No, no es sobre el popular programa del joven periodista Gustavo Sánchez Pérez (Tavo-San), que sale al aire en las tardes de Cubavisión, sobre lo que versa este comentario.
Me gustaría tornar esta propuesta a modo de singular controversia, con un tin de agresividad si se quiere, por aquello de que no todos pensamos iguales, aunque todavía existan los que sí lo piensen, e incluso, obliguen a terceros a ratificar sus estados de opinión.
Es este el caso que se presenta en las diferentes redes sociales, las que día a día recorremos de arriba abajo, cual “Rampa” en la capital habanera. Sí, Facebook, Twitter, Instagram, y tantas otras.
Espacios virtuales donde el derecho de opinión supuestamente libre se ha hecho bandera, muralla y nido para muchos que prefieren el odio antes del amor, o la desinformación y manipulación frente a la naturaleza ordinaria de las cosas.
Digo esto, porque tales lugares han pasado de meros “entretenedores masivos” a hervideros de odio, de agresividad y de fanatismos, muchas veces también circundados de cuanta plaga literaria exista.
Olvidemos por un momento los “memes” los “Gifs” , los horrores ortográficos y cualquier contenido erótico o referente al mismo –entre tantas cosas más nocivas– que podamos encontrar cuando ingresamos a la red de redes.
Concentrémonos en lo que en verdad importa. No digo que lo anterior no merezca una revisión cautelar, sino que con “rodear” el contenido y “escrollear” la página… pues asunto resuelto.
Pensemos en cuántos mensajes de odio, mensajes racistas, xenófobos y homofóbicos, mentiras, e incluso, amenazas a la integridad personal o a la propia vida de los seres humanos vemos cada día en estas redes. Todo por asuntos relativos a la política.
Todo secundado, por ahora personajes, que mientras vivieron del lado de acá eran ciudadanos modelos y trabajadores ejemplares, y ahora que radican en la otra orilla, pues se caracterizan por una guapería escalofriante.
A veces me pregunto dónde quedó la amistad, el amor, la fraternidad y la hermandad frente a tales discursillos. Me pregunto si es que todavía vivimos en civilidad o esta era moderna le pertenece al caos y a la anarquía.
Nunca he logrado comprender qué se gana con tanto irrespeto, mediocridad y beligerancia sino recaer en un nuevo periodo del oscurantismo y la ignominia.
Veamos el muro de Facebook, por ejemplo, como la fachada de nuestras casas. A cada quien le pertenece y asiste el derecho de pintarla como guste y de mantenerla bonita y agradable a la vista –acéptese la analogía–; mas no creo que a nadie le gustaría tener su frente enyerbado u opaco. Y el odio, opaca y ensucia.
No es intención del escriba criticar a nadie que utilice dichas plataformas para expresar sus sentires ni de subrayar a aquellos que lo hacen bajo seudónimos, falsos perfiles o los llamados bots, pero bien creo que existen usos más importantes, educativos y hasta vitales para dar y aprovechar en el ciberespacio.
Es evidente, todo invento, artilugio o manufactura de la humanidad desde las cavernas ha tenido su lado oscuro. Decía un colega muy acertado en la materia que: “Los mismos barcos que descubrieron el Nuevo Mundo, también sirvieron para esclavizarlo”, mientras que “el descubrimiento del átomo también sirvió de base para Hiroshima y Nagasaki”, solo por citar dos ejemplos de civilización en función de la barbarie.
La moraleja está en que no debemos negar el desarrollo, sino de no cometer los mismos errores del pasado salvando las distancias. La inteligencia de cada uno de nosotros radicará entonces en no seguirles el juego a quienes odian.
Hacer un uso apropiado de las redes, buscar información útil y siempre contrastarla contra diversas fuentes para no irse con la de trapo, ejercer la crítica constructiva desde el respeto y discernir civilizadamente, son solo pequeñas acciones que podemos y debemos hacer para no enredarnos en esa gran telaraña llamada World Wide Web.