La reducción de los casos positivos de la COVID-19 y la eliminación de numerosas medidas restrictivas, no significa que ya salimos victoriosos del enfrentamiento a la pandemia y el terreno ganado es fácil perderlo si damos espacio a las indisciplinas y al desenfreno.
Tras meses de encierro y distanciamiento hay muchos deseos contenidos en cada uno de nosotros que van desde los besos y abrazos hasta la fiesta y el jolgorio, pero dejarnos llevar sería un acto irresponsable.
Estamos vacunados, cierto, pero en ningún momento los especialistas han dicho que por ello estamos exentos de riesgos al contagio, pues el virus sigue ahí.
Tomando como referencia el 12 de noviembre, en el 2020 el país reportaba 54 casos. En aquel entonces, Pinar del Río era el epicentro de la pandemia con 24 confirmados en una jornada, estábamos alarmados y llenos de pavor.
Si mantenemos la misma fecha como punto de comparación, el pasado viernes, un año después, la provincia acumulaba 639 positivos en las dos semanas precedentes, lo que arroja un promedio diario superior a 40, con transmisión en varios municipios. Esas cifras que hoy nos reconfortan, después de las experiencias vividas, representan control pero no erradicación y sería bueno que, al menos, conservemos intacta la noción del peligro.
Los niños y adolescentes están de vuelta a las escuelas, no dejemos de insistirles en la necesidad de cuidarse y hagámoslo también nosotros, por lo que en la casa tienen que seguir como rutina las medidas higiénico sanitarias conocidas; evitemos las aglomeraciones y exijamos en centros de estudio y trabajo que las administraciones garanticen el cumplimiento de lo establecido.
Son muchas las familias que quedaron enlutadas por la COVID-19, desconocer ahora que seguimos expuestos a sufrir más pérdidas o incluso ser víctimas de esta enfermedad es irracional.
Pongamos coto al desenfreno que parece haber poseído a muchos y seamos responsables: no estamos en condiciones de celebrar la victoria. Resultaría muy doloroso que el exceso de confianza provoque un retroceso en la situación epidemiológica y que volvamos a aquellos días de angustia en que la enfermedad, la gravedad y la muerte eran presencia habitual entre conocidos y familiares.
Bajar la guardia es entregarnos. Las olas de rebrote siguen apareciendo en numerosos países y la reanudación de los vuelos internacionales es una puerta de entrada, ya que pese a los protocolos -como se ha explicado en numerosas ocasiones- hay una etapa de incubación en la que es muy baja la carga viral y no aparece en las pruebas diagnósticas. Por ello, es que si queremos mirar al futuro sin el susto del contagio debemos vivir un presente de protección.
Los más de 8 000 fallecidos que reporta oficialmente Cuba a causa de la COVID-19 han de ser un recordatorio de la letalidad del enemigo al que nos enfrentamos con capacidad probada para multiplicarse, por lo tanto no le ayudemos.
En los momentos que la provincia vivía los picos de transmisión la insatisfacción de la población se apreciaba por la insuficiente disponibilidad de recursos para lograr una atención eficiente a todos los enfermos. Ello demostró que los medios existentes son finitos y hasta los países del primer mundo sufrieron colapsos en sus sistemas de Salud ante estas alzas en las cifras de enfermos.
Si no hay un actuar de la población en consecuencia, ese escenario puede repetirse. Cada quien debe velar por su cuidado e incidir para que sus allegados también lo hagan, con el convencimiento por delante de que el exceso de confianza es un arma de doble filo.
A las administraciones de las instituciones prestadoras de servicios corresponde exigir el estricto cumplimiento de las normas regulatorias en sus establecimientos y a los organismos supervisores controlarlos.
Para muchos ya “salimos de esto”. Según parece, la puerta está ahí y vamos camino a cruzarla, pero queda un trecho por andar. De ahí que mejor es ir con paso seguro que no correr el riesgo de caernos y no alcanzar la meta.