Es sábado en la noche, te dispones a comer en la tranquilidad del hogar cuando un estertor inusual interrumpe tu rutina. El golpe seco de un choque seguido por el acelerador desenfrenado de una moto retumba en las paredes y sales a ver qué pasa.
Temes asomarte cuando ves la multitud, oyes entre voces a alguien que clama por una ambulancia urgente. Algunos se disponen a ayudar, otros se limitan a buscar, curiosos, la magnitud de los hechos. No quieres saber qué sucede pero llegan a tus oídos palabras que alteran, asustan: vidrios, sangre, cuerpos…
Vivir tan cerca de la vía me ha hecho pasar más de un susto: me han tumbado columnas, cercas; casi que me han parqueado carros en la sala de la casa; he asistido a lesionados y he visto morir gente. Muchas han sido las anécdotas que mis vecinos también pudieran narrar si les dieran la oportunidad. Nada ha sido agradable, menos cuando alguien dice: “No sé qué pasa en este pedacito”.
No es esta una crónica roja ni mucho menos, es tan solo uno de los tantos ejemplos que quizás algunas vez alguien haya presenciado. Desafortunadamente, vivo en una zona que ha sido escenario recurrente para tales eventos, y más de uno ha terminado con fatal desenlace.
La carretera Panamericana no es una pista de carreras, incluso el mal estado en que se encuentra dista mucho de ser la ideal para competir. Sin embargo, las noches, sobre todo, se prestan para que se convierta en una pasarela donde motos, berjovinas y hasta carros de caballo figuren como hijos del viento desafiando las leyes del tránsito.
¿Qué de extraordinario tiene que tres personas adultas anden en una moto a alta velocidad después de haber ingerido bastante alcohol? ¿Dónde está la hazaña?
¿Cuán divertido resulta una carrera de berjovinas con las luces apagadas por más de cinco kilómetros? ¿Los espera algún trofeo en la meta?
Según estadísticas de la Comisión de Seguridad Vial, hasta septiembre del 2020, se habían reportado en Cuba más de 2 500 accidentes de tránsito que cobraron la vida de casi 100 personas, y aunque son cifras que se han reducido en comparación con años anteriores, no deja de ser alarmante cuando gran parte ha sido por irresponsabilidad o negligencias y en rangos de edades que no superan los 30 años de edad.
De acuerdo con datos oficiales de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), el hecho de no prestar la debida atención al vehículo, el exceso de velocidad, los adelantamientos indebidos, el exceso de pasajeros y conductores bajo el efecto del alcohol están entre las causas más frecuentes.
Dicen algunas personas mayores que la muerte, cuando te toca, te agarra sentado en el sillón de la casa. Puede que sea cierto, pero tampoco hay que salir a buscarla. ¿Cómo se le dice a una madre que su hijo acaba de morir porque iba conduciendo ebrio y no respetó las señales de tránsito? ¿Por qué tiene un niño pequeño que privarse de tener un padre solo por culpa de que un irresponsable decida jugar a ser rápido y furioso?
Los accidentes suceden, nadie en su sano juicio pensaría en lastimar a otra persona en la vía, pero sí se pueden evitar episodios que dependen de la responsabilidad de cada cual.
Bastante tenemos ya con las más de 150 vidas que se ha llevado el coronavirus en Cuba para que sigamos alimentando las arcas de la muerte sin motivo alguno. No seamos partícipes del sinsentido de que podemos desafiar los límites del peligro.
Usted puede leer estas líneas y verlo todo en frío, compararlo con los mensajes que ponen en la televisión y pensar que es el mismo discurso. Tal vez nunca se ha visto en una situación similar, en la que algún familiar haya quedado mutilado o hecho un vegetal de por vida; quizás no ha sido testigo del impacto de un cuerpo sobre el asfalto.
La verdadera hazaña no está en desafiar el peligro a expensas de la vida propia o de alguien más, sino en aprender a diferenciar la valentía de la estupidez.