La COVID-19 ha llegado a casi todos los municipios del país, por lo que cada día está más cercana al cubano, con los riesgos en percepción que esto implica.
Para no pocos, al parecer, no es una enfermedad tan maligna ni letal como otras, porque “a fulano no le dio nada, ni a mengana, que tan mal parecía estar lo de ella fue solo un dolorcito en la cabeza y más nada”, se oye por ahí.
Lo cierto es que la pandemia lleva más de un año en el planeta: ya se cifran en más de 2.5 millones las pérdidas humanas e inevitablemente el mundo dejó de funcionar como lo hacía hasta enero de 2020.
En Cuba, y en la provincia Pinar del Río, ha sido igual: nada de poder trasladarse con la misma libertad de antaño, ni siquiera a los poblados más cercanos, algo que parecía surrealista allá por los primeros días de la llegada del virus al país el año pasado.
Ahora que ya está más cercana a la realidad la posibilidad de inmunizar a la población, con los evidentes avances de los candidatos vacunales cubanos, salen a relucir tendencias negacionistas de algunos que, sin previa prescripción médica, admiten que no se vacunarán.
Por la forma de propagarse, la vía más efectiva para buscar su erradicación es la inmunidad de grandes sectores poblacionales, hasta que se pierda el último transmisor y, por tanto, nadie más albergue en su cuerpo el virus y ese objetivo solo lo pueden lograr las vacunas.
Hacerlo con rapidez es una tarea inmediata e importante, porque no podemos pecar de ilusos, ya que nuevas variantes pueden hacer inoperantes algunas vacunas, por lo que hay que adelantarse y respetar el trabajo hecho por la comunidad científica cubana.
En nuestro caso, se trata de un pueblo educado e instruido a grandes niveles, por lo cual creo que, salvo casos cuya prohibición sea notificado por la medicina cubana, la inmensa mayoría de los residentes en la Isla accederán a vacunarse, sin obstáculos.
Hace poco leía en varios sitios cubanos las secuelas que deja en menores esta pandemia; también estos mismos sitios indicaban que no hay todavía una alternativa para quienes tienen menos de 16 años de vida y por cuestiones ético profesionales no puede haber ningún voluntario de esas edades para probar la eficacia de los candidatos vacunales, por lo que se convertirán en el grupo más vulnerable hacia el virus.
De ahí que la responsabilidad la tienen los mayores, cuando por fin se le dé luz verde a cualquiera de nuestras vacunas, algo que será más pronto de lo que muchos creen, por eso es imprescindible saber que vacunarse es la opción más eficaz para llegar a un mundo posCOVID-19.
Esa realidad es la que añoran tantos jóvenes para ir a la universidad por primera vez, otros para graduarse y comenzar su vida laboral, o la que será la única vía para que los familiares vuelvan a verse luego de la barrera que ha impuesto esta terrible pandemia.
En fin, perder el miedo a la COVID-19 no es de valientes, más bien es de locos e insensibles, pero somos los que sí le tememos los que debemos de llamar a la conciencia y no cansarnos de eludir el peligro mortal que la pandemia representa.