No siempre las cosas salen como esperamos. La verdad… resultan en formas muy diferentes a lo imaginado o, simplemente, se tiene planeado para el futuro de nuestras vidas.
Ya me dirán ustedes a quién no le gustaría entonces tener en su haber una bola de cristal para atinarle a cada decisión, para seguir o no los consejos de mami y papi, o para afianzar estudios que a la larga nos hicieran tener una vida próspera y plena.
Y a esto último quisiera dedicar las líneas de esta semana, pues cada uno de nosotros, usted querido lector, sus amigos, vecinos, conocidos, y hasta el propio escriba, preferimos consagrar varios años de nuestras vidas a estudios que nos hicieran sentir cultos y plenos en el futuro, en vez de decantarnos por la inseguridad, el invento o la fútil búsqueda diaria.
En su momento, como nuestros padres, estábamos seguros de que al graduarnos, y con el comienzo de una nueva etapa, seríamos capaces de solventar y allanar todas las necesidades e inquietudes familiares. Noción que nos sería imposible si declináramos o dejáramos de luchar por la obtención de un tan “valioso” título universitario.
Sin embargo, hoy la triste realidad es que vive mejor quien inventa y suple vacantes en lujosos lugares, que quien largó sus pestañas tras libros y noches en vela.
Pensamiento este de obviar estudios, que a mi juicio y el de muchísimos otros, ha ganado terreno, y en la actualidad se ha afianzado en la atropellada Cuba actual entre padres jóvenes y sus descendientes.
Esto también ha traído consigo que la tendencia sea precisamente hacia la desprofesionalización. A que cada día más de esos jóvenes prefieran ganarse la vida de forma fácil, como explotados de un último eslabón, mano de obra reciclable para mypimeros, y sin estudios, salvo un bachillerato, en el mejor de los casos.
Dos cosas me han chocado esta semana con este asunto del profesionalismo y el espejismo “real y maravilloso” de una vida fácil.
Una de ellas fue una colega que despotricaba en Facebook que acudir actualmente a la universidad y lidiar con estudios, exámenes, desvelos y sacrificios no tenía sentido, pues piscineros, jardineros, personal de mantenimiento y serenos ganaban mejor dinero.
Lo otro es que este lunes, en un establecimiento privado, reconocía a dos excelentes profesionales de la Salud que dejaron sus carreras para fungir como camareras. Sin palabras.
Puedo comprender quizás la ironía de mi amiga, pero es una realidad que hoy lo brillante atrae demasiado y opaca las ganas de desempolvar libros.
Mi esposa y yo no tenemos hijos, pero de tenerlos, seguro pensaría como mis padres y sus padres antes que ellos. Mis hijos tendrían que llegar a casa con un título. No aceptaría “la búsqueda” por respuestas. Jamás admitiríamos la ignorancia por profesión.
Y no lo digo por aquello de convencionalismos sociales de antaño, ni siquiera por el orgullo de una graduación, sino por los conocimientos en sí. Me remitiría entonces a una frase de nuestro Fidel Castro cuando dijera que “A lo largo de la historia, la ignorancia ha sido el aliado imprescindible e inseparable de los explotadores y opresores”.
Creo que lo anterior ilustra bien algo que al parecer se ha ido olvidando. Los conocimientos no ocupan espacio, en cambio, expanden la mente; y una carrera no es solo el título propiamente dicho enganchado en la pared.
Una carrera y sus estudios universitarios son más que una elección de vida, de sacrificio. Son un puente hacia el conocimiento, hacia el futuro. Sé que en la economía cubana actual la realidad es dura. Pero soy de los que prefieren darle utilidad a mi cerebro, para cuando llegue el día de limpiar piscinas, hacerlo desde el conocimiento y mejor que quienes optaron por la pereza.