba se siguen muy de cerca a esas personitas que son lo más preciado de cada casa.
Lo otro que nos ocupa es el respeto y la consideración hacia quienes nos rodean. No podemos aspirar a que nos lo merecemos todo primero que los demás y a que podemos ir por el mundo pisoteando, sin mirar atrás. Nos interesa mucho el tema, porque una sociedad sana es aquella en la que sus habitantes sepan convivir sin molestar, agraviar o perjudicar a sus congéneres, y esto incluye el respeto dentro del núcleo familiar, en especial a los niños y ancianos. Son ejemplos que se dan ante nosotros, tal vez escasos, pero que significan una luz de aviso, para poder evitar males mayores, todo por el bien común.