Mydiel Marín Hernández es licenciado en tecnología de la Salud en la especialidad de Imagenología, labora en el hospital docente clínico quirúrgico León Cuervo Rubio, de la capital pinareña. Tiene 16 años de quehacer y estudios, una larga misión en Venezuela y un gran amor a su familia y al trabajo.
Ahora lleva 17 meses enfrentando la COVID-19, porque se vinculó desde el primer caso que se recibió en Pinar del Río en el 2020 y desde entonces forma parte del equipo de trabajo ininterrumpido en su hospital.
¿…?
Piensa, sonríe y responde: “Eso es una respuesta difícil, no puedo decir a cuantos he atendido, pero en cada turno de 24 horas, serían unas 160 o 180 personas. Y ahora en este pico pandémico en la provincia podríamos superar más de 300.
“En un turno tenemos un grupo que hace ocho horas y otro que permanece las 24, todo para atender a los hospitalizados, el servicio de Cuerpo de Guardia y las urgencias que tienen que ver con los cuidados intensivos.
“En la primera fase, en los llamados periodos de cuarentena, era muy agotador, engorroso, pero fue una experiencia excepcional, algo único e inédito; resultaron momentos muy difíciles, porque algo así jamás se había ejecutado en la institución, tratando de sobre la marcha hacer cosas e instrumentar métodos que nunca habíamos aplicado”.
Y siempre aclara, habla en nombre de todos, cuando empezaron en periodos de 14 días continuos, después cada 10, hasta el último de siete, con los lapsos de aislamiento en cuarentena lejos de la familia y un descanso en el hogar que los preparaba para repetir de nuevo… y quizás por disciplina nunca preguntaron hasta cuándo.
Y continúa: “Después que fuimos inmunizados por las tres dosis de Abdala y el periodo posterior necesario, nos incorporamos a un régimen de 24 horas y un descanso de 72 y estamos así, con grupos de dos o tres personas trabajamos principalmente en la noche, pero durante el día se incorporan otros tres”.
La pregunta se imponía, porque los riesgos son grandes, pero fue claro: “En estos tiempos se han contagiado seis o siete compañeros, entre médicos y tecnólogos, pero ninguno ha transitado por la gravedad afortunadamente.
“En las radiografías de los pacientes lo que más se visualiza son neumonías o bronconeumonías típicas del virus, bien identificadas; según describen los radiólogos es una imagen con contornos algodonosos que se desplazan hacia las porciones parahiliares del tórax, con tendencia a derrames pleurales y procesos de fibrosis de forma permanente; por supuesto quedarán los trastornos y secuelas respiratorias, que lleva a la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC).
“Para no llegar a ese estado lo primero que deben hacer las personas es mantener sus hábitos de higiene, el distanciamiento social a más de dos metros, que es lo que se recomienda por las normas de bioseguridad.
“Yo he ‘escapado’ no por suerte, sino por las medidas que aplicamos y utilizamos para protección y para tratar con los pacientes, en especial con los de los cuidados intensivos y así evitar un contagio.
“¡Sí, me cuido yo, y cuido a mi familia!, conmigo viven mi esposa, Leybis Javech, que es médico, y mi hija Aitana, de dos años y nueve meses.
“Esta es una enfermedad compleja que no mide ni rango, ni edad, ni estado general de salud. En el transcurso se ha podido comprobar que nadie es infalible, no importa ser joven o adulto mayor, un niño o una embarazada. Todos estamos a riesgo.
“No he trabajado con niños, mi hospital es de adultos, solo al principio de la epidemia tuvimos una sala para menores, pero fue transitoria y la virulencia no era como ahora. La recomendación es que cuidarse es la única alternativa posible para evitar la enfermedad”.